Comentario al evangelio del Martes 12 de Noviembre del 2013
SIN HORARIOS Y SIN CUENTAS
Una lectura un poco rápida del pasaje evangélico de hoy deja un cierto malestar en el corazón.
Se describe a un amo que trata sin contemplaciones a su trabajador (esclavo) cuando vuelve del
trabajo, sin darle tiempo ni a recuperarse... y ni siquiera merece una palabra de agradecimiento. Si esa
imagen la utiliza Jesús para explicar cómo debe ser nuestro comportamiento con Dios... ¡se queda uno
un poco alucinado!
Jesús se sirve de una realidad de su época: el esclavo. Podía ser un esclavo judío o uno pagano.
En el primero de los casos, se le trataba un poco mejor que a los paganos, porque sus «derechos»
estaban regulados por la Ley. Pero tenían una obligación: estar siempre disponibles y cumplir con sus
obligaciones de esclavos, en cualquier momento que se le solicitara, sin quejas ni protestas, y sin que
hubiera que agradecerle nada: para eso era «esclavo».
Jesús no pretende dar una imagen suya o de Dios
como de un amo exigente y agotador. Se fija sólo (sin entrar en valoraciones sobre la esclavitud) en la
actitud del trabajador: lo es las 24 horas del día. En nuestro terreno: uno es discípulo las 24 horas del
día.
Y me viene a la cabeza el testimonio frecuente de tantas madres que trabajan fuera de casa, que
están implicadas en alguna tarea parroquial o voluntariado, y además atienden con cariño a sus familias
(hijos, pareja, nietos...) a menudo sin ninguna palabra de «ánimo» o agradecimiento, cuando no
reciben alguna que otra coz en cualquiera de esos ámbitos. Y tampoco ellas reclaman ese
reconocimiento: lo viven con toda naturalidad, es «lo que tenemos que hacer». Me brota una oración
espontánea de agradecimiento por todas ellas.
Ante esta llamada de Jesús a ser cristianos las 24 horas del día, uno tiene que reconocerse que no
en todos los ámbitos en que nos movemos, nos resulta igual de «sencillo» o coherente, llevar nuestros
valores cristianos a la práctica. Siempre hay algún lugar donde se nos «olvida» más fácilmente o nos
cuesta más: el mundo laboral, la familia, la comunidad cristiana, la vida sexual, el tiempo libre, los
dineros, los vecinos... Hay que emplearse un poco más a fondo en ellos, y no darse por satisfecho con
que «ya cumplo» en otros de ellos.
Por otro lado, también está parábola nos trae otro mensaje, repetido de distintos modos por Jesús
(y especialmente en Lucas): Los méritos. El creerse con «derechos» ante Dios (recuérdese al fariseo
que fue al templo a orar, o a los dos hijos de la parábola del pródigo...) y con frecuencia sentirnos
mejores (juzgarles) que los demás, los que no «hacen» o «cumplen» tanto como nosotros. Dios no nos
«debe» nada por ser como somos ni hacer lo que hacemos, ni tiene ninguna obligación de tratarnos
mejor que al resto. Nuestro «premio» es ser colaboradores suyos. En definitiva lo que somos y
podemos es un don suyo, aunque luego pongamos lo que sea de nuestra parte. Pero por
convencimiento personal, porque es un «privilegio» estar a su «servicio».
Por cierto que no viene mal recordar, al meditar este Evangelio, ese otro lugar donde Jesús dice a
los suyos: «No os llamo «siervos», sino «amigos». Y entre amigos nunca hay contabilidad. Sino
cariño.
Enrique Martinez cmf
Enrique Martínez, cmf