XXXII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Introducción a la semana
Volvemos al Antiguo Testamento. Esta semana leemos varios capítulos del libro
de la Sabiduría, uno de los escritos más tardíos del AT, muy influido por la
cultura helenista. La sabiduría se inculca sobre todo a los gobernantes, cuyo
poder les viene de Dios y cuya gestión será seriamente juzgada por él. Pero
todos deben aspirar a la sabiduría, que nos acerca a Dios y a su modo de regir el
mundo. Los que la siguen alcanzarán la recompensa de los justos, de los amigos
de Dios, cuyos sufrimientos presentes los aquilatan para su disfrute futuro en la
paz definitiva, más allá de la muerte.
El autor hace un grandioso elogio de la sabiduría, cuyos atributos son un destello
de Dios mismo: inteligente, santa, todopoderosa, penetrante, luminosa… (se
prepara así la futura revelación de la Sabiduría encarnada, que el NT identificará
con Cristo, el Hijo de Dios). Esa sabiduría es la que permite que se pueda
conocer a Dios a partir de las criaturas y darle culto; los paganos se quedaron
retenidos en éstas, sin trascenderlas, y por eso son responsables de su idolatría.
Se menciona el castigo que sufrieron los egipcios, que no reconocieron al Dios
de Israel y se atrevieron a perseguir a su pueblo.
Jesús, camino de Jerusalén, continúa dándonos una serie de enseñanzas
fundamentales: condena severamente el escándalo que podemos dar a los
sencillos con nuestra mala conducta; nos persuade de que, si hacemos el bien,
no es por mérito nuestro, sino por don de Dios; elogia a los que saben agradecer
esos dones, aunque no sean “de los nuestros”; nos asegura que el reino de Dios
ya se ha inaugurado entre nosotros, aunque hemos de permanecer siempre
vigilantes porque no sabemos cuando vendrá el Señor; y nos invita a ser
constantes en la oración, confiando en la respuesta favorable de Dios.
Con permiso de dominicos.org