XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- 2Sam. 5,1-3: Ungieron a David como rey de Israel.
La primera lectura nos presenta a David como rey de Judá y de Israel. Saúl fue
rechazado por Yahvé, siendo ungido David por Samuel en su casa de Belén (cfr.
1Sam. 1,16). El texto nos narra la tercera unción por manos de parte de los
ancianos de Israel (v. 3; cfr. 1Sam. 16,1-13; 2 Sam. 2,4). David había entrado en
el ejército de Saúl, más tarde ingresa al servicio de los filisteos llegando ser
príncipe en Sequelag (cfr.1 Sam. 18, 5; 27, 6). Finalmente es ungido por las tribus
del sur en Hebrón, después de siete años le reconocieron como rey también las
tribus del norte; conquista Jerusalén y establece la capital como sede de su
monarquía. La unión de estos reinos fue más bien personal que nacional, porque a
la muerte de Salomón se separaron nuevamente; fue la personalidad carismática
de David la consiguió dicha unidad, ya que la tensiones permanecieron. La
conquista de Jerusalén, donde David fue héroe nacional, al saber dominar un
terreno cananeo, y convertirla en capital de la unidad de la monarquía es un factor
fundamental para consolidar a Israel. Estos hechos históricos son un hito
fundamental para comprender la historia de Israel. El pueblo se siente seguro y
nace la escuela de los escribas, donde se redacta la historia salvífica, indicando la
misión y destino de Israel, como fuente de salvación para toda la humanidad.
b.- Col. 1,12-20: Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
El apóstol Pablo, nos presenta el primado de Jesucristo sobre todo el cosmos y la
historia desde la creación del mundo. La predicación de Pablo se centra y comienza
con el acontecimiento de la resurrecci￳n de Jesucristo: “Primogénito de entre los
muertos” (v. 18; cfr. 1 Cor.15, 20-23; Rom. 1, 14). Cristo Jesús, es el comienzo de
la nueva creación, que llegará a su plenitud en la hora del juicio final. Esta
economía salvífíca no surge de repente, sino corresponde al pensamiento del Padre
desde la creación, es decir, volver la mirada al nuevo Adán, Cristo (cfr.1 Cor. 15,
45-48; Rm. 5). La verdadera semejanza del hombre con Dios se alcanza en Cristo,
piensa en ÉL cuando crea al hombre (cfr. Gn. 1, 26-27). El Dios vivo lo
encontramos en el Hombre que ha vencido la muerte definitivamente: Jesús. Por
esto se le llama “Primogénito de toda criatura” (v.15), el primero y lo primero de la
creación del Padre y que condiciona toda la historia de la salvación desplegada en el
tiempo. En esta economía salvífica Jesucristo, está unido a toda la realidad cósmica
del universo, que en ÉL encuentra su plenitud; Él es pleroma, plenitud de todo y
quien lo llena todo de su presencia. En ÉL encuentra el hombre y la creación su
plenitud, a la que estaban llamados desde el principio. Pero esta economía de
salvación ha llegado al hombre, desde el momento que el Salvador se abajó hasta
la miseria del hombre, para rescatarlo, asumiendo la condición de hombre, menos
el pecado y todas sus consecuencias, incluida la muerte y el dolor. Esta salvación se
hace carne y sangre, hombre entre los hombre, para salvar a los hombres.
Sumergirse en la tragedia de su pasión y muerte, Cristo, lo convierte en el gesto
salvador por excelencia: Jesucristo muere para resucitar. Los cristianos se bautizan
en su muerte y resurrección para tener vida eterna (cfr. Rm. 6). Este himno paulino
refleja la materialidad y espiritualidad de la redención humana, por lo mismo su
realismo y actualidad de una salvación que sigue actuando entre los hombres,
especialmente en su Iglesia, abierta a la vida eterna donde nos espera Jesucristo
victorioso.
c.- Lc. 23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
“Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo, si él es el Cristo de Dios, el Elegido”
(Lc.23, 35s). Este evangelio, nos sitúa en el Calvario con dos momentos
significativos: las ofensas que escucha el Crucificado de parte de los magistrados y
soldados (vv.35-38), y luego el diálogo de los malhechores con Jesucristo (vv.39-
44). Tenemos una distinción entre el pueblo y sus autoridades. Ellos se preguntan:
¿si este es el Mesías, el Salvador, cómo no puede salvarse a sí mismo? El pueblo no
dice nada ahora, pero no es capaz de superar el escándalo que le ocasiona la
muestre en cruz del Mesías. Los magistrados lo desprecian, haciendo gestos, por su
incapacidad para salvarse a sí mismo del suplicio en que está, ÉL que ha salvado a
otros, no se salva a sí mismo; ÉL que ha declarado ser, el Ungido de Dios, su
Elegido. Levantan la nariz, en se￱al de desprecio: “Todos los que se me mofan de
mí, tuercen los labios, menean la cabeza” (Sal. 22, 8; cfr. Is. 42,1; Lc. 9, 35; 4,9).
Si el contenido de esos títulos es verdad, Jesús entonces tiene el poder, que
expresan y podría demostrarlo y salvarse del suplicio. Las tentaciones del desierto
vuelven a aparecer como burlas sobre las pretensiones mesiánicas de Jesús (cfr.
