III Domingo de Adviento, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Is. 35, 1-6.10: Él vendrá y os salvará.
La primera lectura es todo un canto de esperanza en el Señor, de donde vienen
todas las bendiciones para Israel. Isaías nos presenta otras de sus profecías para
los tiempos mesiánicos. Es la esperanza de un pueblo que vive en el destierro,
cautivo, pero que espera en Yahvé las mejores bendiciones. La primera bendición,
es para la tierra que reverdecerá en toda aquella región, el Líbano, el Carmelo y del
Sarón: cedros, árboles y un sinfín de flores. La segunda bendición la recibirán los
habitantes: descubrirán la gloria de Dios en las obras salvíficas que lo muestran
sana al hombre que despegará los ojos al ciego, abre el oído al sordo, robustece las
rodillas vacilantes, de los que caminan como peregrinos en su retorno por un
camino, vía sacra, libre de impíos y necios hacia Sión. Camino santo, porque les
llevará a la ciudad santa de Jerusalén, libres ya de la esclavitud, es el resto de
Israel que vuelve para formar el nuevo pueblo que mora en la nueva Jerusalén. A la
pregunta del Bautista si era el Mesías que había de venir, Jesús le responde, con
este pasaje de Isaías, porque los signos que realiza manifiestan que el reino de los
cielos ha llegado con Él y sus prodigios (cfr. Mt. 11,1-6).
b.- Sant. 5, 7-10: La venida del Señor está cerca.
La segunda lectura, alaba la paciencia activa del cristiano, que espera la venida de
su Señor. En medio de las injusticias y tribulaciones los cristianos, levantan la
mirada al cielo esperando a Jesús como Juez universal. La exhortación apostólica a
la paciencia nace de la convicción profunda en la segunda venida del Señor Jesús,
eliminando las injusticias que sufrían sus discípulos. Santiago, les propone la figura
del labrador, que confía en las lluvias tempranas y tardías, es decir, las de otoño, y
las de primavera, condicionan los trabajos del campo. El labrador depende de ellas,
de la acción de Dios que lo bendecía con la lluvia. La paciencia debe evitar la
murmuración y las quejas, son contrarias a la caridad, ya que el que los salva es
también el Juez. Los cristianos serán precisamente juzgados en el mandamiento del
amor, nadie tiene la facultad de juzgar, sólo Cristo Jesús es el Juez, cuya venida
está cerca (cfr. Lc.12, 36; Ap.3, 20). Siguiendo con los ejemplos, el apóstol
Santiago, viene de la historia salvífica. Los cristianos no deben pensar que son los
primeros en sufrir por la fe o por Cristo, sino más bien continuadores de un largo
testimonio de fidelidad que tiene en los profetas insignes representantes que las
más de la veces dieron su vida por la fe, conocieron el dolor y la persecución (cfr.
1Pe.2,5.9; Mt.5,12; 23,29s; Hch.7,52). Gracias a su paciencia hoy gozan de la vid
eterna. Labor seria, delicada y cuesta arriba en el espíritu de quien busca a Dios. Lo
mismo el cristiano es profeta, sacerdote y rey desde su Bautismo y Confirmación
por lo tanto, se espera que también hable en nombre del Señor, ore, escrute las
Escrituras, sirva a sus hermanos, sobre todo en este tiempo santo de Adviento.
c.- Mt. 11, 2-11: ¿Eres tú el que iba ha de venir, o debemos esperar a otro?
