DOMINGO I DE ADVIENTO (A)
Homilía del P. Ignasi M. Fossas
1 de diciembre de 2013
Is 2, 1-5 ; Sal 121; Rom 12, 11-14 ; Mt 24, 37-44
Las lecturas de este primer domingo de Adviento, con el que volvemos a comenzar el
año litúrgico, nos invitan a volver al núcleo de nuestra vida cristiana, a revivir el inicio
de nuestra amistad con Jesucristo. La Palabra de Dios que nos ha sido dirigida,
hermanas y hermanos, se puede resumir en tres verbos y en dos sustantivos. Tres
verbos: velar, desnudarse y revestirse, y dos sustantivos: el nombre de una ciudad, de
la ciudad elegida: Jerusalén y una actitud característica del cristiano: la alegría.
Empezamos por los verbos. Velar. En el Evangelio según San Mateo, Jesús nos
anima decididamente: Velad... estad también vosotros preparados, porque a la hora
que menos penséis viene el Hijo del hombre . A menudo pensamos que lo tenemos
todo previsto en la vida, todo controlado, todo asegurado. Incluso algún autor (Gabriel
Magalhaes) ha dicho que nuestra generación ha sustituido la Fe para la Seguridad.
Todos sabemos, sin embargo, por experiencia, que en cualquier momento se puede
producir un hecho sorprendente, algo imprevisto que puede voltear nuestra vida.
¿Quién no ha vivido algo parecido con la muerte súbita y inesperada de un ser
querido, o con el diagnóstico de una enfermedad grave? Entonces nos sentimos
desconcertados, porque no contábamos con esta realidad. El Señor nos recuerda, en
el evangelio de hoy, nuestra condición de peregrinos en este mundo, la precariedad de
las cosas de aquí abajo y la importancia de estar atentos, estar bien despiertos porque
cuando vuelva el Hijo el hombre, cuando Jesucristo vuelva glorioso al final de los
tiempos, no nos encuentre distraídos ni desprevenidos. San Pablo insiste en la carta a
los Romanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse .
El segundo verbo es: desnudarse. Para poder velar y estar a punto, para vivir como
corresponde a los discípulos de Cristo, conviene dejar de lado lo que nos puede
estorbar, lo que más bien nos crea dificultades y nos da sueño. Dejemos las
actividades de las tinieblas , dice San Pablo. Y esto se concreta en: nada de comilonas
ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias . De la
misma manera que quien quiere mantener la salud corporal debe velar sobre su
alimentación, debe procurar hacer ejercicio físico y tener hábitos sanos, igualmente
quien quiere vivir atento y velar por su salud espiritual, debe despojarse de todo lo que
lo aleja del camino de la vida.
Naturalmente, el último verbo es: revestirse. El vestido tiene una función práctica y una
dimensión simbólica. A menudo con el traje decimos quiénes somos o quienes
queremos ser. Por eso el apóstol Pablo lo resume con esta expresión tan viva: Vestíos
del Señor Jesucristo . Ser revestidos de Cristo significa ser transformados interiormente
por su Espíritu Santo, quiere decir que seamos hijos en el Hijo. Cristo es nuestra
fuerza; con Él podemos vencer el pecado y la muerte y podemos ser fuertes en el
combate: revistámonos la armadura del combate a plena luz ... La imagen del día y de
la noche sirven, también, para expresar plásticamente el alejamiento o la proximidad
respecto al Señor. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad , nos recordaba el
apóstol, y el profeta Isaías llama a los israelitas Casa de Jacob, ven;
caminemos a la luz del Señor.
El nombre de Jerusalén, la ciudad elegida, la ciudad santa por excelencia, nos
recuerda que nuestra salvación es un hecho personal pero no individualista. La fe
cristiana se vive en comunidad, en el seno de la Iglesia que es la nueva Jerusalén.
Para los discípulos de Cristo, la referencias a la ciudad de David tienen un eco de
plenitud en la Iglesia: ... porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del
Señor… Desead la paz a Jerusalén. Y estrechamente ligado con Jerusalén, por la
etimología del nombre, encontramos el tema de la paz. Él (Dios) pondrá paz entre las
naciones y apaciguará todos los pueblos... No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra. ... dice el profeta Isaías; y en el salmo responsorial
cantábamos : Por mis hermanos y compañeros voy a decir: «La paz contigo». .
Y, finalmente, la alegría, la alegría de llegar a Jerusalén, de llegar al final de la
peregrinación, la alegría del encuentro cotidiano con Jesucristo en su Palabra, en los
sacramentos, en el amor a los demás; la alegría que es fruto de la esperanza en el
encuentro definitivo con el Señor. ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa
del Señor»! Y hoy en maitines decíamos; alégrate, ciudad de Jerusalén, vendrá tu
Rey. Sión, no temas, vendrá pronto tu salvación . Un tema, el de la alegría, que
reencontraremos el tercer domingo de Adviento.
Velar porque sólo si estamos despiertos nos podemos dejar encontrar por Cristo,
despojarse de las obras propias de la oscuridad y revestirse de Jesucristo, el Señor. Él
nos llama a vivir con estas características nuestra vida de discípulos, dentro de la
nueva Jerusalén que es la Iglesia, con la alegría y la alegría de sabernos amados y
salvados por Dios. Amén.