SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARIA
SANTÍSIMA.
(8 de diciembre)
“OH MARIA, SIN PECADO CONCEBIDA”
Lecturas Bíblicas
a.- Gén. 3, 9-15.20: Establezco hostilidad entre ti y la mujer, entre su
estirpe y la tuya.
La primera lectura, nos sitúa en el paraíso terrenal, luego de la caída de Adán
y Eva. El hombre nacido en estado de gracia, cae en la desobediencia, fruto
de la soberbia, y entra en el camino del mal y del pecado; comienza la acción
del hombre y la mujer lejos de Dios, y de otro personaje misterioso, la
serpiente. Engañada por ésta, la mujer y el hombre desobedecen a Dios, por
su afán de conocer el bien y el mal; se les abren los ojos, y se ven desnudos,
se esconden, mientras oyen la voz de Dios que los llama; se acusan
mutuamente y Dios les impone una pena a cada uno, sin embargo, en la de la
mujer, se encierra una promesa de una victoria: “Enemistad pondré entre ti y
la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas
tú su calcañar.” (v. 15). Cubierta su desnudez, Dios los expulsa del paraíso
(Gen.3,24). La vergüenza, quiere reflejar el conflicto que se establece entre el
hombre y Dios, entre el hombre y la mujer, pero también el del hombre y la
naturaleza; al dato nuevo del mal y el pecado, se agrega, la pena o castigo,
pero sobre todo, la esperada victoria sobre el mal. El estado paradisíaco del
que sale el hombre, se añade, la esperanza de recuperarlo, es un bien de
alcanzar. En las palabras con que Yahvé castiga a la serpiente, encontramos el
“Proto-evangelio”, es decir, el “primer anuncio de la salvación” (v. 5). Este
texto, hace referencia a la serpiente, al demonio, el tentador; la mujer del
futuro es María, de cuya descendencia, Cristo Jesús, pisará la cabeza de la
serpiente, signo de la victoria total y definitiva sobre Satanás, con su pasión,
muerte y resurrección. La enemistad establecida por Dios, entre la serpiente y
la mujer, es una hostilidad total, hay una lucha abierta y frontal entre su
descendencia y la suya. La mujer, María, no tiene, pues, ninguna relación con
el príncipe de este mundo, Satanás, ni con su obra tentadora que sedujo al
hombre e introdujo el pecado, el mal y la muerte en el mundo (cfr. Jn. 12,
31). Por otro lado, aquella mujer cuya descendencia pisa la cabeza de la
serpiente, expresa la participación de María en el triunfo de su Hijo sobre
Satanás. María vence, gracias a los méritos de Jesucristo, su Hijo, que
vencerá a la serpiente, por medio de su victoria obtenida en la Cruz gloriosa
del Calvario, en su misterio pascual.
b.- Ef. 1,3-6.11-12: Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de
crear el mundo.
El apóstol Pablo, nos invita a vivir nuestra condición de hijos de Dios,
escogidos previamente en su Hijo. Comienza su himno bendiciendo a Dios
(v.3), porque en su plan de salvación había derramado abundantes
bendiciones sobre la humanidad desde el comienzo de la creación. Este plan
divino es el tema central del himno, conforme al cual Dios los ha destinado a
la unión con ÉL, por medio de Jesucristo. Hay que situarse desde el comienzo
del himno en un plano celestial. Este proyecto divino, es previo a la creación,
por lo tanto gratuito, ajeno a todos los méritos y obras de los hombres, puro
amor y gracia, porque así lo ha querido el Padre, es su voluntad (vv. 4-7.
9.11). Es el amor de Dios y la respuesta de amor del hombre, lo que establece
esta unión humana y divina lo que hace que seamos “santos e inmaculados en
el amor” (v.4). Es la predestinación orientada a la salvación de toda la
humanidad. Es la gratuidad que se manifiesta con el término gracia, agraciar,
es decir dar gracias siempre por todo estas bendiciones. Esta liberalidad y
generosidad divina son una revelación de su gloria (v.6), es decir, Dios que se
revela a los humanos. Este plan de salvación, ha sido realizado en y por Cristo
Jesús, el Amado, por el que se hizo todo por ÉL y para ÉL (cfr. Col.1, 16-17),
y la forma, es que los hombres se convierten en hijos de Dios, por medio de
Jesucristo (v.5). Lo que incluye la redención, el perdón de los pecados hasta
recapitular en Cristo a los hombres, incluido el cosmos (vv. 6-10). En el fondo,
se trata que todo lo creado, vuelva al plan original de Dios, roto por el pecado
del hombre, que en Cristo todo se recrea (cfr. Col. 1,20). Todo este plan de
salvación, es el misterio de la voluntad divina, proyectado desde toda la
eternidad, realizado en el tiempo y que culmina en el tiempo final (vv. 8-9).
Presentado a toda la humanidad este plan de salvación, se aplica a los
cristianos, “nosotros” (v.12), herederos, que ya esperábamos y creíamos en
Cristo, estamos destinados a ser alabanza de su gloria, plenitud de vida de
quien ya goza como creyente de la unión definitiva con Dios.
c.- Lc. 1, 26-38: Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo.
