XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
La oración de petición
La Palabra: Si un juez injusto harto de que una pobre viuda pida una y otra vez
justicia, para que lo deje en paz, atiende sus demandas, “¿Dios no hará justicia a
sus elegidos que le gritan día y noche?” (Evangelio).
1. La oración de petición ha sido objeto de serias críticas por parte de algunos
teólogos. La creen incompatible con la revelación de Dios en Jesucristo. Dios conoce
nuestras necesidades y no necesita que le informemos sobre las mismas. El Padre
“misericordioso” es sensible a nuestras carencias antes de que le dirijamos nuestras
súplicas; no hace falta que le despertemos con nuestras oraciones para que
intervenga en los conflictos fratricidas que hoy está sufriendo nuestro mundo.
Además, hay peligro de superstición o de magia cuando en la oración acudimos a
Dios como un ser por encima de las nubes que solo interviene milagrosamente,
movido por nuestras oraciones y sacrificios; sería como un amuleto para llenar los
huecos que deja nuestra impotencia. Estas críticas que apuntan a deformaciones
frecuentes sobre la oración, pueden ser muy saludables.
2. Pero el evangelio de hoy destaca con insistencia la necesidad de pedir en nuestra
oración. Pone el caso de un juez con todos los agra-vantes: no le importa la ley, no
le importa Dios y no le importa lo que diga la gente. A pesar de todo, la insistencia
de la viuda pidiendo justicia encuentra respuesta. Y Jesús saca la moraleja: “¿pues
Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”. Elegidos y amados
de Dios son todos los seres humanos.
3. La fe, hay que insistir en ello, no se reduce a confesar unas verdades con la
cabeza y con los labios; es sobre todo un encuentro cordial con Dios, en quien
habitamos, y una incondicional apertura a su presencia. Jesucristo es el
Primogénito de los creyentes, Dios encarnado y humanidad que se abre totalmente
a esa inclinación benevolente de Dios. Toda la existencia del bautizado, toda la
espiritualidad cristiana radica en aceptar esa presencia de Dios revelado en
Jesucristo; con ello, salir de nuestro egocentrismo, de nuestra propia tierra, y tratar
de vivir como testigos de esa presencia de amor para todos. Para ser permeables a
esa presencia, necesitamos oración, que lógicamente abarca todos los aspectos y
situaciones de nuestro caminar, con sus momentos de gratitud y con sus momentos
de dolor por las muchas carencias. La oración de petición viene a ser así un medio
imprescindible para vitalizar la presencia de Dios que, ocurra lo que ocurra, da
sentido a nuestra existencia.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net