Comentario al evangelio del Miércoles 06 de Noviembre del 2013
Hermanas y hermanos:
La página del evangelio de hoy, sin duda, es uno de los relatos más apto para ser eliminado del
evangelio por lo crudo, e incluso inhumano, que resulta. Habla del discipulado con un estilo espartano
y rigorista que provoca espanto. Aunque con la costumbre lo hayamos azucarado, conviene sin
embargo que encaremos este pasaje en su ácida novedad. Habla del discipulado señalando, por este
orden, primero dos indicadores del auténtico discípulo y, después, la condición que posibilita a todo
discípulo seguir a Jesús.
Los dos indicadores están claros. Hay dos comprobantes de que se es auténtico discípulo: Haber
resuelto el problema afectivo y asumir derechamente el dolor. Nos detenemos en ellos.
Ordenar rectamente los “amores” . Todo discípulo debe, como Jesús, amar siempre, a todos,
con palabras y con obras. Pero en una correcta jerarquía de preferencias. En su cúspide debe estar
siempre Jesús, el Señor. El amor hacia Él debe ser comprobable en hechos. Se comprueba en las
circunstancias de decisión, cuando se ha de elegir entre Jesús y otras personas o cosas… Cada
elección hace evidente el real “ordo amoris” del propio corazón.
Cargar con la cruz. Sabemos qué es la cruz. La hemos sufrido con frecuencia y nos espanta.
Cruz es la consecuencia, siempre dolorosa e injusta, del seguimiento. No es penitencia ni castigo
merecido por nuestra torpeza o pecado. Es la prueba más irrefutable del amor. Porque amar es
sufrir por quien se ama sin huir. Caminar tras las huellas del Señor nos atrae complicaciones y
disgustos. Solo un consuelo: Junto a la cruz del discípulo amado también está María.
Las dos parábolas que siguen (la del que se pone a construir una torre y la del rey que entabla batalla
contra otro rey) apuntan a la condición que hace posible el seguimiento. Antes de ponerse tras las
huellas del Maestro hay que medir las consecuencias de lo que se hace o, lo que es lo mismo, calcular.
El discipulado no es equiparable a un arrebato de adolescente, sin pies ni cabeza; no se hace a ciegas o
insensatamente… Necesita del previo discernimiento y de la toma de conciencia. Y solo los avisados
llegan a entender que, más allá de las excesivas exigencias del Maestro, lo que hay es una carga suave
y un yugo llevadero… que son la llave que abre las puertas de una vida auténtica e infinita.
Hermano en el Señor
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf