XXXII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Sab. 2,23-3,9: Ellos esperaban la inmortalidad.
b.- Lc. 17, 7-10: Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Este evangelio quiere dejar en claro, la actitud del hombre frente a Dios. La
parábola puede resultar irritante para nosotros, pero Jesús no se pronuncia sobre
sobre esa situación social, sino que la toma como imagen para una enseñanza a los
apóstoles. Tampoco la parábola es una imagen de Dios, sino que habla de la actitud
del hombre ante Dios. El servicio que le debemos a Dios es de siervos: Dios manda
y el hombre obedece, cumple con lo que se ha comprometido. Dios no le debe
nada, la menor recompensa, ni siquiera gratitud. Más aún, si ha hecho todo lo
mandado, no ha hecho sino cumplir con su deber. Esta actitud lleva al hombre a
ser libre de sí mismo, humilde y pobre, Dios le concederá los bienes del Reino a su
servidor, que se vacía de su egoísmo. Bienaventurados los pobres porque el Reino
les pertenece (cfr. Mt. 5, 3). Doctores de la ley y fariseos, concebían la relación
con Dios como un contrato: yo te doy para que tú me des, servicio y recompensa.
Si se cumple con la ley, lo mandado por Dios, hay que esperar recompensa. La
parábola de Jesús echa por tierra esta teoría: Dios no debe nada al hombre, ni
siquiera las gracias. El hombre es su criatura, y por ello, le debe todo a Dios, desde
el soplo vital, hasta los bienes de la tierra. La parábola va dirigida a los apóstoles.
Ellos que lo han dejado todo por Cristo, ¿pueden esperar recompensa? (cfr. Mt.5,
11). ¿Pueden exigir derechos, por los servicios prestados? (cfr. Mt. 19,27). La
recompensa que Dios brinda, supera con mucho los servicios que podamos
prestarle; en definitiva, hasta esa recompensa es don de su bondad divina. La
clave de la parábola está en las últimas palabras: “De igual modo vosotros, cuando
hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos
hecho lo que debíamos hacer.» (v. 10). Somos siervos de Dios que laboran y
construyen su Reino, dona su misericordia, proclamándola, por medio de ellos, se
muestra magnánimo. Pablo proclamará que no es punto de gloria predicar el
evangelio, sino más bien, una necesidad: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”
(1Cor. 9, 16). Sólo desde al amor apasionado de Cristo Jesús, por la gloria de Dios
Padre y la salvación de los hombres, podemos servir sin estar pensando en la
recompensa, o en el castigo. La amistad y la confianza en Dios, nos hace pensar
que ÉL se preocupa de cada uno de sus discípulos. Esta experiencia de amistad,
oración y servicio al Señor Jesús está más allá del plano de la ley, del mérito y el
premio, porque está cimentada en el amor y la confianza. Lo que es bueno lo
hacemos por amor, nos ponemos en sus manos; nos concederá más de lo podemos
pensar y desear. Estar con ÉL, desde hoy y para siempre, es el mejor premio que
podamos gozar.
Santa Teresa de Jesús, invita al cristiano a contentar a Dios en todo. ¡Qué bien
entendí ella estas verdades!: “Para eso es la humildad, para tenerse por dichosa
en servir a las siervas del Señor” (CV 17,1).