SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO C
2S 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43
Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: "A otros salvó;
que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido." También los soldados
se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el Rey
de los judíos, ¡sálvate!" Había encima de él una inscripción: "Este es el Rey de los
judíos." Uno de los malhechores colgados le insultaba: "¿No eres tú el Cristo? Pues
¡sálvate a ti y a nosotros!" Pero el otro le respondió diciendo: "¿Es que no temes a
Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos
merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho." Y decía:
"Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino." Jesús le dijo: "Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Al término del año litúrgico, Hoy la Iglesia confiesa y proclama que: «Cristo es Rey
del Universo», porque en Él, a través del Él, y por medio de Él: todo ha sido creado.
Nuestro Papa Emérito Benedicto XVI dice: ᆱ…En este último domingo del año
litúrgico la Iglesia nos invita a celebrar al Señor Jesús como Rey del universo. Nos
llama a dirigir la mirada al futuro, o mejor aún en profundidad, hacia la última meta
de la historia, que será el reino definitivo y eterno de Cristo…ᄏ (Benedicto XVI,
Homilía en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, 25 de noviembre de
2012).
En la primera lectura se nos presenta a un pueblo que reconoce la acción de Dios a
través de las victorias de su rey contra los enemigos. Del rey, del linaje de David,
Israel espera un nuevo rey definitivamente vencedor. Un rey que a medida que
pasaba el tiempo, el pueblo de Israel fue entendiendo que no vencería por las
armas, sino por la vida nueva. Es necesario manifestar las características únicas del
ser rey en Israel. Este tenía como función dirigir al pueblo que se le había confiado,
guiarlo; porque es también su pastor, el elegido de Dios para su pueblo. El reinado
era una manifestación del poder de Dios. Entonces si el rey alcanzaba una victoria,
es Dios quien la alcanza. Porque Dios se manifiesta a su pueblo mediante la
presencia del rey, y a través de él hace visible su poder y su gloria. El rey es signo
de Dios pero, a la vez, es un hombre débil, y a través de su debilidad Dios
manifiesta su elección y fidelidad que sobrepasa el entendimiento humano. Esta es
la visión de Ezequiel, que anuncia al futuro rey como un buen pastor que reunirá a
las naciones dispersas. Por ello, como nos dice el evangelio, el letrero colocado
sobre la cabeza de Cristo crucificado: «…este es el Rey de los judíos…ᄏ. San
Ambrosio manifiesta al respecto: ᆱ…Con razón se impone un título sobre la cruz;
porque el reino que tiene Jesucristo no es propio del cuerpo, sino de su poder
divino. Leo el título de rey de los judíos, cuando leo, (Jn 18,36) mi reino no es de
este mundo. Leo la causa de Jesús escrita encima de su cabeza, cuando leo: (Jn
1,1) y Dios era el Verbo; (1Cor 11,3) la cabeza de Cristo es Dios. Así se nos
presenta una imagen anticipada de los sucesos de la cruz: «Jesús, era desde el
principio el Ungido, el Mesías, pero es en la cruz donde es proclamado y reconocido
como Rey…ᄏ (San Ambrosio)
Es muy importante que esta fiesta de Cristo Rey se enmarque precisamente en el
Calvario. Podemos decir que la realeza de Cristo, como la celebramos y
reconocemos también hoy, debe referirse siempre al acontecimiento que se
desarrolla en el monte Calvario, y debe ser acogida desde la realidad del misterio
salvífico que allí realiza Cristo: el acontecimiento y el misterio de la redención del
hombre. Cristo se afirma rey precisamente en el momento que, entre los dolores y
el sufrimiento de la cruz, entre las incomprensiones y las blasfemias de los que en
dicho momento le rodean, se afirma rey mientras agoniza y muere. En verdad, es
una realeza singular la suya, tal que sólo pueden reconocerla los ojos de la fe. El
Beato Papa Juan Pablo II dice: ᆱ… La realeza de Cristo, que brota de la muerte en
el Calvario y culmina con el acontecimiento de la resurrección, inseparable de ella,
nos llama a esa centralidad, que le compete en virtud de lo que es y de lo que ha
hecho. Verbo de Dios e Hijo de Dios, ante todo y sobre todo, "por quien todo fue
hecho", como repetiremos dentro de poco en el Credo, tiene un intrínseco, esencial
e inalienable primado en el orden de la creación, respecto a la cual es la causa
suprema y ejemplar…ᄏ (Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad de Cristo Rey, 23
de noviembre de 1980).
San Lucas, en el evangelio, presenta a uno que sí toma en serio la realeza del
Señor, que acoge el significado del letrero en la cruz, uno de los ladrones
crucificados con Jesús, «el buen ladrón», quien se dirige a Él: «...acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino...». No podemos conocer cómo el buen ladrón se imagina
este reinado de Jesús; pero es claro que el corazón le hace descubrir que Jesús es
Rey y que solo Él puede ayudarle Este es un primer reconocimiento de la soberanía
de Jesús, Rey sobre el mundo entero. La respuesta de Jesús no deja ninguna duda,
en la cruz da una respuesta que no es una promesa o posibilidad, esta respuesta es
una afirmación soberana: ᆱ…Hoy estarás conmigo en el paraíso…ᄏ. El buen ladrón
recibe por parte de Cristo la respuesta que, en adelante será la esperanza para
todas las generaciones hasta la consumación de los siglos: la cruz es la puerta del
paraíso, y solo con Cristo Rey, se participa del paraíso. Es oportuno citar a San
Gregorio Magno cuando dice: «...Los clavos habían fijado sus pies y sus manos a la
cruz, y nada se encontraba en el ladrón que no padeciese, más que el corazón y la
lengua. Por inspiración divina, ofreció al Señor todo lo que en sí había encontrado
libre, de conformidad con lo que está escrito: (Rom 10,10) "Con el corazón se cree
lo que es justo; con la boca se confiesa para salvarse". El Apóstol hace mención
(1Cor 3) de tres virtudes en aquél que está lleno de la gracia, y que el ladrón
recibió y conservó en la cruz. Tuvo fe, porque creyó que reinaría con Dios, a quien
veía morir a su lado; tuvo esperanza, porque pidió entrar en su reino, y tuvo
caridad, porque reprendió con severidad a su compañero de latrocinios, que moría
al mismo tiempo que él, y por la misma culpa…ᄏ (San Gregorio Moralium 18, 25)
La Solemnidad, con la que concluye el año litúrgico, trata de sintetizar la riqueza de
significado del Ser de Cristo que es: Alfa y Omega, Primero y Último, Principio y Fin
de la Historia de la salvación de la humanidad, porque con su Encarnación,
Jesucristo ha entrado en la historia: en el tiempo, para recrear lo que el pecado
había herido y trastocado, y poder así abrirnos a todo el género humano – a cada
hombre – las puertas del paraíso, que se habían cerrado por el pecado de Adán,
recreando de esta forma en el hombre, la imagen y semejanza originaria desde el
principio.
Que este Año de la Fe, que llega al término de su celebración, nos haya ayudado a
descubrir como el buen ladrón, que nuestros sufrimientos son fruto de nuestras
acciones erradas libremente (como dice San Pablo: ante Dios no hay hombre justo
por sus propios méritos); pero ante esta situación aparece el Dios de la Vida en
Cristo, que no ha venido para condenarnos, ni juzgarnos, sino para salvarnos y
liberarnos, para que vivamos en Él una vida plena como anticipo de la vida eterna;
como nos lo han testificado y garantizado la vida de nuestros santos hermanos que
nos preceden en el signo de la Fe.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar