Solemnidad. Natividad del Señor (25 de diciembre)
LECTURAS:
PRIMERA
Isaías 52,7-10
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz,
que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu
Dios!» ¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus
propios ojos ven el retorno de Yahveh a Sión. Prorrumpan a una en gritos de júbilo,
soledades de Jerusalén, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha rescatado a
Jerusalén. Ha desnudado Yahveh su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y
han visto todos los cabos de la tierra la salvación de nuestro Dios.
SEGUNDA
Hebreos 1,1-6
Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por
medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo
a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual,
siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo
con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se
sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los
ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En
efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: "Hijo mío eres tú; yo te#engendrado hoy"; y
también: "Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo?" Y nuevamente al
introducir a su Primogénito en el mundo dice: "Y adórenle todos los ángeles de
Dios".
EVANGELIO
Juan 1,1-18
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada
de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por
Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de
la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la
conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la
cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la
Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: "El que viene detrás de
mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo". Pues de su plenitud
hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de
Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha
visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.
HOMILÍA:
La fiesta de la Navidad sólo tiene una razón, recordar el amor que Dios nos tiene.
Como dice san Pablo: "“Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación:
Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores"” (1a.Timoteo 1,15).
Esa fue la finalidad de la venida del Hijo de Dios al mundo. Y sólo El podía
salvarnos.
Por más que en el Antiguo Testamento se ofrecían sacrificios de animales, ninguno
de ellos tenía poder para darnos salvación. Era, si se quiere, una muestra del
agradecimiento de los creyentes hacia su Creador, pero nada más.
El autor de la carta a los Hebreos se encarga de decirnos que los sacrificios
antiguos no fueron agradables a Dios, pues sólo una víctima sin mancha, Jesús el
Cristo, podía alcanzar para nosotros el perdón de los pecados y la salvación eterna.
Esa fue la causa de que un ángel anunciara a los pastores: "“No teman, pues les
anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lucas 2,10-11).
Las buenas noticias causan siempre alegría, y ésta era la mejor noticia de todas,
pues la salvación que Jesús venía a traer no era para unos pocos años sino para
toda la eternidad.
Esta noticia resulta tan grande y maravillosa, que muchos no se la llegan a creer.
Piensan que se trata de algo muy bello, algo así como un cuento de hadas, que no
es realidad sino pura fantasía.
Pero los cuentos de hadas han sido inventados por los hombres, precisamente
porque todos soñamos con la felicidad.
Sin embargo, la noticia de la salvación nos viene directamente de Dios, que no es
autor de fantasías ni cuentos, sino el que nos ha creado al igual que todo lo que
vemos.
Si la creación es, en sí misma, causa de constante admiración para todo el que
tenga alguna sensibilidad, es algo también que no podemos abarcar, porque somos
muy limitados. El Creador se ha desbordado en generosidad, haciendo un mundo
de infinitas maravillas.
Hemos sido puestos en la tierra con la capacidad para admirar y disfrutar de todo lo
que Dios ha puesto a nuestra disposición. Pero tenemos el peligro de confundirnos
y pensar que todo ello fue hecho por azar, sin la intervención divina, para que lo
disfrutemos por un breve tiempo y luego volvamos a la nada de la que fuimos
sacados.
Esto sería totalmente absurdo, y haría de nuestra existencia algo miserable, ya que
tenemos en lo más profundo del ser unas ansias locas de vivir, y vivir felices.
Dios tuvo un plan para los seres humanos. La Biblia nos dice que ese plan fue roto
por el pecado, ya que los seres humanos no quisieron obedecer al Creador. Hubo
un rompimiento y como una enemistad entre el Creador y sus criaturas.
Con todo, Dios nunca se olvidó de ellas. Dejó pasar el tiempo, pero al fin decidió
recrear su plan para rescatar a los seres humanos del abismo en que habían caído.
Primero señaló un tiempo de preparación, eligiendo a un pueblo que recibiese las
buenas nuevas de que el Salvador estaba en camino.
Los profetas se encargaron de señalar la forma de estar preparados, aunque no
todos obedecieron y abrieron sus corazones a la espera del Mesías, el Cristo, el
Ungido de Dios.
Pero siempre hubo quienes aguardaban su venida, que ocurrió al fin cuando el
pueblo elegido se hallaba en penosa situación, sometida a un poder extranjero.
Las vicisitudes que ese pueblo había sufrido le hicieron pensar a muchos que la
salvación consistiría en el fin de la opresión, siendo el Mesías un caudillo poderoso
que restauraría a Israel como país independiente y libre.
Pero el Mesías no vendría para salvar un pueblo. Israel fue elegido para preparar su
venida, pero la salvación era para todos los seres humanos.
Esta sigue siendo la buena noticia que los discípulos de Jesús tenemos que
propagar. Su salvación no ha terminado. No se trata de algo temporal o material
que nos haga más ricos o poderosos. Precisamente el poder y el dinero pueden
convertirse en los grandes obstáculos para conseguir esa salvación que Dios nos
ofrece.
Fuimos rescatados con la sangre de Jesús para que seamos los hijos de Dios. Jesús
nos ha hecho ciudadanos del Reino. Y este Reino no tiene fin.
El nacimiento de Jesús fue el comienzo. Su muerte y resurrección fue la realización.
Cada uno de nosotros ya puede experimentar esa nueva vida que recibimos por los
méritos del sacrificio redentor de Cristo.
Pero el premio no lo recibiremos en la tierra. Nada de lo de aquí abajo puede llenar
nuestro corazón. Dios nos ha puesto aquí para que luchemos por ese premio que
sólo será nuestro si seguimos a su Hijo. No lo tendremos si no demostramos que
estamos dispuestos a todo para conseguirlo. Y aunque no podamos merecerlo, pues
está por encima de nuestras fuerzas, hubo Alguien que se hizo uno de nosotros
para que ese premio fuese una realidad.
Alegrémonos, pues, queridos hermanos.
En Belén de Judá nos nació un Salvador, el Mesías, el Señor.
¡Feliz Navidad!
Padre Arnaldo Bazan