Ciclo C: XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Paúles Salamanca.
Aparentemente sonaría a una página luctuosa de las que llenan las secciones de
sucesos que en demasía nos presentan historias tristes de una humanidad que ha
perdido la alegría. Quizás alguno tacharía de catastrofista la descripción que Jesús
hacía de ese momento, de tantos momentos. Por este motivo el Evangelio de este
domingo nos deja una sensación agridulce, con un cierto desconcierto. Las diversas
respuestas de Jesús, indicaban a sus oyentes que todo estaba inacabado, inseguro.
Hasta la belleza del Templo era frágil y su solidez amenazada: “no quedará piedra
sobre piedra”. Surgirán profetas falsos una vez más, llegarán guerras, catástrofes,
espantos. Y a los discípulos les dirá: os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante
gobernadores por causa de mi nombre . Hasta los más cercanos como padres,
hermanos, parientes y amigos, los odiarán, los traicionarán e incluso los
matarán por causa de su nombre .
Muchas veces ha surgido la tentación de hacer del Cristianismo una especie de
vergel, de tranquilo paraíso donde evadirse de un mundo corrupto y caduco que se
empe￱a en no vivir “como Dios manda”. Pero el Cristianismo no ha sido regalado
por Dios como una “burbuja de paz”. De hecho, los mejores hijos de la Iglesia han
tenido que sufrir persecución, incomprensión y martirio de tantos modos, como la
prolongación en la historia de aquél por mi nombre del que nos habla hoy el
Evangelio. Vivir en su Nombre, diciendo su Nombre, siendo su Nombre.
Jesús y el Cristianismo no son un sedante para nuestras molestias sociales, ni un
barbitúrico para perpetuar privilegios. No provocan alucinaciones sino compromisos.
Los cristianos somos llamados a pertenecer a la historia de Aquel que fue anunciado
como “signo de contradicci￳n”, y que vino a traer el fuego y la espada, es decir
portador de la Luz y portavoz de la Verdad en un mundo que con demasiada
frecuencia pacta con la oscuridad y la mentira.
Pero este Evangelio, aunque duro, no es desesperanzador. Nos dice Jesús: “no les
tengáis miedo”. Ha prometido darnos palabras y sabiduría para hacer frente a
cualquier adversario. Lo que importa es que esa Presencia y esa Palabra por Él
prometidas, resuenen y se reflejen en la vida de la comunidad cristiana y en la de
cada cristiano particular.
El Cristianismo no es una aventura para fugarse del mundo, sino una urgencia para
transformarlo según el proyecto de Dios, en el Nombre del Señor . Los cristianos no
son los del eterno poderío o los de la eterna oposición, sino los eternos discípulos
del único Maestro. No somos aguafiestas, ni el Nombre de Jesús arruina la fiesta
verdadera. Humildemente poniendo lo mejor de nosotros mismos para que en cada
rincón de la historia pueda seguir escuchándose la Buena Noticia de Jesús,
haciéndose realidad el don inmerecido de su Reino que la Iglesia en cada época no
deja de anunciar. Por su Nombre lo hacemos, y en su Nombre no podemos
renunciar a contarlo y proponerlo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)