El evangelio nos presenta tres momentos. El saludo del Ángel a María, la llena
de gracia (vv.26-29); la descripción del futuro Hijo (vv.33-34) y finalmente, el
cómo de la concepción (vv.35-38). El Ángel llama a María, “llena de gracia”,
será la Madre de Jesús. Son las palabras con que el Ángel San Gabriel se dirige
a María de Nazaret. En ellas hay una invitación al júbilo y a la alegría
mesiánica, pues Dios está pronto a cumplir sus promesas. El Ángel no llama a
la joven por su nombre, sino con esta expresión: llena de gracia. En realidad,
éste es el nombre propio que Gabriel aplica a María, queriendo reflejar con el
nuevo nombre, también la misión, que conlleva en la historia de la salvación
(cfr. Gn 17,4-5; Jn 1,42; Mt 16,18). El que nacerá de María se llamará Jesús,
es decir, Dios salva; Dios se arroga los derechos de Padre de la criatura. El
nombre corresponde con la realidad: Jesús salva a su pueblo y a toda la
humanidad. Será grande (v.21; Lc. 1,15; cfr. Is 7,14). Le llamarán Hijo del
Altísimo, un nuevo rey de Israel, está por nacer (cfr. Sal.82, 6); Dios le dará el
trono de David, su padre, en la casa de Jacob en la gobernará para siempre.
Ese trono lo recibirá de José, su padre legal. La promesa hecha a David, se
concretiza en una persona, la crucifixión no rompe esa permanencia eterna
(cfr. 2Sam.7, 8-16). El cómo de la concepción de Jesús Se habla de la
presencia del Espíritu Santo que vendrá a la joven y la cubrirá con su sombra,
signo de su especial presencia y protección de Dios sobre ella, así como la
nube y sombra que acompañaba a Israel en el desierto (cfr. Ez.37,14;
Jdt.16,14; Ex.40,16; Lc.9,34). Será madre, conservando su virginidad, sin
concurso de varón (cfr. Zac.8,6). El que nacerá será Santo, le llamarán Hijo
de Dios, es decir, Consagrado a Dios como todo primogénito, pero que también
puede aludir a su divinidad (v.35). Hijo de Dios, es paralelo a Hijo del Altísimo,
si antes era Hijo de David, según la carne, ahora es Hijo de Dios, gracias a su
Espíritu. El Ángel apoya la decisión de María con otra gran noticia sobre el
poder de Dios: su pariente Isabel, ya está de seis meses. “He aquí la sierva del
Señor; hágase en mí según tu palabra” (v. 38). Por esta unión del privilegio
divino y por su Sí, la gracia permanece en Ella, en toda su plenitud. El dogma
nos enseña: si María fue preservada inmune de todo pecado, lo fue por los
méritos que el Señor Jesús obtendrá para todo el género humano, con su
pasión, muerte y resurrección. Jesucristo vence al pecado, la muerte y a
Satanás para siempre. A María Inmaculada se le aplican en el momento de su
Concepción, en el seno de su madre, los frutos de la Redención que su Hijo,
obtendrá para toda la humanidad, y que nosotros recibimos en el Bautismo.
Es redimida en el momento mismo de su Concepción. Como a María Santísima,
Dios nos ha elegido en su Hijo para ser santos e inmaculados en su presencia,
en una Iglesia, que está llamada a ser santa en el amor redentor de
Jesucristo, reconociendo que formada por pecadores (cfr. Ef. 1,4). Este
privilegio es un don de Dios, quien desde el principio pensó en Ella, la eligió y
la preparó con esta gracia particular, para que fuese una digna morada para
su Hijo. Mas este privilegio no menoscabó la libre respuesta de María: ella
supo acoger esta gracia de ser libre de todo pecado, rechazando desde el recto
ejercicio de su libertad, todo mal, optando por servir a Dios y su plan de
salvación. María Inmaculada, nos llama a aplastar con su Hijo en nosotros, la
cabeza de la serpiente, es decir, la concupiscencia, la tentación y la inclinación
al mal (cfr. Gen 3,15); la lucha de todo cristiano es contra el pecado y
Satanás, y por eso debemos revestirnos de la armadura de la fe, la esperanza
y la caridad, para vencer siempre las asechanzas del mal, para ser en esta
vida y en la eternidad, alabanza de la gloria de la Santísima Trinidad (cfr. Ef.
6,12; LG 53). María es Inmaculada, es Madre de la divina Gracia, que
intercede por nosotros, para que lleguemos a la plenitud de la salvación, es
decir, a la santidad.
Santa Teresa de Jesús, invita a sus hijos e hijas a poner la mirada en la
Inmaculada Concepción de la que era muy devota, para crecer en el camino
de oración y seguimiento de Cristo Jesús. Si Jesucristo, el Hijo es el Rey del
Castillo interior, María es la Castellana, la Señora de dicho Castillo, es decir,
de nuestro espíritu. Ella intercede para que coronemos nuestra vida espiritual
llegando finalmente a ingresar en la morada donde vive su Hijo, muy amado.
“!Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen
Sacratísima, cuyo hábito traemos, que es confusión nombrarnos monjas
suyas; que por mucho que nos parezca nos humillamos, quedamos bien
cortas para ser hijas de tal Madre y esposas de tal esposo” (CV 13,3).