XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miércoles
a.- Ap. 4, 1-11: Santo es el Señor, soberano de todo; el que era y es y
viene.
b.- Lc. 19, 11-28: ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?
En el evangelio, Jesús sigue su camino hacia Jerusalén en el tiempo de Pascua, las
caravanas de gentes mantienen vivas las expectativas de la restauración del reino
de David, el ciego ha confesado su fe en Jesús como hijo de David, Zaqueo lo
contempla como el Pastor mesiánico de Israel prometido (cfr. Lc.24, 21; Hch.1, 6).
La pregunta resulta evidente: ¿se va a manifestar inmediatamente el reino de Dios?
(v.11), también se hacía esta pregunta los primeros cristianos respecto de la
parusía de Cristo. En algunos ambientes religiosos se esperaba su pronta venida
(cfr. 1Tes. 4,15; 1 Cor.7, 29ss; 10,11; Rm.13, 11ss; Flp. 4,5; Ap.1, 3; 3,11).
Muchos se burlaban de la espera (cfr. 2 Pe.3, 4). La parábola de las minas pone
freno a la entusiástica espera de la parusía del Señor, y así alimenta la esperanza
escatológica. Jesús sigue en Jericó, territorio de Arquelao, hijo de Herodes el
Grande, pero hubo de negociar el título de rey con el emperador Augusto en Roma,
sin embargo una embajada de judíos, impidió dicho nombramiento, y consiguió sólo
el título de etnarca. La parábola parece inspirar en este acontecimiento histórico
cuando dice que un hombre de familia noble fue a un país lejano a recibir la
investidura real (v.12). Pero además hace referencia a Jesús, que sube a Jerusalén,
no va recibir el reino inmediatamente, sino que va a un país lejano, al cielo, para
volver con poder y dignidad regia. Mientras tanto confía su dinero a sus empleados.
El rico deja en manos de diez de sus empleados el trabajo de multiplicar esos
dineros. Dándole un carácter escatológico, el hombre que se ausenta para recibir
la dignidad de rey y que vuelve a pedir cuentas a sus empleados es Jesucristo, que
sube al cielo, a la derecha del Padre y vuelve como rey para el Juicio final (cfr.
Mt.25, 14-30). Al que pretende ser rey, sus enemigos lo odian, en la ausencia de
Cristo, sus enemigos no descansan, no sea reconocida su realeza, lo que provoca
en su Iglesia persecución, a lo que se responde con fidelidad y perseverancia por
parte de sus discípulos (cfr. Lc.17, 22; 21,12s). Cuando el viajero vuelve con éxito,
porque ha conseguido el título de rey llama sus siervos. Los que trabajaron el
dinero que se les confió fueron premiados. Los criados debían demostrar su
fidelidad en lo poco (cfr.Lc.12, 42; 16,10). Fueron premiados con un encargo
mayor, ser gobernadores, de un número de ciudades en proporción a lo que habían
ganado. Imagen de cómo Dios produce el crecimiento y que los discípulos fieles
reinarán con Cristo para siempre (cfr. 1 Cor.3, 6s; Lc.12, 43; 22,30). El tercer
siervo, había guardado el dinero, no produjo nada por temor a su amo, al que
acusa de déspota y cruel, no se arriesga, porque busca seguridad. Estos reproches
revelan la mala conciencia del siervo. Quizás Jesús piensa en los fariseos que
conciben a Yahvé como un Dios sin misericordia que sólo exige, observan la Ley,
pero no se arriesgan; en cambio Jesús, muestra a un Padre que da y que ama a sus
hijos; enseña que la justicia es don de Dios, que su reino exige más todavía, pero
porque en su Hijo, lo da todo. Al siervo perezoso se le quitó lo que tenía (v. 26; Mt.
25, 29), y se le dio al que más había ganado, al emprendedor, al que arriesgó, al
animoso, la seguridad está en ganar, no en guardar. El tiempo de la fidelidad va
entre la Ascensión y la parusía, es el tiempo de la Iglesia, tiempo de misión, de
trabajo apostólico. Cristo viene y vencerá a todos sus enemigos, el día del Juicio
final y los fieles ingresarán en su reino celestial.
Siguiendo el consejo de la parábola Teresa de Jesús, quiere en sus comunidades
hombres y mujeres que no escondan sus talentos porque saben que así sirven a la
comunidad y la Iglesia: “Querríalas mucho avisar que miren no escondan el talento,
pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en
especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar
a los flacos” (V 15, 5).