Solemnidad. Nuestra Señora de Guadalupe (12 de Diciembre)
¿No estoy yo aquí que soy tu madre?
Una vez más nos reunimos juntos como familia de Dios, en esta Misa para alabar a
nuestro Padre celestial y darle gracias a Jesucristo por el don de su Madre, a quien
nos envió en el cerro del Tepeyac hace 482 años.
Las palabras del libro del Sirácide de la primera lectura, encajan de manera
perfecta en la persona de María, que aunque propiamente es un cántico a la
Sabiduría, quién sino ella es la Madre del amor, del temor, del conocimiento y de la
santa esperanza. Las pocas palabras de María que custodian los evangelios son
manjar que alimenta la vida del cristiano.
Quien se acerca a Ella se sacia en realidad del que viene en su seno. María indica la
plenitud de los tiempos en que Dios envía a su Hijo para rescate de todos y a través
de la cual el Hijo de Dios se hace hombre para hacer al hombre hijo de Dios. Todo
esto es la Santísima Virgen María, la gran maestra del Adviento.
Para nosotros mexicanos, que nos hemos convertido en la casa grande de la Virgen
María, nos resulta familiar el pasaje del Evangelio de hoy, porque de manera
idéntica a lo que sucedió entonces, somos testigos ahora de la solicitud de María
por los pobres y necesitados. Damos testimonio de verla encaminarse presurosa,
como a las montañas de Judea, a las colinas del Tepeyac.
A mitad del Adviento que nos prepara y nos lleva de la mano al recuerdo de la
venida de Cristo en nuestra carne nos encontramos con dos grandes fiestas
marianas: la Inmaculada Concepción de María y la solemnidad de Ntra. Sra. de
Guadalupe. Estas fiestas no nos impiden en lo más mínimo el proceso espiritual
iniciado. Por el contrario, celebrar a María nos ayuda a prepararnos de mejor
manera a la espera del Señor, porque ella es la Virgen del Adviento, es el personaje
preclaro de este tiempo de gracia, es la que esperó de singular manera la llegada
de Jesús, es la maestra y el modelo de la esperanza.
Para nosotros la fiesta de hoy calo hondo en nuestra identidad cristiana. Aunque
muchos se empeñen en desacreditar el papel de la Virgen de Guadalupe en la
historia y en la consolidación de nuestro país, bastará con echar una mirada al
corazón de los mexicanos para comprobar que nuestro pueblo es guadalupano en
su esencia y en sus raíces.
La venerada imagen de la Morenita del Tepeyac, de rostro dulce y sereno, impresa
en la tilma del indio san Juan Diego, se presenta como «la siempre Virgen María,
Madre del verdadero Dios por quien se vive» ( De la lectura del Oficio. Nicán
Monohua , 12ª ed., México, D.F., 1971, 3-19). Ella evoca a la “mujer vestida de sol,
con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, que está
encinta” ( Ap 12,1-2) y señala la presencia del Salvador a su población indígena y
mestiza. Ella nos conduce siempre a su divino Hijo, el cual se revela como
fundamento de la dignidad de todos los seres humanos, como un amor más fuerte
que las potencias del mal y la muerte, siendo también fuente de gozo, confianza
filial, consuelo y esperanza.
María de Guadalupe es nuestro consuelo. Bendita sea aquella que nos dijo en San
Juan Diego: quiero que me erija un templo para en él mostrar y prodigar todo mi
amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los
demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; es nada lo que te asusta
y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que
soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?
El día en que los mexicanos seamos fieles al amor singular de la Virgen de
Guadalupe, el día en que esta Reina incomparable sea conocida y venerada y
amada en nuestra patria, el día en que nos decidamos a vivir como María, a querer
lo que ella, quiso y amar lo que ella amó…, María de Guadalupe cumplirá
plenamente su promesa, que brotó de sus labios purísimos, como un arrullo de
ternura y como un delicadísimo reproche de amor, ¡qué deliciosas palabras!: Oye,
hijo mío, lo que te digo ahora: no te moleste ni aflija cosa alguna, ni temas
enfermedad, ni otro accidente penoso, ni dolor. ¿No estoy aquí yo que soy tu
madre? ¿No estás debajo de mi sombra y amparo? ¿No soy yo vida y salud? ¿No
estás en mi regazo y corres por mi cuenta? ¿Tienes necesidad de otra cosa?
¡Madre! ¡Madre de Guadalupe! guardaremos tus palabras de cielo en lo intimo de
nuestras almas y allí gustaremos su siempre antigua y siempre nueva suavidad. No
temeremos ya. No desconfiaremos jamás de tu protección celestial y de tu amor
inmenso. Aunque todo se levante contra nosotros y el mundo se hunda en horrible
cataclismo, nosotros confiaremos en Ti, y abandonados en tu regazo, dormiremos
tranquilos el sueño de la paz, el sueño del amor; ¡porque estás con nosotros Tú,
que eres la dulce, la santa, la amorosa Madre nuestra!
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)