El evangelio, nos presenta la legítima pregunta de Juan Bautista (vv.2-7), y el
testimonio de Jesús acerca de Juan (vv.7-11). Juan está en la cárcel, más tarde,
sabremos los motivos (cfr. Mt.14, 3-12). Las obras de Cristo (v.2), son lo que
inquieta a Juan, le llenan de dudas, a pesar, de haber afirmado, que el que venía
después de él, el Mesías, era más fuerte por el bautismo y el Juicio que traía; no se
consideraba digno siquiera de desatarle las sandalias (cfr. Mt. 3,12). El que tiene el
bieldo en la mano, ¿será el verdadero Mesías? (cfr. Mt. 3,12). La pregunta echa por
sus discípulos, es una gran inquietud para Juan al estar en prisión, no puede
interpretar lo que le cuentan. ¿Qué obras esperaba Juan que hiciera Jesús? Los
tiempos empiezan a madurar, de ahí que la respuesta de Jesús, no es afirmativa,
como hubiera querido Juan, sin embargo en línea profética, les muestra el camino,
vía de fe, que todos debemos hacer: ver e interpretar las señales de Jesús, como
las del Mesías. Camino de conocimiento y de fe, que nace de los acontecimientos y
lleva al conocimiento de Jesús, de su palabra y obras, de su misterio personal; se
camina de la oscuridad a la luz, del signo a la verdad. No existe dudas para quien
hace el ejercicio de ver y comprender las obras, las señales; son ellas el camino
que Jesús construye para arribar a la fe en ÉL. Le cuenta que los “ciegos, ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios,… y se anuncia a los pobres la Buena
Nueva” (vv.5-6; cfr. Is. 35,5; 61,1). Si ÉL ha sido Ungido por el Espíritu desde su
concepción, lo capacitó para ser grande a los ojos del Altísimo, Hijo de Dios, de ahí
la importancia de no sólo ver los signos, sino que escuchar su palabra y ver las
obras. Médico y taumaturgo, también ha resucitado muertos, está actuando el
Elegido, el Ungido de Dios, el Mesías, que anunció Isaías (cfr. Is. 11,1-10). En un
segundo estadio, Jesús con sus breves preguntas, da testimonio de Juan, como de
ningún otro hombre. Sus palabras revelan a un orador profético, resalta su
importancia en la historia de la salvación, además, tenemos el testimonio, la
impresión que causó el Bautista como hombre de Dios en Jesús de Nazaret. ¿Qué
buscaban los peregrinos en Juan? Ciertamente no un hombre que cambia de
opinión, sino un discurso claro, franco que apela a la conciencia de cada uno, sin
importar su condición social, incluido el rey; su apariencia y vestido habla de un
hombre ascético, se presenta como un árbol rústico, silvestre. Buscaban un profeta
y lo han encontrado, Dios volvía a hablar a sus corazones con palabras proféticas
que conmovieron a Israel, desde hacía siglos. Pero Jesús dice todavía más: Juan es
más que un profeta, portador y figura de la salvación, no por sí mismo ni su vida
ascética, sino porque desde el comienzo es mayor que los otros profetas. Sólo él
fue llamado para preparar al pueblo y conducirlo a Aquel que es más fuerte que él y
viene después de él (cfr. Mt.3,11; Ml.3,1). Jesús aplica las palabras del profeta a
Juan Bautista, proclamándolo como el Precursor, prepara los caminos al Señor:
Dios hizo volver a su pueblo del exilio de Babilonia a la libertad en Sión, ahora lo
redime de manera definitiva en los tiempos del Mesías. Dios viene al encuentro del
pueblo en su Mesías. Con esta palabras, Jesús indirectamente se proclama como el
Mesías esperado (cfr. Is.40,4; Mt.3,3). Como ser humano también Juan Bautista es
grande: entre los nacidos de mujer no hay uno mayor; Jesús realza a Juan entre
todos los hombres de su tiempo son que también del pasado, sin embargo, es el
más pequeño en el Reino de los Cielos. Al abrirse los tiempos del Mesías,
inaugurarse el reino de Dios, el que ingrese en él será mayor que todos los que
hayan vivido antes, incluido Juan Bautista. Son el tiempo nuevo del hombre
redimido y nacido de la gracia que Jesucristo inicia con su venida, palabra y obras.
El místico, Juan de la Cruz relee el prólogo del evangelio de San Juan cuando dice:
“Ya aunque el ser y los lugares / de esta suerte los partía, /pero todos son un
cuerpo / de la esposa que decía: / que el amor de un mismo Esposo/ una esposa
los hacía” Romance Acerca de la Trinidad (vv. 115-120).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD