XXXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Sábado
Lecturas bíblicas
a.- Ap. 11,4-12: Estos dos profetas eran un tormento para los habitantes
de la tierra.
b.- Lc. 20, 27-40: No es Dios de muerte, sino de vivos.
La pregunta de los saduceos, no deja ser capciosa y hasta sin sentido. Eran
amantes de la Escritura, sólo del Pentateuco, pero rechazaban las tradiciones de los
mayores, negaban la resurrección. Por el contrario, Jesús y los fariseos creían en la
resurrección de los muertos. Los rabinos habían tratado, a través del tiempo, de
fundamentar la idea de la resurrección con pasajes de la Escritura (cfr. Ex. 6, 4;
15,1; Nm. 15,31; 18,28; Dt. 31, 16). Se acercan y le llaman Maestro, pero ese
saludo no es sincero, no indica buena disposición interior. La pregunta que le
formulan tiene que ver con la ley del levirato (cfr. Dt. 25,5). Desean demostrar con
las Escrituras que es absurdo creer en la resurrección. La ley del levirato, mandaba
que si un hombre casado moría sin dejar hijos, el hermano tomaba a la mujer, su
cuñada, y le daba descendencia a su hermano colocándole el nombre de su
hermano para que no desapareciera de Israel ese nombre (cfr. Lv. 25, 5). Siete
hermanos tuvieron la misma mujer, en la otra vida, ¿de quién será mujer? La
exageración hace absurda la pregunta, y por otro lado, establece que la vida eterna
sería igual a la actual. La ley de Moisés, no hablaba de resurrección, por lo tanto,
no había respuesta. Sólo Jesús puede dar una respuesta. La palabra de Jesús, deja
claro que la vida eterna, no es igual a lo de aquí; sólo aquí hombres y mujeres se
casan. Los que alcancen la vida eterna, no se desposan, porque son hijos de Dios,
son como hermanos, no tienen hijos, tampoco mueren (cfr. Rm.5,29). Serán como
ángeles, hijos de Dios, hijos de la resurrección. Los resucitados no pertenecen a
este mundo, sino al que está por venir. Los hijos de Dios, pasan de este mundo de
pecado y caducidad, a la vida eterna, a la resurrección de los muertos. El
matrimonio es realidad terrena, en el cielo no es necesario, la procreación es la
que da sentido al matrimonio (cfr. Gn. 1, 28); la argumentación de los saduceos
queda invalidada, en la vida eterna no hay matrimonio. Pero Jesús recurre a la
Escritura como ellos (cfr. Dt. 12,2; Ex.3,2-6), enseñando que Dios es Dios seres
vivos, y no de muertos, puesto que cuenta con que sus oyentes creen que los
Patriarcas, están junto a Dios, ya que quien se relaciona con Dios, tiene como
destino la resurrección. Los escribas alaban la respuesta de Jesús (cfr. Hch. 23, 6-
7); no preguntarle nada más, quiere significar que con su inteligencia Jesús, acalló
el sarcasmo de los saduceos, y aumentó su fama como Maestro. Los doctores de la
ley reconocen su sabiduría y enseñanza. De ÉL posee la Iglesia su doctrina sobre la
resurrección de los muertos, lo que nos distingue entre cristianos y saduceos,
cristianos y gentiles. La predicación del kerigma es: Jesús, es constituido por Dios
Padre, en Kyrios, Señor y Cristo (cfr. Hch. 2, 36). Los que entren al cielo participan
de la gloria de los hijos de Dios, (cfr. Job. 1, 6; 2,1; Hch. 12,7). Ellos reciben la
filiación divina (cfr. 1Jn. 3,2; Rm. 8,21), la gloria (cfr. Rm. 8, 18) y un cuerpo
espiritual en forma definitiva (cfr. 1Cor. 15, 42ss). Los muertos resucitarán en un
estado de incorruptibilidad, “seremos transformados”, ense￱a Pablo (cfr. 1Cor. 15,
22), vivirá no sólo el alma, sino todo el hombre en su totalidad, alma y cuerpo.
Resucitar es un don de la gracia divina, inmerecido, como lo es el reino de Dios (cfr.
2Tes. 1,5), lo harán los justos como también los pecadores e injustos. Todos
resucitarán, los que hicieron el bien para la gloria eterna, los que hicieron el mal
para la perdición (cfr. Hch. 24, 15).
La Santa Madre Teresa de Jesús, tuvo muy presente que cuando se convirtió fue al
Señor de la vida, Jesucristo, el Dios que está vivo y presente en la historia de la
humanidad. “El amor que el Se￱or nos tuvo y su resurrecci￳n, muévenos a gozo” (V
12,1).