I Semana de Adviento
El Adviento, como tiempo litúrgico, es tiempo de esperanza. Decimos tiempo en
que se cumplan las promesas hechas por los profetas a Israel en relación al Mesías
que había de venir. Es el tiempo que abre el Año litúrgico, para así comenzar a
celebrar el gran misterio de nuestra fe: Dios con nosotros. Durante el año
celebraremos su misterio Pascual, hecho de la entrega de su vida para rescatarnos,
al género humano del pecado y de la muerte. La Cruz gloriosa y la Resurrección se
convierten en caminos de vida que el cristiano debe recorrer para que su condición
sea tal: como hijo de Dios revivir este misterio de muerte y de vida nueva. El
Adviento nos sitúa en los comienzos de nuestra Redención: hay un volver la
mirada, revivir grandes promesas actuadas de Dios a su pueblo de Israel que se
cumplen en Cristo Jesús en su misterio y que hoy sus frutos nos encaminan hacia
el futuro. Ese estar Dios con nosotros nos genera todo un dinamismo de conversión
a los valores del Reino: la justicia, la verdad, el amor y la paz.
Los modelos que encarnaron este proyecto de Dios en sus vidas que el Adviento
nos presenta son: el profeta Isaías, Juan el Bautista, María Santísima y San José.
Ellos acogieron el plan de salvación que desde toda la eternidad Dios tenía para el
hombre: que consiste en devolverle al creyente su dignidad de hijo de Dios, en
Cristo Jesús, pérdida por el pecado de Adán. Es el amor de Dios Trinidad, quien
elige al propio hombre para ser santo e inmaculado en el amor en su presencia
(cfr. Ef. 1,4). ¿Cómo? Configurándose el cristiano al Hijo amado, podremos
presentarnos puros e irreprensibles en el amor ante Dios Padre (cfr. Rm. 8, 29). La
santidad es la meta, Cristo Jesús, camino verdad y vida de ese mismo destino.
Con el ciclo A, comenzamos a leer el evangelio de Mateo. Por ser judío el autor de
este evangelio, quiere demostrar que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Mesías
anunciado por viejas profecías del AT. El reino de Dios anunciado por Jesús, no se
identifica con la Iglesia, pero en ella se encuentra en forma privilegiada su inicio. Es
el más eclesial de los evangelios, puesto que se resalta la figura de Pedro, signo
visible de la unidad de la Iglesia. Ella es el nuevo pueblo de Israel, compuesto por
judíos y gentiles que acogen el Sermón de las Bienaventuranzas. Las lecturas nos
sitúan entre la primera venida de Cristo y su regreso al final de los tiempos, pero
sin olvidar su continua venida a la vida del cristiano en los signos de los tiempos y
en esos acontecimientos que visita a la persona y a la comunidad eclesial por medio
de su Evangelio, La Eucaristía, el prójimo, la oración en definitiva la comunidad
eclesial.