SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO A
(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)
Fue conocido por sus ayunos. Se vistió de ropa extraña. Aunque no era
gobernador, los pudientes vendrían a consultarlo. ¿Tengo en cuenta Juan Bautista
como lo encontramos en el evangelio hoy? No, estoy pensando en un héroe
moderno. El mahatma Gandhi vivió con toda el carisma que hace a Juan Bautista
sobresalir como el profeta preeminente de su edad.
Hombres de todas partes van al desierto para escuchar a Juan. Lo escuchan
describiendo a Dios como asqueado con el pueblo judío. Asienten con la cabeza
cuando Juan nombra sus pecados – la lujuria, la codicia, el engaño – y prescribe su
bautismo les ofrece remedio para quitárselos. Pero lo más provocativo es cómo
Juan cuenta del Cristo: listo para barrer a todos los no arrepentidos en una
conflagración.
Sin embargo, no hemos experimentado a Jesús así. Al contrario, leemos en los
evangelios Jesús predicando a Dios como si fuera un padre de familia preocupado
más por los desviados que los cumplidos. Los evangelios no retratan a Jesús con
látigo en mano para castigar a los pecadores sino con una invitación en sus labios
para convencerles a cambiar sus modos. Donde Juan Bautista sólo puede imaginar
la ira de Dios, Jesús hace hincapié en Su gran afecto hacia los hombres y mujeres.
Cada segundo domingo de Adviento la Iglesia nos presenta a Juan como símbolo
del tiempo. Ciertamente Juan se muestra como el pregonero del salvador. De
hecho, se distingue como el primer hombre para anunciarlo como en la puerta. Sin
embargo, Juan se equivoca en su entendimiento de Jesús. Al menos falla a
mencionar su afecto para todos – tanto los pobres como los ricos, tanto los
analfabetos como los cultos, tanto los gay como los heterosexuales. Por eso hay
otro icono de Adviento. A través de este tiempo escuchamos a María
instruyéndonos acerca de Jesús. Mañana vamos a celebrar su inmaculada
concepción como un don especial de Dios concedido para reconocer la santidad de
su hijo. Y el jueves festejaremos a la Guadalupana que ha reflejado el amor de
Jesús a millones a través de los siglos.
Muchos hoy en día preguntan: “Si Dios es puro amor, ¿es necesario hacer caso a
las amenazas del Bautista?” Y “¿No es que Dios perdone todos nuestros pecados?”
Sí, Dios perdona todos los pecados; sin embargo, tenemos que arrepentirnos de
ellos. Pues Dios – como todos padres dignos del nombre – quiere que nosotros lo
sigamos en la virtud. Porque el pecado tiene diez mil atracciones, no vamos a
arrepentirnos de la maldad y mucho menos vamos a seguir a Jesús en la bondad
sin un estímulo duro. Por eso, se ha dicho que el temor del Señor es el principio de
la sabiduría. Pero sólo es el principio. Cuanto más sigamos sus modos, tanto más
lo queremos de modo que ni pensemos en ofenderlo.
Como todos necesitan de los tipos de estímulo, los niños requieren el amor de dos
padres. Se asocia el padre masculino con el amor duro; eso es, el amor que
amenaza al niño para que no desobedezca. Alternativamente, se relaciona la
madre con el amor tierno. Es verdad que el padre tanto como la madre lleva los
dos tipos de afecto aunque usualmente uno más que el otro con el tipo asociado
con él o con ella. Vemos aquí una dificultad entre varias otras con las parejas
homosexuales teniendo a hijos. En estos casos es muy posible que al niño le falte
una dimensión del amor.
Entonces ¿cómo deberían los padres preparar a sus hijos para la Navidad?
¿Amenazarles que no recibirán nada si desobedecen? O ¿asegurarles que van a
recibir lo que deseen como signo de su amor? Cada pareja tiene que escoger lo
que piense mejor para sus hijos. Pero una cosa es necesaria: los padres tienen que
anunciarles a sus hijos, como Juan Bautista en el evangelio, que Jesús está en la
puerta con su infinito amor. Jesús está en la puerta.
Padre Carmelo Mele, O.P