Comentario al evangelio del Viernes 29 de Noviembre del 2013
Queridos hermanos:
Nos encontramos un día más con el lenguaje simbólico de la apocalíptica, tanto en el libro de Daniel
como en el tercer evangelio.
Dirijamos en primer lugar una mirada rápida a la visión simbólica de las cuatro fieras. Líneas después
de lo que hoy leemos, el mismo libro de Daniel nos desvela el símbolo; se trata de cuatro imperios,
para nosotros bien conocidos: el babilónico, el persa, el de Alejandro Magno y el siro-seleúcida. Los
cuatro han sido opresores de Israel, pero el último, del momento en que se escribe el libro, es el más
cruel; en él se han dado cambios de dinastía, lo que se designan mediante la imagen de los cuernos que
son arrancados, que brotan de nuevo etc.
Lo verdaderamente importante, aquello en lo que el autor pone el acento, es el final de la visión: uno
como “Hijo de Hombre”, muy cercano al Altísimo, priva a las fieras de todo su poder y a él se le da el
imperio, el honor y el reino. Nuevamente nos encontramos con la finalidad consoladora del lenguaje
apocalíptico: la última palabra la tiene el bien; el plan de Dios termina siendo realidad, a pesar de las
zancadillas que la maldad humana le haya puesto. El cristiano no puede leer aquí otra cosa que el
triunfo de Jesús, el “Hijo del Hombre”, su resurrección y su exaltación a la gloria del Padre, gloria que,
finalmente, compartirá con “los santos del altísimo” (Dn 7,18), es decir, con sus fieles, con todos los
creyentes.
El texto del evangelio es igualmente una llamada a vivir esperanzados, aun en medio de calamidades.
El autor sabe que “todas esas cosas” (en su pensamiento, la guerra judía con la destrucción de
Jerusalén y su templo) han sucedido, las han sufrido muchos de la generación de Jesús; porque la
palabra de Jesús se cumple. Pero no todo es destrucción; pesan más los signos de salvación. En esto el
pensamiento del evangelista y el de Jesús coinciden: estamos invitados a percibir en torno a nosotros
mil pequeños detalles que nos muestran la acción creadora y salvadora de Dios ya en el presente:
“levantad los ojos y mirad los campos ya dorados para la siega” (Jn 4,35).
Jesús interpretaba sus exorcismos y curaciones como signos de que “el Reino de Dios ha llegado a
vosotros” (Lc 11,20). Y Lucas sabe que en su iglesia hay creyentes desprendidos, como Zaqueo,
compasivos, como el buen samaritano, generosos, como la viejecita que echó todo en el cepillo de los
pobres… Todo ello son signos del mundo nuevo. Con razón pudo transmitirnos el dicho de Jesús,
seguramente actualizado, de que “el Reino de Dios no viene con aparatosidad… pues está en medio de
vosotros” (Lc 17,21). Jesús invitaba a ver en lo pequeño la presencia anticipada de lo más grande: en la
semilla, en una pizca de levadura… Ojalá sus palabras sigan vivas en nosotros, “no pasen”, y seamos
como Él portadores de esperanza, heraldos de buenas noticias, creadores de ganas de vivir.
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf