XXXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Sábado
El Señor nos pide vigilancia: “Estad siempre despiertos, para escapar de
todo lo que está por venir”. Ya a las puertas del Adviento, clamamos: “¡ven,
Señor Jesús!”
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Tened cuidado: no
se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la
vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como
un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre
despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por
venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre»” (Lucas 21,34-
36).]
1 . Jesús, acabas de anunciar la «venida del Hijo del hombre» sobre
las nubes del cielo... Acabas de decir que el «Reino de Dios está cerca», y
añades hoy:
-“ Andaos con cuidado que no se os embote la mente ni el
corazón... ” Nos hablas de esperanza y de confianza, y ahora de vigilancia.
-“ Que no os entorpezcan la comida, ni la bebida, ni los agobios
de la vida ”. Sabemos que un excesivo apego a los placeres, ¡entorpece la
mente y el corazón! Cuando buscamos disfrutar con exceso de esta vida,
nos olvidamos de «aquel día».
-“ Y venga aquel día de improviso sobre nosotros como un lazo.
Porque caerá sobre todos los que habitan la faz de la tierra ”. El «día»
del juicio viene de improviso. Cada segundo mueren algunos... sobre toda
la tierra mueren tantos... No sé cuantos segundos me quedan. El juicio que
cayó sobre Jerusalén debe servirnos de advertencia. Es el símbolo del juicio
que caerá sobre la tierra entera.
-“ Velad pues, y orad... en todo momento”. Sí, Jesús, Tú
aconsejabas a tus amigos que no cesasen jamás de «orar». Y san Pablo lo
repetía a sus fieles (2 Ts 1,11; Flp 1,4; Rm 1,10; Col 1,3; Filemón, 4).
«Pedimos continuamente... En la oración que sin cesar le dirigimos...
Continuamente te menciono en mis oraciones...» Hay que repetirse a sí
mismo esos consejos apremiantes de Jesús: esperanza... confianza...
certeza... vigilancia... sobriedad... disponibilidad... oración... puesto que
nadie sabe la hora.
-“ Para tener fuerza para escapar de todo lo que va a venir...”
Esta es la señal de que «aquel día» hay que unir la confianza, el gozo, la
esperanza... con trabajo, pues no hay una seguridad engañosa. Hay que
estar alerta, un peligro amenaza, hay que estar a punto de escapar.
-“ Y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre ”. Señor, te
veo «sentado a la diestra de Dios», como Hijo del Hombre que tendrás la
última palabra. Te pido ayuda para velar y orar... para estar ante ti con la
confianza en tu misericordia. ¡Ven, Señor! (Noel Quesson).
Enseña el Catecismo: “Siguiendo a los profetas, y a Juan Bautista,
Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se
pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones.
Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la
gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la
acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino. Jesús dirá en el último
día: “ Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,
a mime lo hicisteis ”ᄏ” (678).
Te digo ahora con la misa: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección, ven, Señor Jesús". Te pedimos que, «ayudados por tu
misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda
perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador
Jesucristo» (Rito de la Comunión).
2. Leemos el anuncio del "Mesías" en Daniel, el primero en considerar
la historia mundial como una preparación del «reino de Dios», y a soldar las
esperanzas humanas con la aurora de una Esperanza eterna. El «tiempo»
coexiste con la «eternidad».
Los que finalmente recibirán la realeza, son los santos del Altísimo.
¡Ah, Señor! ¡Qué divina revolución! Los «santos», en lugar de Antíoco o de
Nerón o de Hitler... ¡De ningún modo una realeza del mismo género de la
de éstos! En el plan de Dios, un «Pueblo de Santos» recibirá la realeza
conferida al «Hijo del hombre». Y san Pedro dirá a sus fieles de Roma del
tiempo de Nerón «que ellos son un pueblo sacerdotal, Pueblo de reyes,
Asamblea de Santos, Pueblo de Dios». A medida que Cristo «reúne» a los
hombres en la Iglesia, los asocia a la responsabilidad que El tiene para
realizar el proyecto de Dios sobre la humanidad (P 2,4-10). Señor, ¿qué
puedo hacer para mantener en mí esta «visión»? Señor, ¿cómo esperas que
participe yo en tu proyecto? ¡Señor, me siento tan poco «santo»! ¡Me siento
tan pobre! ¿Cómo te atreves a asociarme a tu obra. a tu responsabilidad?
Santidad no es sinónimo de aureola excepcional.
