Comentario al evangelio del Viernes 08 de Noviembre del 2013
Hermanas y hermanos:
La parábola de hoy sorprende por su tono provocativo y poco edificante. A los predicadores les resulta
incómoda la explicación de esta parábola que contradice las más básicas reglas de la moral. ¿Debemos
entender que Jesús alaba esa picardía deshonesta, en la que el fin justifica los medios, cualesquiera que
estos sean? ¿No estaría esto en flagrante contradicción con la condena sin paliativos hacia el fraude y
el engaño defendidos por cualquier manual de ética o de derecho?
No tratemos de encontrar aquí, en absoluto, ningún lapsus o descuido por parte del Maestro en temas
morales relativos al séptimo mandamiento. Ni mucho menos pretende esta parábola recordar y
advertirnos de que el mal y la trampa suelen acabar triunfando en el mundo de los trajines humanos.
¿Qué quiere enseñarnos Jesús? La parábola parte de un hecho sin calificaciones éticas: un problema
administrativo y de falta de honestidad de un funcionario. En base a tal hecho nos enseña una verdad
más profunda. El administrador infiel se encuentra en una situación de gran apuro, prácticamente sin
salida: pillado en su deshonestidad, no encuentra alternativas válidas para escapar, en el sentido más
inmediato de la expresión: ni el trabajo físico ni la mendicidad son salidas válidas para él. De ahí que
busque soluciones por medio de la astucia, haciendo que los deudores de su amo se conviertan en
deudores suyos, y así poder ganarse su favor futuro.
En la moraleja encontramos la lección: Debemos aprender la astucia de ese administrador. Es una
astucia más propia de los hijos de este mundo con su gente que de los hijos de la luz. ¿Y qué es
exactamente tal astucia?
No se refiere aquí a aquella capacidad fullera y mentirosa que posibilita conseguir los propios objetivos
a través del engaño o de la picaresca. Evoca otra cosa distinta. Se trata de la creatividad, de la
imaginación para salir airosos en las situaciones difíciles de la vida sin quedar congelados por la
desesperación o por la inútil acusación de que la culpa la tienen otros. Esa sagacidad es aquella
habilidad y empeño que nos lleva a encontrar una salida en toda situación complicada que se nos
presente, por retorcida y peligrosa que nos pueda parecer. Es una actitud de ojos abiertos, de lucidez.
Desde esta perspectiva, esa astucia es un sinónimo de la esperanza activa, que el Señor desea que
aprendamos bien.
Hermano en el Señor
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf