CRISTO: CENTRO DE NUESTRA FE
Padre Javier Leoz
Fue el Papa Benedicto quien, hace escasamente un año, abrió el Año de la Fe y,
será el Papa Francisco quien –en esta solemnidad de Jesucristo Rey- clausure lo
que, para toda la Iglesia, ha sido un revulsivo en el seguimiento a Jesús y una
forma concreta de ahondar en aquello que decimos creer: EL CREDO.
Por ello mismo, mientras el cristiano sea cristiano y viva en este mundo, tendrá o
tendremos que aprender en un constante Año de la Fe. Es decir; acercarnos con
entusiasmo siempre nuevo a las verdades más fundamentales de nuestra fe, a
formarnos un criterio sobre las cosas del mundo y, sobre todo, a no dejarnos
confundir por un relativismo que, entre otras cosas, amenaza con descafeinar hasta
lo más sagrado. Para ello, claro está, el testimonio será la consecuencia de ese
acercamiento y conocimiento de Cristo que, Benedicto XVI, pretendió a la hora de
convocar este Año de Gracia.
1.- En esta fiesta de Cristo Rey damos culmen a este tiempo ordinario con el que
nos hemos ido sumergiendo de lleno en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
¿Lo hemos reconocido? ¿Hemos aceptado tantos dones de su gratuidad? ¿Hemos
puesto nuestros corazones a su disposición?
Al igual que los soldados puede que, también nosotros, no entendamos el lenguaje
que Jesús emplea desde la cruz. Por ello mismo, el Año de la Fe, ha tenido que
contribuir a formarnos como católicos y como cristianos. Un cristiano sin formación
queda a merced de los “listillos” del mundo.
Además, por si lo olvidamos, el eje de todo el entramado eclesial (lejos de ser sus
estructuras y sus defectos, su grandeza o su apariencia) es Cristo. En Él, por Él y
para Él van encaminados nuestros desvelos y –sobre todo- el esfuerzo
evangelizador para que, su Evangelio, sea tomado en cuenta a la hora de
reconducir este mundo un tanto despistado o perdido.
2.- Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario
contemplarlo en la cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la
forma de ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad
de Dios.
Acudamos a Cristo cuando la fachada del mundo se derrumba; cuando los otros
soberanos nos invitan a postrarnos ante ellos perdiendo la dignidad y hasta la
capacidad de ser nosotros mismos. Ese Rey que, nació pobre, pequeño, humilde, en
el silencio y que –hoy- es exaltado en una cruz (también de madera), sin
demasiado ruido (como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza
interior) nos llama a la fidelidad. ¿Queremos ser suyos? ¿Seremos capaces de
luchar por su reino? ¿No preferiremos formar parte de ese gran batallón de los que
ya no luchan, no esperan, no creen…ni sueñan?
Fiesta de Cristo Rey. Dios, en Navidad, descenderá desde los cielos para estar con
el hombre. Hoy, desde la cruz, nos enseña que –el camino del servicio, del amor y
de la entrega- es la mejor forma de ascender un día hasta su presencia. ¿Nos gusta
ese trono en forma de cruz? ¿Queremos reinar con Él?
Que este final del Año de la Fe nos ayude a colocar, si es que lo hemos apartado, a
Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestra vocación, de nuestra familia y de
nuestro pensamiento.
Ya sería bueno pensar a quiénes hemos permitido usurpar el lugar que le
corresponde a Jesús en los lugares donde educamos a nuestros hijos, disfrutan
nuestros jóvenes, se forman las futuras generaciones o mandan nuestros
dignatarios. ¡Qué bueno sería desterrar a tan nefastos reyes!
3.- REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Cuando, más allá de trompetas triunfales
anuncie, con mi propia vida y hasta con sangre
que tu reino es justicia, paz y libertad
Cuando, además de contemplar tu belleza
descubra la radicalidad de tu mensaje
la dulzura y, a la vez, la exigencia de tus palabras
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Huyendo de la grandeza y del poder
abrazando, con humildad y obediencia,
el peso de la cruz que surja por delante
Sí, Señor;
Reinaré contigo sabiendo que,
soy y no soy del mundo,
que, no siempre seré comprendido
como Tú, Señor, tampoco lo fuiste
desde el primer día de tu nacimiento
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Sin más bandera, que el evangelio en la mano
Sin más fortaleza, que el alma bien dispuesta
Sin más armas, que el amor que dinamita el odio
Sin más corona, que el servicio cumplido
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Anunciando tu misericordia y tu lealtad
Tu presencia y tu comunión con el Padre
Tu fidelidad y tu reinado de vida y verdad
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Y, con tu Espíritu, me empujarás
por el sendero de la verdad y lejos de la mentira
Apartándome de aquellos que, dicen ser de los tuyos,
pero se comportan como si nunca te hubieran conocido
Dando gracias por tu nombre y proclamando
que, Tú Señor, eres Rey, siempre Rey, sólo Rey
Amén.