XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
No se encontró a ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, fieles a
Dios. También Jesús vio una viuda pobre que echaba todo lo que tenía:
tenía fe y se daba del todo
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban
donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre
que echaba dos reales, y dijo: -«Sabed que esa pobre viuda ha
echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo
que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que
tenía para vivir» (Lucas 21,1-4).
1. –“ Jesús enseñaba en el Templo ”. Jesús habla y enseña.
Después de tantos caminos, pueblos, a la orilla del mar, en las sinagogas
provincianas, enseña «en el Templo».
-“ Alzando los ojos vio a los que depositaban sus ofrendas en el
arca del Tesoro ”. Jesús, tus ojos ven, bajo el peristilo del templo, con una
galería de columnas de mármol que adornaban la fachada, ante el vestíbulo
de la «Tesorería», las trece grandes arcas, cuya cubierta formaba un
embudo o buzón de amplia ranura. Un sacerdote de servicio se ocupaba de
anotar el valor total de la ofrenda y la «intención» que le comunicaba el
donante.
-“ Vio a los ricos que depositaban sus donativos. Vio también a
una viuda necesitada que echaba unos cuartos ”. Dos «lepta»... Las
monedas más pequeñas de entonces. Jesús lo miraba. Abre mis ojos,
Señor, que sepa «mirar» mejor y en profundidad.
-“ Jesús dijo: «En verdad os digo: Esa pobre viuda ha echado
más que nadie. Porque todos esos han echado de lo que les sobra,
mientras que ella, de lo que le hace falta. Ha dado todo lo que
tenía ”. La mirada de Dios, la apreciación de Dios... ¡Cuán diferente es de la
mirada habitual de los hombres! Dios ve de un modo distinto. Los ricos
parecen poderosos, y hacen ofrendas aparentemente mayores. Pero, para
Jesús, la pobre mujer ha dado «más». ¡Cuánta necesidad tenemos de
cambiar nuestro modo de «ver», para ir adoptando, cada vez más, la
manera de ver de Dios!... los pobres, los humildes, los pequeños ¡Cuánta
necesidad tenemos de un cambio en nuestros corazones! (Noel Quesson).
Ella creyó que nadie la veía, pero Jesús sí se dio cuenta y llamó la
atención de todos. Otros, más ricos, echaban donativos mayores en el
cepillo del templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos reales que
tenía. No importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo
damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una
persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la
actitud con que se nos ha hecho. La buena mujer dio poco, pero lo dio con
humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba.
Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está
en el evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. Y si no
estuviera en el evangelio, Dios sí la conoce y aplaude su amor. ¿Qué damos
nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos?; ¿lo damos con sencillez o
con ostentación, gratuitamente o pasando factura?; ¿ponemos, por
ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la
familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos
tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el
que tiene mucho y da lo que le sobra. Dios se nos ha dado totalmente: nos
ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos, y que se nos sigue
ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros
en la entrega a lo largo del día de hoy? Al final de una jornada, al hacer
durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos
ritmando nuestra vida, ¿podemos decir que hemos sido generosos para el
bien común? Más aún, ¿se puede decir que nos hemos dado a nosotros
mismos? Teníamos dolor de cabeza, estábamos cansados, pero hemos
seguido trabajando igual, y hasta hemos echado una mano para ayudar a
otros. Nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Pero Dios sí lo ha
visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio (J. Aldazábal).
Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se hizo pobre por nosotros,
no aferrándose a su dignidad de Hijo; despojándose de todo se humilló y se
hizo Dios-con-nosotros; bajó hasta nuestra miseria para enriquecernos con
su pobreza, con aquello de lo que se había despojado; elevándonos así, a la
dignidad de hijos en el Hijo de Dios. Él se convirtió en el buen samaritano
que se baja de su cabalgadura para colocarnos a nosotros en ella; que paga
con el precio de su propia sangre para que nos veamos libres de la
enfermedad del pecado, y que con su retorno glorioso nos eleva a la
dignidad de hijos de Dios. Él no nos dio de lo que le sobraba, sino que lo dio
todo por nosotros, pues amándonos, nos amó hasta el extremo, cumpliendo
así, Él mismo, las palabras que había pronunciado: Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos. Y el Señor nos pide que por el
bien y por la salvación de nuestro prójimo no demos lo que nos sobra, sino
que lo demos todo, pues toda nuestra vida se ha de convertir en causa de
salvación para todos, por nuestra permanencia en la comunión y en el amor
con Cristo ( www.homiliacatolica.com ) .
“Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es
grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por amor, es heroísmo”
(J. Escrivá, Camino 813).
2. El libro de Daniel, que leeremos en esta última semana del Año
Litúrgico, sitúa sus relatos edificantes -no necesariamente históricos- en
tiempos del rey Nabucodonosor, el que llevó al destierro al pueblo de Israel.
Pero su intención va para los lectores de la época en que se escribió,
cuando el pueblo estaba sufriendo el ataque paganizante del rey Antíoco
Epífanes hacia el 170 antes de Cristo. Por tanto, es contemporáneo de los
libros de los Macabeos. Daniel no es el autor del libro, sino su protagonista.
Además del ejemplo de unos jóvenes en la corte real, el libro presenta unas
visiones escatológicas referentes al final de los tiempos o a la venida del
Mesías. Su estilo es el llamado "apocalíptico" o "de revelación", con visiones
llenas de simbolismo sobre los planes de salvación que Dios quiere llevar a
cabo en el futuro mesiánico, en el mismo tono como nosotros celebramos
ayer la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Tiene mérito la postura de
fidelidad a su fe de estos cuatro jóvenes, a pesar de los halagos y del
ambiente pagano de la corte real. Pero Dios está con ellos y tanto en salud
como en sabiduría son los mejores de entre todos los jóvenes al servicio del
rey.
-“ Cuatro jóvenes... Daniel Ananías, Misael, Azarías ”. Entonces,
como ahora, encuentran esos judíos en Babilonia la falta de fe, el ateísmo,
el materialismo. Acepto, Señor, contemplar ese contexto de vida.
-“ Se les enseñaba la escritura y la lengua de los caldeos... Se
les asignaba una ración diaria de los manjares y vinos del rey ”.
Estaban destinados al servicio del monarca.
-“ Los tres jóvenes eligieron «rechazar» los alimentos
paganos ”. Al cabo de diez días tenían mejor aspecto y muy buena salud.
¡Los que siguen la Ley de Dios no perjudican su salud ni su moral! Los tres
jóvenes, viviendo de legumbres, verduras y agua fresca, tienen buen
aspecto y muy buena salud, a pesar de las renuncias aceptadas por su Fe.
Es un símbolo... ¿Soy un cristiano abierto?, ¿o un cristiano sombrío,
taciturno? ( Noel Quesson).
“Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de
todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones
y sueños. Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de
eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar
con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y
Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y
problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que
todos los magos y adivinos de todo el reino”.
3. Cada vez que rezamos el "cántico de Daniel y sus compañeros" -
que a lo largo de esta semana iremos desgranando como salmo
responsorial- podríamos acordarnos de cómo ellos, envueltos en mil
tentaciones más inmediatas y atrayentes, entonan una alabanza al Dios
creador del universo, y tratar de imitar su fe y su capacidad de admiración
de la obra de Dios.
Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu
nombre santo y glorioso.
Bendito eres en el templo de tu santa gloria.
Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los
abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo”.
“Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus
invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso,
recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La
oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en
declarar infinitas veces a la amada todo su cariño. Insistir en las mismas
cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los
sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos” (Juan Pablo II).
Llucià Pou Sabaté