Lc.4,3; 4,9; 9,35), la misma tentación se presentó en la sinagoga de Nazaret (cfr.
Lc.4,23), ahora es expresada por parte de los dirigentes religiosos, los soldados y
uno de los ladrones crucificado con ÉL a su lado, justamente antes de ser
glorificado por el Padre. Las burlas tienen un trasfondo teológico y sapiencial:
Yahvé siempre defiende al justo, ante la maldad de sus enemigos (cfr. Sab.2,18-
20; Sal. 69,22). Dios responderá a esas befas en forma insospechada. Sus mofas
eran para el rey de los judíos, como decía, el epígrafe puesto sobre la cruz (v. 38).
La impotencia de Jesús es como expresa su poder, incomprensible realidad para
nuestra razón (cfr. Sal.22,8). Los soldados le ofrecen vinagre a Jesús para calmar
sus angustias, pero acompañados de burlas. Esta acción que podía ser compasiva
iba acompañada por palabras de mofa, lo que demuestra la falta de bondad. Los
soldados se asociaron a las burlas de los dirigentes judíos: “Veneno me han dado
por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre” (Sal. 69, 22). Mientras éstos
últimos se burlan del Mesías, la soldadesca lo hace del rey de los judíos, pero que
de ser ciertas le permitirían al Mesías rey, salvarse del suplicio. El título preside
toda la escena: el rey de los judíos sometido a Roma. No se salva ni salva a su
pueblo: ¿qué tipo de reye es éste? Un Mesías crucificado, es causa de escándalo
para judíos y gentiles (cfr.1 Cor.1,23). La tabula o epígrafe escrita en griego, latín y
arameo decía: INRI, es decir, Iesus Nazarenus Rex Iudearun (cfr. Jn.19,19).
Tampoco aquí Jesús cede a la tentación de exigir el poder de Dios en beneficio
propio. “Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le dijo: Te aseguro
que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23,42s). En un segundo momento
tenemos el diálogo de ambos ladrones crucificados con Jesús, mientras el primero
se une al coro de ofensas, y lo llama Cristo, título religioso (v.39), el otro, lo llama
rey, título político, son los dos títulos sobre el que había girado todo el proceso que
lo llevó a la cruz. Ambos están con Jesús, pero el primero está sólo exteriormente,
el segundo lo está además unido a ÉL por la fe. El reo judío si era zelote, no creía
en el título de Cristo, puesto que le resultaba difícil admitir que el Mesías no iniciara
una revolución política que los salvara a todos. El otro ladrón le reprocha al primero
su falta de temor de Dios puesto que se siente ofendido por escuchar las burlas
contra un inocente; hace una doble confesión, ambos sufren justamente y merecen
dicho castigo, reconocimiento de las faltas, el primer paso para el arrepentimiento.
Este ladrón en el dolor descubre que Jesús es inocente, con lo que coincide con
Pilato y Herodes; reconoce su mesianismo capaz de salvarles. Muchos vieron a
Jesús resucitar muertos y no creyeron, ahora el ladrón lo ve muriendo, y cree. Este
es otro excluido de la sociedad que es capaz de ver más, ser más sagaz para
comprender las realidades del reino de Dios. La decisión personal, la adhesión al
Mesías Crucificado, o el rechazo, sella el destino de ambos ladrones. Mientras el
primero blasfema y exige al Mesías pruebas de su condición, el segundo, confiesa
su culpa, hace su camino de fe, se somete al sabio designio divino, reconoce en el
Crucificado, al Mesías de Dios. Con este reconocimiento le permite dirigirle una
petici￳n, que nace del mismo sufrimiento que ambos padecen. “Y decía: «Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» (v. 42). Jesús no le salva de la cruz,
ni de la muerte, pero hay otras posibilidades que están por venir; a su deseo de
querer estar con ÉL, le mira y le responde inmediatamente: “Te aseguro que hoy
estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). No será el suplicio de la cruz, lo que impida
a Jesucristo otorgar la salvación a quien la pida (cfr. Lc.22,29). Una vez más la
oración del que pide a Jesús es escuchada, como el ahora, fue la fe la que suscitó
en ellos la salvación (cfr.Lc.4,38-39; 5,12-13; 7,3-9; 7,37-50;8,41-50; 9,38;
18,37-42; 19,9-10). Las penúltimas palabras de Jesús, son toda una declaración
solemne, que más que gozar del Paraíso, contará con la presencia del Crucificado
Resucitado para siempre. Este malhechor bendecido gozará, de la cercanía de Jesús
para siempre, lo sienta a su mesa en el reino de los cielos (cfr. Lc. 22,29-30); el
buen ladrón finalmente, consiguió robar un lugar en el cielo. Si Cristo reina desde el
cielo, es porque primero reinó desde la cruz, tarea nuestra es dejarle reinar en el
trono de nuestro corazón y servir al prójimo para reinar en el cielo con ÉL para
siempre.
Teresa de Jesús, que conoció las monarquías de su tiempo, nos invita a servir a
este rey eterno: “No vendrá el Rey de la gloria a estar unido con nuestra alma, si
no nos esforzamos a ganar virtudes grandes” (CV 16,6).