-“ Esta «bestia», este rey... Pronunciará palabras hostiles al
Altísimo y pondrá a prueba a los santos del Altísimo ”... Los santos
serán entregados a su poder por un tiempo y tiempos y medio tiempo... La
santidad es un «combate». La historia es una historia accidentada y
tumultuosa. Los «triunfos de Dios» no son muy aparentes y a menudo
quedan escondidos bajo el triunfo monstruoso de las fuerzas del mal. Las
épocas de «mártires» lo saben bien. La época de los Macabeos, la época de
Daniel, lo sabían. Todavía hoy, las «apariencias» son en contra de Dios...
¡«por un tiempo»! porque se nos ha prometido que ese triunfo del mal no
durará.
-“ Pero el tribunal se sentará, y el dominio le será quitado... Y
será dado al «Pueblo de los santos, del Altísimo» para una realeza
eterna ”... ¡Jesús, santo de Dios! Tú que te declaraste «Hijo del hombre»,
te comprometiste totalmente en ese combate contra el mal. Tú no has
reinado humanamente, has sido humilde, paciente, santo, santo, santo ante
Dios, terrible ante los demonios, sin pecado alguno. Todas las apariencias
estaban contra Jesús. Sin embargo «Yo soy Rey» (Noel Quesson).
S. Josemaría hacía estas consideraciones: “Todos percibís en vuestras
almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro
Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del
universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando:
mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas.
El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un
grito callado: serviam!, serviré. Que Él nos aumente esos afanes de
entrega, de fidelidad a su divina llamada (…) en medio de la calle. Démosle
gracias desde el fondo del corazón. Dirijámosle una oración de súbditos, ¡de
hijos!, y la lengua y el paladar se nos llenarán de leche y de miel, nos sabrá
a panal tratar del Reino de Dios, que es un Reino de libertad, de la libertad
que Él nos ganó.
Quisiera que considerásemos cómo ese Cristo, que -Niño amable-
vimos nacer en Belén, es el Señor del mundo: pues por Él fueron creados
todos los seres en los cielos y en la tierra; Él ha reconciliado con el Padre
todas las cosas, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de
la sangre que derramó en la cruz (…). Cristo, Señor del mundo : Por Él
reinan los reyes, con la diferencia de que los reyes, las autoridades
humanas, pasan; y el reino de Cristo permanecerá por toda la eternidad (Ex
15,18) , su reino es un reino eterno y su dominación perdura de generación
en generación (…) también como hombre, con aquel mismo cuerpo que
asumió en la Encarnación, que resucitó después de la Cruz y subsiste
glorificado en la Persona del Verbo juntamente con su alma humana, Cristo,
Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por Él
se mantiene en vida todo lo que vive (…).
La salvación, que predica Nuestro Señor Jesucristo, es una
invitación dirigida a todos; acontece lo que a cierto rey, que celebró las
bodas de su hijo y envió a los criados a llamar a los convidados a las bodas .
Por eso, el Señor revela que el reino de los cielos está en medio de
vosotros .
Nadie se encuentra excluido de la salvación, si se allana libremente
a las exigencias amorosas de Cristo: nacer de nuevo, hacerse como niños,
en la sencillez de espíritu; alejar el corazón de todo lo que aparte de Dios.
Jesús quiere hechos, no sólo palabra. Y esfuerzo denodado, porque sólo los
que luchan serán merecedores de la herencia eterna (…).
Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la
pena jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a
costa de vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de
los cielos es una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el
clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de
par en par. Uno de los ladrones que fueron crucificados con Jesús le suplica:
Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le
respondió: en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso .
¡Qué grande eres Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en
nuestra vida el sentido sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de
que, por amor de tu Hijo, con todas las fuerzas de nuestro ser, con el alma
y con el cuerpo podamos repetir: oportet illum regnare!, mientras resuena
la copla de nuestra debilidad, porque sabes que somos criaturas -¡y qué
criaturas!- hechas de barro, no sólo en los pies. también en el corazón y en
la cabeza. A lo divino, vibraremos exclusivamente por ti”.
3. Sigue la letanía de la persona, culmen de la creación, que bendice
al creador, Rey de todo y de todos: “ Hijos de los hombres, bendecid al
Señor. Bendiga Israel al Señor. Sacerdotes del Señor, bendecid al
Señor. Siervos del Señor, bendecid al Señor. Almas y espíritus
justos, bendecid al Señor. Santos y humildes de corazón, bendecid
al Señor ”.
Llucià Pou Sabaté