I Semana de Adviento
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Is. 29,17-24: El triunfo de la justicia.
El triunfo de la justicia tiene un objetivo. No dañar al país, sino propiciar la
conversión. Dios implanta la justicia sobre su pueblo. Lo primero es descubrir por
medio de su clarividencia divina, los planes de los malvados de la nación (Is. 29,15-
16). En un segundo momento, el texto que nos ocupa, nos presenta cómo libera
Yahvé a los humildes de la opresión de los enemigos de Israel (vv.17-21), para
terminar restaurando la casa de Jacob y los descarriados alcanzarán inteligencia y
aprenderán doctrina (vv.22-24). El texto comienza con el lamente de Yahvé por los
que bien en las tinieblas, es de, lejos de Dios. Son los que viven en la oscuridad de
las tinieblas, son imagen de un pueblo ciego y sordo a la palabra de Dios, que se
hunde en su propio pecado (cfr. Is.28,10-11; 28,13; 42,18-23.24-25). Los
malvados hacen sus obras creyendo que Dios no les ve, pero ÉL ve en las tinieblas,
por ello, rebate el error de los pecadores, como la arcilla con el alfarero, el Señor es
el alfarero y el hombre la vasija (v.16; Gn.2,7). Israel debe dejarse moldear por las
manos de Yahvé, para reflejar la gloria de Dios en medio de las naciones y
conducirlas a Jerusalén para subir a adorar a Yahvé 8cfr.Is.43,1-7; 66,18-22).
Israel abandonó el camino de Yahvé, desoyó la voz profética, lo que los llevó a la
ruina, al exilio, donde Dios hizo nacer un nuevo pueblo, a pesar de las tinieblas, fue
donde engendró al resto de Israel (cfr. Jer.27; 52; Sal.139,11-12; Dn.2,22). El
pueblo triunfante, en un segundo momento, el Líbano simboliza a los dirigentes de
Israel que tras la bendición divina, se convierten en un vergel del que nace el
progreso luego de la bendición divina (cfr. Is.37,24; 2,13; 10,34). La nueva
realidad social, la intervención divina, hace que los sordos oigan, los ciegos vean,
se alegren los pobres en Yahvé, es decir, perciben a Dios actuando en la historia de
los hombres (cfr. Is. 6,3; 29,18-19; 35,5; 41,16-21). La paz nace una vez que han
desaparecido los tiranos, cesa la maldad, la iniquidad de los jueces y toda opresión.
El triunfo vendrá con el rescate de Abraham de la idolatría, rescatado para el
encuentro con Dios, hizo una ruta teológica, abandono de la idolatría, para
disponerse al encuentro con el Dios de la vida (v. 22; cfr.Is.2, 20-21;.41,8; 51,2;
Rt.4,1-11). Cuando Israel se decida en santificar al Santo de Jacob (v.23), es decir,
opte por ser santo, entonces será reflejo de la santidad divina. Cuando Israel
camine en la ruta de la santidad, el Nombre de Dios, su presencia, morará en el
país, y cada israelita se considerará, obra de sus manos (v.23; cfr.Gn.1,26).
Convertido en imagen de Dios, toda la nación alcanzará su plenitud, y la sabiduría
les hará caminar según los planes de Yahvé.
b.- Mt. 9, 27-31: Hágase en vosotros según vuestra fe.
El evangelio nos presenta a Jesús, la sanación de dos ciegos que le piden a Jesús
tenga compasión de ellos (v.27), aceptó la fe de los ciegos y los sanó. Su
testimonio será creíble cuando narren lo acontecido según mandaba la Ley de
Moisés (cfr. Dt. 19,15; Mt.8,28-34; 18,16). Si bien en su petición piden
misericordia al Hijo de David, Jesús comprende que los libre de su sufrimiento;
según su fe lo decisivo es que Jesús sea misericordioso con ellos. Los dos ciegos lo
proclaman Hijo de David, reconocen en Jesús, lo que el pueblo ve, pero no le sido
descubierto. Es la fe la que ha brillado en sus vidas, han reconocido en Jesús lo que
realmente es: el Hijo de David, el Mesías (cfr. Mt.1, 1.20). A la súplica de
misericordia, Jesús responde con la dignidad de Hijo de David, es decir, como
Mesías misericordioso (cfr. Jn.20,29). Como todo un Maestro, examina si esa fe de
los dos ciegos está bien orientada, les pregunta si creen que pueda hacerlo, ellos
creyeron firmemente en que podía hacerlo, y consiguieron lo que querían: volver a
ver. Se abrieron sus ojos (v. 30; cfr. Jn. 9,39). La profecía de Isaías se cumple
plenamente porque en los tiempos del Mesías, triunfa la justicia y la fe, por sobre el
dolor y los malos designios; tiempo de esperanza y gozo en el Señor (cfr. Is. 29,
18; 35, 5; Is. 42,7). Jesús, para el evangelista, es el que trae la salud, realiza las
esperanzas de un futuro en Israel, pero ya presente, en Dios que interviene por la
acción de su Mesías. Jesús les manda no contar a nadie lo ocurrido, todo debe
permanecer entre ellos y Dios, pero no le hicieron caso, y salieron divulgando por
todas partes lo acontecido en sus vidas. Ahora Mateo nos presenta al Mesías
taumatúrgico, de los milagros (cc. 8-9), antes nos había presentado al Cristo o
Mesías de la Palabra (cc. 5-8), con lo cual afirma explícitamente la mesianidad de
Jesús: es el hijo de David, el Mesías que nace de su descendencia (cfr. Mt. 1, 1-
25); si les manda callar es para que se entienda bien su carácter de Mesías de Dios.
Queda siempre su misterio, que se descubre sólo por vía de la fe, sin ella
permanece oculto. Muchos hoy van por la vida como ciegos, necesitan la luz de
Cristo para sus vidas. Siempre es tiempo de conversión, más en este tiempo de
Adviento, dejémonos iluminar por el Sol de Justicia que viene de lo alto: Jesús el
Señor.
San Juan de la Cruz, nos remonta a la vida intratrinitaria del Verbo, donde el amor
es la esencia de su convivencia. Si la Trinidad es comunión de amor, la vida del
cristiano por lógica está llamada a ser comunión con los Tres y con los demás.
Escribe: “Este ser es cada una/ y éste sólo las unía/ en un inefable nudo/ que decir
no se sabía; por lo cual era infinito/ el amor que las unía, /porque un solo amor tres
tienen, / que en su esencia se decía: / que el amor cuanto más uno/ tanto más
amor hacía” Romance acerca de la Trinidad (vv. 40-45).