SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Un proyecto de gracia para todos los hombres
"Los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro
desequilibrio que hunde sus raíces en el corazón humano ", afirmó el Concilio
Vaticano II.
Algunos, sin embargo, creyeron que el ser humano nacía con una tendencia innata
al bien, que bastaría dejarle crecer sin trabas para que fuera felizmente guiado por
la razón natural, pero tal paraíso libertario no ha existido nunca. Lo del "buen
salvaje" no fue más que un sueño literario, desmentido por la realidad diaria. La
naturaleza dejada a su propia suerte no nos orienta sólo al paraíso; es compleja y
contradictoria, mezcla de razón ordenadora y de pulsiones inconfesables. Andamos
como dañados de raíz. El pecado original, desprestigiado e ignorado en el lenguaje
actual, cobra, sin embargo, categoría de dato constantemente verificado en las
grandes miserias de la humanidad y en la experiencia de cada corazón humano.
Otros, a tono con la cultura del “todo vale”, se empeñan en negar la realidad del
pecado como realidad personal. Pero, como dice un eminente teólogo, sólo quien no
ha superado el nivel de la animalidad, o no ha descubierto la misión a la que está
llamado, puede atreverse a negarlo. Lo del “todo vale”, aunque se presente
envuelto en papel de progresismo, no deja de ser una grave amenaza para el
presente y el futuro de la humanidad.
La fiesta de la Inmaculada nos viene a recordar, desde la ventana que el adviento
nos abre cada año a la esperanza, que estamos dañados, pero no todos. Por muy
marchito que se encuentre el árbol de la historia, María desborda salud. María es el
amanecer de una nueva tierra, de nuevas posibilidades para la humanidad herida.
Entre tantas realidades positivas, la negatividad del mundo es también evidente.
¿Quién puede negar la realidad del dolor y las lágrimas, la explotación de los
débiles, el hambre y la injusticia, la sangre y la violencia? Pero esa no es toda la
verdad, sólo la primera parte. En María se abrió un capítulo nuevo, que aún no se
ha cerrado.
Como dice bellamente un autor, estamos enfermos, pero no desahuciados, hemos
perdido muchas partidas, pero no estamos definitivamente eliminados. La
Inmaculada proclama que Dios tiene un proyecto de gracia para todos los hombres.
En ella, Madre de la nueva humanidad, se ha hecho realidad luminosa; en ella
tenemos la prueba de que puede ser ejecutado. Las doce estrellas de María
iluminan nuestra noche y nos revelan que Dios nos busca en nuestras sombras.
María fue colmada de gracia desde el primer instante de su concepción, porque iba
a ser espacio de la Encarnación de Dios. Desde entonces, cada uno podemos entrar
en la zona de la santidad a causa de la entrega que Cristo hizo de sí.
María, metáfora del sueño de Dios, que quedó frustrado por la libre decisión del
hombre, es como el espejo que por no estar manchado, ni rayado, no roto, nos
devuelve nuestra mejor imagen al mirarnos en él. Está hecha de arcilla, lo mismo
que nosotros, pero nuestro barro puede recocerse a su luz. Vivió con los pies en el
suelo y experimentó el sufrimiento. La gracia no eliminó su humanidad, sino que la
puso de relieve y la potenció al máximo. Fue un trozo de historia, un poco de tierra
quebradiza habitado en plenitud por el Espíritu. Cuanto más santa, más creció en
humanidad; cuanto más cerca estuvo de Dios, más reconoció su infinita distancia y
más cerca se sintió de su pueblo. Por eso, a la vez que "proclamaba la grandeza de
Dios”, cantaba las esperanzas de todos los humildes y humillados.
El pueblo cristiano adivina en María la aurora de un tiempo nuevo y posible con la
gracia de Dios. Y ella, como buena madre, contribuye a hacerlo posible.
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos