XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Ap. 5,1-10: El Cordero fue degollado.
b.- Lc. 19, 41-44: Lamentación sobre Jerusalén.
Este pasaje, propio de Lucas, nos presenta a Jesús que contempla a Jerusalén, en
todo su esplendor. Llora por ella, como había anunciado el profeta, el quebranto de
la hija de Sión (cfr. Jer. 14,17). Más tarde anunciará la caída de la ciudad, a mano
de los paganos (cfr. Lc. 21, 5-6.20). Jesús llora por la ciudad. Le viene el castigo,
sus lágrimas son de impotencia, encierran un profundo misterio. Se limita a decir:
“Si hubieras comprendido…” (v. 42), lo que es para tu paz, la paz mesiánica
(cfr.Is.11, 6; Os.2, 20). La paz que trae el Mesías es tema de predicación de los
profetas, promesa salvífica del tiempo mesiánico (cfr. Is.59, 19; 66,12; Jer.33,6;
Ez. 34,25; 37,26). Jesús ha sanado enfermos, expulsado demonios, resucitado
muertos, convertido a publicanos y pecadores, sin embargo su poder encuentra en
ella resistencias, el poder de Dios se oculta en la debilidad y el amor salvador de
Jesucristo. Respeta a este grado la libertad del hombre, su llanto, es el último
llamado a la conversión de la ciudad. La deseada paz mesiánica, ahora debía de
ser otorgada, luego de su entrada triunfal a la ciudad, tendrían que reconocerle
como el Príncipe de la paz, como la habían anunciado los profetas, y como el
pueblo lo había aclamado a su ingreso (cfr. Lc.19, 38; Is.9,7; 26,12; 32,17s;
Sal.35,27;72,7; 85,9; 122,6). Pero Jerusalén no lo reconoció; mató y apedreó a
los profetas que Dios había enviado, se cierra a la palabra de Dios, gente sin
conocimiento (cfr. Lc.13, 34; Dt. 32, 28). La ciudad no acepta la paz que Dios le
ofrece, no reconoce a Jesús, lo llevará a la cruz; su ingreso a la ciudad de
Jerusalén y su próxima muerte, quedan oculta a los ojos de ellos por designio
divino. Ello no impide que la lamentación de Jesús, sea autentica, como la culpa de
Jerusalén. Cuando descubre que los sabios lo rechazan y los pequeños acogen la
sabiduría escondida en sus palabras, alaba el designio divino porque el Padre lo ha
dispuesto así (cfr. Lc.10, 21). El rechazo de Jesús como Mesías, equivale a una
ceguera espiritual, lo que hace imposible el deseo de Jesús; la ciudad ha sido
herida, el plazo de gracia ha vencido (cfr. Jr.15, 5). Luego viene el anuncio de la
ruina de la ciudad (vv. 43-44), porque no conoció, ni reconoció el tiempo de la
visita de Dios, no aceptó su desbordante bondad manifestada en Jesús, el Mesías
venido de lo alto, que ilumina las tinieblas y encamina nuestros pasos por sendas
de paz (cfr. Lc.1,68-79). En Galilea el pueblo reconoce que Dios ha visitado a su
pueblo misericordiosamente (cfr. Lc.7, 16), en cambio, Jerusalén no reconoce al
Príncipe de la paz en su triunfal ingreso a la ciudad. Sólo en Jesús conoce el
hombre la paz, cúmulo de todos los bienes mesiánicos; don del Padre para los
creyentes. Jesús como israelita ama a su pueblo, sufre el rechazo de los suyos,
razón de su futura pasión, muerte y resurrección. En un clima de obediencia al
Padre, Jesús acepta la pasión y cruz, para la comunidad eclesial, fuente de
salvación y gloria eterna. Que importante será acoger la salvación que nos viene de
Dios, en la persona y palabra de Jesús de Nazaret.
Esta intuición de Teresa de Jesús, nos ayuda a comprender esas lágrimas de Jesús
contemplando Jerusalén. “Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre y
vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía” (V 22,10).