I Semana de Adviento
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Is. 4,2-6: El germen de Yahvé.
El profeta Isaías, nos presenta una profecía mesiánica que denuncia el pecado de
Jerusalén que debe convertirse de su deslealtad, pero con este anuncio destaca
cómo Dios purificará la ciudad y cómo la gloria del Señor protegerá Sión. El profeta
declara que a pesar del pecado del hombre, el proyecto de Dios triunfará; el Señor
desea la conversi￳n de la naci￳n y no que perezca. “Aquel día” (v.2), que siempre
encabezaba anuncios de un proceder injusto e idolátrico, ahora habla de salvación,
del triunfo del “germen de Yahvé” (v.2; cfr. Is.4, 2.6; 2,20; 3,18; 4,1). Esta
expresión podría alimentar la esperanza de la restauración de la dinastía davídica.
En concreto se referiría a Zorobabel, nieto del rey Joaquín, llevado al destierro de
Babilonia (cfr. Zac.3,8; 6,12). Zorobabel efectivamente volvió a Jerusalén con un
grupo de exiliados, en tiempos de Darío I, pero los intereses políticos de los persas
y la intervención de los que no querían la monarquía, hizo que no se nombrara a
nadie rey. Sin embargo, la tradición judía y cristiana en el germen de Yahvé ve el
anuncio de la llegada del Mesías, el Ungido. Luego del exilio se terminó la dinastía
davídica, se comenzó a esperar la llegada de un futuro rey Mesías, que rigiera la
nación por medio de la Ley (cfr. 2Re.2,24). El NT contempla en Jesús de Nazaret, al
deseado Mesías, luz que viene de lo alto, que anuncia su nacimiento por medio de
su estrella que procede del Oriente (cfr. Lc.1,78; Mt.2,2). Germen de Yahvé, se
referiría más bien, a los israelitas fieles al Señor en medio de las en medio de las
tribulaciones de Jerusalén, y fruto del Señor (v.2), simboliza a los israelitas leales,
frutos de la tierra que el Señor les regaló (cfr. Dt.1,25). Ellos son gloria de Israel,
puesto que gracias a su entereza, se mantiene la presencia de Yahvé en medio de
su pueblo (Is.42,2; 52,1; 60,21). Estos israelitas son denominados santos (v.3),
siendo conscientes que sólo Dios es Santo (cfr. Lv.19,2). El hombre es santo, sólo
cuando el hombre refleja dicha santidad, porque ha acogido en su corazón la
bondad de Dios, la persona es hace santa porque refleja la intimidad divina en la
sociedad. Esto santos están inscritos en el libro de los vivos de Jerusalén, el Libro
de la vida, porque Dio es el Dios de la Vida, mientras los ídolos los devoran en la
muerte. Estos israelitas fieles no se han dejado seducir por la idolatría,
manteniendo su opción por Yahvé. Estar inscritos en el Libro de la Vida, es otra
manifestación de proclamar la santidad de estos fieles, ya que la capacidad divina
es comunicar la vida, otro matiz que define la santidad de Dios (cfr. Is. 4,3; Ex. 32,
32-33; Sal. 69,29; 139,16; Dt.32,29; Is.46-47; Mt.26,63; Lc.10,20; Ap.20,12).
Este es el resto de Israel (v.3), en quien reside la fuerza para levantar a Israel
como pueblo de Dios (cfr. Is.6,13;7,3;10,19-21; 28,5-6;37,4; 37,31-32;
42,9;43,19;44,4;45,8; 55,10;58.8). Si bien la presencia del resto asegura la
presencia de Yahvé, la conversión procede de ÉL, no sólo del esfuerzo humano. El
Señor purificará la inmundicia, la idolatría simbolizada por restas hijas de Jerusalén
(v.4), la sangre, es decir, la injusticia de los poderosos. Una vez purificada la
ciudad y sus habitantes se reunirán en asamblea santa, que proclama la gloria de
Dios, protegido por la nube y el fuego, de día y de noche, es decir envueltos por la
presencia de Yahvé (cfr. Ex.13,21-22; 33,9; 40). Se trata del encuentro del
hombre con Dios, que ahora celebra el verdadero culto y practica los mandamientos
divinos, es la comunidad fiel a Yahvé y su gloria protege a Sión del calor y la lluvia,
imágenes de la tentación idolátrica que amenaza al pueblo escogido.
b.- Mt. 8, 5-11: No he encontrado tanta fe en Israel.
