XXXII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miércoles
a.- Sab. 6,2-12: Oíd, reyes, para que aprendáis sabiduría.
b.- Lc. 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a
Dios?
El evangelio nos recuerda que Jesús va camino de Jerusalén, donde le aguarda la
cruz y elevación (cfr. Lc.9, 51; 13,22). A los leprosos les estaba permitido entrar en
las aldeas, no así en las ciudades como Jerusalén (cfr. Lv.13, 45). Hasta ahora sólo
los apóstoles le habían llamado Maestro, admirados de su poder, gloria (cfr. Lc.
5,5; 8,24; 9,33; 9,49), a lo que los leprosos agregan una invocación de
misericordia. La súplica es todo un grito de fe: “¡Jesús, maestro, ten compasi￳n de
nosotros!” (v. 13). Jesús es maestro de la ley, lleno de poder y misericordia; ÉL
trae el alba del Reino de Dios que se revela a los hombres. Jesús, les manda
cumplir con lo estipulado en la ley de Moisés respecto a los leprosos, en obediencia
a la ley encontrarán la salvación, el que escucha a Moisés y a los profetas, se salva.
Todo esto antes del milagro (cfr. Lc. 16,29; Lev.14, 2; Jn. 4,22). Los envía a
quienes podían certificar que estaban sanos como era los sacerdotes del templo,
para que vuelvan a la comunidad, es decir, al templo y a su hogar. Nueve de los
judíos siguen su camino y van al sacerdote, el milagro se produce mientras iban de
camino, sólo uno regresa glorificando a Dios, que se postra delante de Jesús,
porque reconoce que Dios actúa en ÉL, con su acción de gracias (vv.15-16). Era un
samaritano, un extranjero, que vuelve a Jesús, para agradecer a grandes voces el
don recibido al sentirse próximo a Dios (cfr. Lc.4, 33; 8,28; 19,37; 23,23; Hch.7,
60). Su postración es ante Dios presente en Jesús Maestro (cfr. Lc.5,12; 8,41),
donde se reúnen la fe, la gratitud, sentimientos muy humanos que acompañan, el
creer en la palabra de Dios, donde se encierran la ley y los profetas. El samaritano
representa el camino del Evangelio hacia los paganos (cfr. Lc. 8,15). Jesús
esperaba que regresaran todos, y dieran gloria a Dios por ÉL, por ÉL vienen las
bendiciones del cielo (cfr. Hch. 4,12). Como extranjero, sólo recibe como una gracia
inmerecida, al no ser parte de Israel, y por ello lo agradece. Los judíos, no
agradecen nada, porque son hijos de Israel, los dones de Dios les corresponden. Lo
que revela que les faltan las actitudes fundamentales para recibir la salvación: la fe
y la gratitud, espíritu de pobreza y de alabanza. El camino de la salvación está
abierto a todos extranjeros, pecadores, gentiles, enfermos…La despedida que le da
Jesús confirma esta realidad: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (v. 19). La
súplica orante se convirtió en salvación para el leproso. Todo un compromiso
eclesial por aliviar el dolor del prójimo en todas sus manifestaciones, en nuestra
sociedad hoy. Lo que salva es la fe, la decisión y entrega a la palabra de Jesús y la
acción salvífica que Dios realiza por medio de ÉL.
Santa Teresa de Jesús una de las grandes virtudes que supo practicar, fue ser muy
agradecida con los hombres y con Dios: “Agradecer al Se￱or que nos deja andar
deseosos de contentarle aunque sean flaca las obras” (V 12,3).