I Domingo de Adviento, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Is. 2,1-5: El Señor reúne a todos los pueblos en su reino.
El profeta Isaías, nos anuncia el triunfo del proyecto de Dios sobre los ataques del
mal. Mientras el profeta ha descrito las acusaciones divina contra la ciudad como: la
idolatría y la injusticia, la anarquía reinante, la frivolidad de sus mujeres, la tristeza
y amargura, el pecado del que Jerusalén debe convertirse, ahora vislumbra en el
extremo opuesto el triunfo del proyecto divino (cfr. Is. 2,6-22; 3,1-15; 3,16-24;
3,25-4,1; 4,2-6). Se trata de lo que sucederá en los días futuros, en aquél día (v.2;
Is.4,2) , expresiones que con tono apocalíptico, confirman el triunfo de los
creyentes al final de la historia. Este pasaje le garantiza al creyente la victoria de
Yahvé, pero le advierte que en correr de la historia la semilla del mal convivirá con
la simiente del bien, como el trigo y la cizaña (cfr. Mt.13,24-30). La vida del Siervo
de Yahvé, como la vida cristiana es un combate contras las insidias del mal, para
que traspasado por la luz divina, resplandezca en su vida la gloria de Dios. El monte
de la Casa de Yahvé, deberá estar por sobre los otros montes que la circundan, lo
que alude, a los santuarios idolátricos, que ahogaban de alguna forma el culto del
templo de Jerusalén (cfr.1Re.11, 7; 14,23). Se trata de confesar que la Casa de
Yahvé, es el triunfo de Yahvé sobre los ídolos al final de los tiempos. Este es un
gran consuelo para Israel, lo que hace que las naciones se sientan atraídas hacia
Jerusalén (cfr. Is.2,2; 56,6-8; 60,11-14; Za.8,20; 14,16). A la conversión de
Jerusalén sigue la subida de las naciones que acudirán a la Casa de Yahvé para
adorar a Yahvé; dicha revelación al final de la historia hace que Yahvé sea el único
Dios de todos los pueblos, ya que las naciones subirán a Jerusalén para seguir sus
senderos (v.3). Estos caminos son imagen de la Ley y Palabra que los pueblos
asumirán como suyos; Ley y Palabra proclamadas desde Jerusalén, indican las
enseñanzas e instrucciones que Dios otorga a los que acuden a Él para que vivan
según sus designios (v.3). Esta victoria de Yahvé trae la paz definitiva y la justicia,
será árbitro de las naciones; paz que se entiende como armonía, es decir, justicia
social para todos. La conversión de los pueblos los convierte en instrumentos de
progreso, azadas y podaderas, y no de destrucción, espadas y lanzas, servidores
de la paz verdadera (v.4; Is.2,4-5; Jl. 4,9-11; Os.2,2; Za.9,9-11). Se podría pensar
que el profeta mira sólo al futuro, al final de los tiempos, sin embargo, la idea es
suscitar en la Casa de Jacob, a comenzar el camino de conversión a Yahvé: “Casa
de Jacob, venid y caminemos a la luz de Yahvé” (V.6; 60,1-3). La luz de Yahvé
alude a al momento de la Creación, que antes reinaba el caos, la confusión y
oscuridad, como ahora Judá y Jerusalén, amenazados por la idolatría (cfr. Is. 1,28-
31; Gn.1,2). La luz de Yahvé viene del cielo y descenderá sobre Jerusalén para que
deje de ser ciudad adúltera y convertirla en la ciudad leal, con la Palabra y la Ley,
hacia donde suben todas las naciones (cfr. Is.1, 21.26; 2,2). Una vez convertido
Israel posibilitará que la nueva Jerusalén, la Casa de Yahvé, haciendo que las
naciones acuda a Sión a conocer la manifestación del único Dios de Israel.
b .- Rom. 13, 11-14: Nuestra salvación está cerca.
