EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
lunes 18 Noviembre 2013
Lunes de la trigésima tercera semana del tiempo ordinario
Primer Libro de Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64.
De ellos surgió un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo de Antíoco, que había
estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete del
Imperio griego.
Fue entonces cuando apareció en Israel un grupo de renegados que sedujeron a
muchos, diciendo: "Hagamos una alianza con las naciones vecinas, porque desde
que nos separamos de ellas, nos han sobrevenido muchos males".
Esta propuesta fue bien recibida,
y algunos del pueblo fueron en seguida a ver al rey y este les dio autorización para
seguir la costumbres de los paganos.
Ellos construyeron un gimnasio en Jerusalén al estilo de los paganos,
disimularon la marca de la circuncisión y, renegando de la santa alianza, se unieron
a los paganos y se entregaron a toda clase de maldades.
El rey promulgó un decreto en todo su reino, ordenando que todos formaran un
solo pueblo
y renunciaran a sus propias costumbres. Todas las naciones se sometieron a la
orden del rey
y muchos israelitas aceptaron el culto oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y
profanaron el sábado.
El día quince del mes de Quisleu, en el año ciento cuarenta y cinco, el rey hizo
erigir sobre el altar de los holocaustos la Abominación de la desolación. También
construyeron altares en todos las ciudades de Judá.
En las puertas de las casas y en las plazas se quemaba incienso.
Se destruían y arrojaban al fuego los libros de la Ley que se encontraban,
y al que se descubría con un libro de la Alianza en su poder, o al que observaba los
preceptos de la Ley, se lo condenaba a muerte en virtud del decreto real.
Sin embargo, muchos israelitas se mantuvieron firmes y tuvieron el valor de no
comer alimentos impuros;
prefirieron la muerte antes que mancharse con esos alimentos y quebrantar la
santa alianza, y por eso murieron.
Y una gran ira se descargó sobre Israel.
Salmo 119(118),53.61.134.150.155.158.
Al ver a los impíos me da rabia: ¿por qué abandonan tu Ley?
Las pecadores intentaron seducirme, pero no me he olvidado de tu Ley.
Líbrame de la opresión del hombre, para que pueda observar tus ordenanzas.
Mis perseguidores se adhieren al crimen, pero se alejan de tu Ley.
La salvación está lejos de los impíos, pues no se interesan en tus preceptos.
Vi a los traidores y me dieron asco, pues no respetan tu palabra.
Evangelio según San Lucas 18,35-43.
Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo
limosna.
Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía.
Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret.
El ciego se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!".
Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
"¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó:
"¿Qué quieres que haga por ti?". "Señor, que yo vea otra vez".
Y Jesús le dijo: "Recupera la vista, tu fe te ha salvado".
En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a
Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Comentario del Evangelio por :
Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022), monje griego
Etica 5
“¡Hijo de David, ten piedad de mí!”
Has oído, amigo mío, que el reino de Dios está dentro de ti, (Lc 16,21) así como
todos los bienes eternos están en tu mano si quieres. Apresúrate, pues, a ver, a
tomar y a recibir en ti los bienes que te están reservados... Gime, póstrate. Como
en otro tiempo el ciego, di tú también hoy: “¡Ten piedad de mí, Hijo de David, y
abre los ojos de mi alma para que vea la luz del mundo que eres tú, oh Dios mío!”
(cf Jn 8,12) Así seré yo también hijo de esta luz divina. (Jn 12,36) ¡Oh clemente,
envía el consolador sobre mí para que me enseñe (Jn 14,26) quien eres y lo que te
pertenece, oh Dios del universo! Pon tu morada en mí, como lo has dicho, para que
me haga digna de morar en ti. (Jn 15,4) Dame el saber entrar en ti y poseerte en
mí. Oh invisible, dígnate tomar forma en mí para que, viendo tu belleza inasequible,
lleve tu imagen en mí, oh celestial, y así olvide todas las cosas visibles. Dame la
gloria que el Padre te dio (Jn 17,22), oh misericordioso, para que, semejante a ti
como todos tus siervos, participe de tu vida divina según la gracia y que
permanezca unido a ti, ahora y por los siglos sin fin.
(Referencias Bíblicas: Lc 17,21; Jn 8,12; Jn 12,36; Jn 14,26; Jn 15,4; Jn 17,22)
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”