El evangelio nos presenta la curación del criado del centurión. Por dos veces llama a
Jesús, Señor (v. 5 y 8), es decir, lo reconoce como Mesías, le presenta la situación
del enfermo, pero sin pedirle su intervención. Jesús comprende lo que desea y
decide ir a curarlo (v.7). La reacción del centurión: ¿cómo un judío iba a entrar en
casa de un pagano, quedaría impuro si ingresaba en su casa? El centurión reacciona
y se considera indigno de recibirlo en su hogar; es la actitud del hombre que con
humildad se reconoce pecador ante Dios. “Se￱or, yo no soy digno de que entres
bajo mi techo, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano” (v.8). Cree
que Jesús tiene autoridad y poder para sanar sin que tenga que ir personalmente.
Basta que diga una sola palabra para superar la enfermedad. Establece una
comparación entre su autoridad sobre sus soldados y la de Jesús sobre los poderes
de la enfermedad; él manda y se le obedece, basta su palabra y que a distancia se
cumple lo ordenado, pero ante la palabra de Jesús, la suya no es nada, ya que a su
sola palabra, sin tocar al enfermo, a distancia, sin verlo siquiera, lo podría sanar
completamente. El centurión se ha formado una gran idea de Jesús. Ante estas
palabras Jesús queda maravillado, admirado: “En Israel, en nadie he encontrado
una fe tan grande” (v.10). Jesús reconoce y alaba la fe del centuri￳n, la confianza
en la palabra y presencia de Dios en su vida. Jesús llama fe a la idea que tiene de
Dios y la confianza que tiene en ÉL. Es la actitud de quien presenta su necesidad, y
la respuesta la deja en las manos de Dios. Es la actitud de fe necesaria del hombre
frente a Dios, lo que Yahvé quiso encontrar en el AT, y que Jesús desea ahora en
quien le escucha y sigue o le pide un milagro. Muchos de los que vendrán de los
cuatro confines del mundo, no serán judíos, y se sentarán en el banquete del reino
junto a los grandes Patriarcas (v.11). Lo que anuncia que Israel no logra tener ese
grado de fe y por ello será juzgado. Ellos eran los destinatarios por sangre y
descendencia, los destinatarios naturales para participar en dicho banquete, y por
ello creían que al final de los tiempos sería los primeros partícipes por ser parte de
la familia de los Patriarcas. Juan el Bautista y Jesús echan por tierra dicha hipótesis,
el primero destruyó la confianza en dicha filiación sanguínea, puesto hasta de las
piedras Dios puede sacar hijos de Abraham y Jesús va más allá todavía, los
verdaderos hijos de Dios serán los que tengan una fe como la del centurión (cfr.
Mt.3,9). Los profetas lo habían anunciado: la peregrinación de los pueblos paganos
que buscan a Dios. Con ellos se cumple la promesa mejor cumplida: la participación
en el reino de Dios. Los hijos del reino, son los israelitas según la carne, herederos
nativos del reino; pero precisamente ellos no serán admitidos en el banquete
celestial, es más, serán arrojados fuera, a las tinieblas, donde de pura impotencia,
por no poder ingresar, habrá llanto y rechinar de dientes (v.12). Lo que decide
nuestra suerte es una fe grande, como la del centurión, que recibe lo que pide de
Jesús de Nazaret.
San Juan de la Cruz, nos recuerda que el Hijo es el Verbo del Padre, rostro visible
del Dios invisible, y por lo mismo, su Palabra más íntima, debemos escucharla,
como si el mismo Padre hablara a cada uno en forma personal. Tiempo de gracia y
de verdad, para testimoniar su venida día a día y abrir espacios de esperanza
teologal para Dios en esta sociedad que no recibe de buena gana al que viene.
Escribe en místico carmelita: “El era el mismo principio; por eso de él carecía. / El
Verbo se llama Hijo/ que de el principio nacía; / hale siempre concebido y siempre
le concebía; dale siempre su sustancia / y siempre se la tenía” Romance acerca de
la Trinidad (vv. 10-15).