San Pablo, coloca los principios de la moral cristiana, en continuidad con del AT,
moral sencilla, cuyo mirada se centra en el amor al prójimo. Los preceptos que
tocan la moral, tienen como destino y están condicionados por este amor al
prójimo. Lo que implica primero amarse a sí mismo, con una impronta personal,
para luego, pensar en el prójimo, él que no se escoge, si no que se acepta como
viene, como se presenta, es la presencia del Dios insospechado, completamente
Otro, siempre sorprendente, eterna novedad. Esta moral nos habla de la velocidad
del paso del tiempo, por lo tanto, tener en cuenta el momento presente es
fundamental (v.11) no hay que perderlo en cosas sin importancia: nada de
desenfrenos ni en lo afectivo ni sensual, el día se avecina, despojarse de las obras
de las tinieblas, nos llama a la conversión (v.13). La antítesis luz y tiniebla,
mientras esta última simboliza la debilidad, la falta de esperanza, la luz es signo de
tomar conciencia de la propia condición de hijo de Dios, avanzar por el camino de la
santidad. La moral cristiana es dinámica dentro del devenir de la historia. Nos
previene que el Día del Juicio está por venir. La salvación está más cerca de
cuando empezamos a creer, si hemos hecho el trabajo de creer cada día, las
veinticuatro horas en el Señor Jesús. Caminar en la luz es tener conciencia clara de
vivir en la presencia del Señor. Las armas de la luz: son la Palabra y la gracia de
Dios, para iluminar las propias oscuridades, estado de confusión; no caer en las
trampas y resistir los ataques del enemigo. Conducirse en pleno día, es vivir y
hablar de la fe que ilumina los caminos del espíritu humano, llenan de luz hasta el
propio mediodía, porque arde en lo profundo de su ser el amor de Dios. Es el paso
de la confusión moral reinante ayer y en muchos ambientes de hoy, a la luz de
Cristo, como el ciego que quería ver, fijar la mirada en ÉL, para salir del fango a
poner los pies, arrimarse a la roca firme que es Cristo.
c.- Mt. 24, 37-44: Estad alerta para no ser sorprendidos.
El evangelio tiene dos momentos: habla de la vigilancia ante la inminente venida de
Cristo como Juez de la historia (vv.37- 41), y la parábola del dueño de casa
vigilante (vv.42-44). Jesús nos señala que nadie sabe cuándo vendrá el día del
Juicio, ni el Hijo lo sabe, sólo el Padre (cfr. Mt. 24,36), con esto de no saber el día y
la hora no debe llevarnos a caer en la indiferencia o negligencia en el tiempo en que
vivimos. Jesús hace alusión a los tiempos de Noé en que la gente vivía una vida
normal: preocuparse de la comida, tomar mujer o marido para casarse, ignorantes
del castigo que les esperaba por su vida lejos de Dios. Noé sabía y cuidaba proteger
a su familia entre las burlas de sus contemporáneos. De un de repente todo
cambió, vino el diluvio, los que se sentían seguros fueron arrebatados (v.39).
Vivían en la completa despreocupación de su destino final, el modo de pensar
humano resulta a veces una necedad y la obediencia de Noé, aparente necedad,
resulta ser sabiduría de Dios. El disfrute de la vida, era su seguridad, pero en ello
estaba su propia destrucción; el cristiano experimenta a lo largo de la vida si el
edificio que construye tiene sólidos fundamentos o si se desploma por lo
inesperado. El cristiano debe contar siempre con lo desconocido, no sentirse
seguro, sobre todo ante la venida del Señor Jesús, donde el ejercicio de la
esperanza teologal resulta fundamental; la vida del creyente está sellada por la
tensión que pone el Espíritu, la del seguro de sí mismo, es perezosa y pesada de
llevar (cfr.1 Pe 3,20). La imagen de los que están en el campo y las mujeres en el
molino se diferencia en la actitud interior, externamente, nada las diferencia; en lo
interior está la diferencia, mientras una pertenece al grupo de los desprevenidos, el
otro es de los conocedores de la voluntad de Dios. Unos cuentan consigo mismos y
su proyecto de vida, está sólo trabajando, los otros cuentan con la vista del Señor,
trabajan con el Señor; unos duermen en lo interior, los otros trabajan despiertos,
no es lo que se hace lo que importan sino cómo se realiza esa labor. En un segundo
momento, tenemos esta parábola sobre el dueño de casa que si supiera cuando
vendrá el ladrón, estaría despierto, de ahí que como no sabemos ni el día ni la
hora, hay que siempre estar preparado. Jesús acentúa que el Hijo del hombre
vendrá cuando menos le piensen, de forma sorprendente y repentina, vendrá el
Señor. Se puede comprender también esta segunda venida del Señor con el día de
la propia muerte. Ejercitarse para la Parusía, contar con la propia muerte es señal
de la actitud del cristiano que cuenta en su vida con la venida del Señor. Cuando
venga Cristo unos serán llevados a la vida eterna, porque le pertenecen, y otros
serán dejados en la perdición por no haberse convertido. Tiempo de esperanza
fuerte y decidida por la iniciativa de Dios que quiere recrearnos en su Hijo, con la
fuerza amorosa de su Espíritu Santo, que quiere soplar fuerte en nuestra existencia
para borrar el pecado que nos separa de Dios y de los hermanos.
Juan de la Cruz, nos invita a emprender el vuelo místico con una puesta en verso
del comienzo del prólogo del evangelio de Juan y contemplar al Verbo, la Palabra
del Padre, en su vida en el seno trinitario. “En el principio moraba/ el Verbo, y en
Dios vivía,/ en quien su felicidad/ infinita poseía. // El mismo Verbo Dios era,/ que
el principio se decía;/ él moraba en el principio,/ y principio no tenía.” (Romance In
principio erat Verbum vv. 1-10).