XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Dn.6,11-27: Dios protege a sus escogidos.
b.- Lc. 21, 20-28: Caída de Jerusalén y venida del Hijo del Hombre.
El texto bíblico nos habla de la destrucción de Jerusalén (vv.20-24), y la venida del
Hijo del hombre (vv.25-28). Claramente se habla de una ciudad sitiada con
ejércitos que la rodean, invadida por la desolación, pero antes de su destrucción
hay tiempo todavía para la huida a los montes (cfr. Jr. 4, 7; 37,11). El evangelista
separa el tema de la destrucción de Jerusalén y el final de los tiempos. Se trata de
interpretar la abominación que lleva a la desolación, es decir, los romanos asedian
Jerusalén y la lleva a la desolación. Cuando la ciudad se vea cercada por los
ejércitos, el cristiano verá que el comienzo del Juicio de Dios es inminente.
Entregada a los enemigos, el cristiano no debe perecer con la ciudad, sino huir a los
montes. Es el tiempo de los infortunios, que los profetas habían anunciado (cfr.
1Re.9,6-8; 1Mac.1,60-61; Jer. 22,5; Miq.3,12; Dn.9,26). La mención delas mujeres
encinta, son imagen del infortunio y apuros que provoca el Juicio de Dios, pero
además, el dolor que siente Jesús por la ciudad de Jerusalén (cfr. Lc.19, 42ss). Se
siente hermano de las que sufran esta realidad, pero que con obediencia se somete
al querer de Dios manifestado en su palabra. Todo se cumple a partir del año 66-
70, en la guerra judía contra Roma, cuando Lucas escribe la ocupación todavía
tiene lugar. Jerusalén ha sido pisoteada por los pueblos gentiles, sus habitantes
caen a filo de espada (v. 24; cfr.Jer.20, 4; Dn.8,13). La palabra fue dada para
nuestro consuelo, advertencia y salvación (cfr.1Cor. 10,11). Tiempo de los gentiles
que tendrá su tiempo, luego vendrá el Juicio final y la definitiva soberanía de Dios.
Es el espacio e entran en la Iglesia las naciones y se les ofrece la salvación que
antes había ofrecido a Israel (cfr. Rm.11,25; Lc.13,35). Mientras tanto, la fidelidad
de Dios se mantiene, a pesar de la reprobación de los hombres. En un segundo
momento, el evangelio habla de los signos que precederán a la venida de Jesucristo
al final de los tiempos en el firmamento en el sol, la luna las estrellas (cfr.
Mc.13,24); en la tierra, angustia y desconcierto; en el mar, queda abandonado a su
fuerza destructora (cfr. Job.38,24), hasta las fuerzas del cielo se estremecerán
(v.26). Cuando todo se hunde, ¿qué hará el cristiano? Reconocer las señales del
que ha de venir, mientras unos bien el pánico del momento presente, otros esperan
gozosos a Cristo; sin ÉL pura ansiedad, con ÉL esperanza y confianza segura en su
palabra. Es entonces cuando el Hijo del hombre se haga visible, todos le verán,
tendrá la certeza absoluta que es ÉL. Viene en una nube, el carro de Dios, con
poder y gloria, porque el Hijo del hombre participa del señorío de Dios (cfr.
Dn.7,13s). Si hasta ahora la Iglesia y los fieles han sufrido el odio, la persecución,
cuando aparezca el Hijo del hombre, levantará la cabeza, signo de exaltación. La
Iglesia sufriente se convierte en Iglesia triunfante (cfr. Lc.1,68). Es el día de la
recolección para la Iglesia, el tiempo de la misión ha cesado, tiempo del ingreso a
los pueblos, ahora se recogen los frutos alanza así la Iglesia su plenitud y redención
definitiva en cada uno de sus hijos.
Teresa de Jesús nos enseña que uno de los grandes pilares de la oración es el
deseo de ver a Dios: “Considerando lo que gozan los bienaventurados, nos
alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos gozan” (1M 1, 3).