III Domingo de Adviento, Ciclo A
“Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”
Este título es la segunda afirmación del papa Francisco en su reciente Exhortación
Apostólica, Evangelii Gaudium (EG, 1). Y poco más adelante dice: “El gran riesgo
del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de
placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura
en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los
pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor,
ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG, 2). A partir de ahí el mensaje se
centra en el encuentro personal con Cristo como fuente permanente de alegría que
se desarrolla a lo largo de todo el documento.
Las palabras del papa reflejan la alegría el gozo mesiánico de este domingo tercero
de Adviento en que la Iglesia celebra ya la alegría anticipada de la Navidad, pues el
que viene es Jesucristo, es Dios que “viene en persona, resarcirá y los salvará” (Is
35,4). Ya cercana la navidad, todos los textos bíblicos (Is 35,1-6.10; Sant 5,7-10;
Mt 11,2-11) nos introducen en el gozo de un tiempo nuevo en la historia de la
humanidad, el del Mesías.
“El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá
como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría” (Is 35,1-6). Así comienza
Isaías su canto de alegría en el tiempo de la restauración del pueblo de Judá al final
del destierro de Babilonia en el siglo VI a. Cristo, cuando ya se vislumbra el
horizonte de la liberación y del retorno a la tierra prometida. Es un momento vivido
por el pueblo y por el profeta como tiempo de intervención salvífica de Dios.
Cuando se aviva la esperanza del retorno se transfigura la situación dolorosa del
destierro en tiempo de expectativa gozosa e inquietante, donde se respira la alegría
no en virtud de lo que ha sucedido sino en virtud de lo que está por venir. La poesía
del DeuteroIsaías, tal como se denomina al segundo autor del libro bíblico de
Isaías, destila alegría y esperanza, proyectando la inminente transformación de la
realidad social y política del pueblo de Dios en imágenes espléndidas de una
naturaleza renovada y de una humanidad transfigurada, hasta el punto de que “se
despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se abrirán, saltará como un
ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará”, porque el sufrimiento y la aflicción se
alejarán, para abrir un camino de alegría radiante para la humanidad.
Estas palabras de Isaías han sostenido el aliento y la esperanza del pueblo de Israel
a lo largo de toda su historia, a través del larguísimo exilio vivido por un pueblo
cuya identidad social forzada ha sido predominantemente la diáspora y el destierro
y cuya identidad espiritual dinámica ha sido la Palabra y la esperanza. De hecho,
tras la época postexílica del judaísmo floreciente y de la sinagoga, época
caracterizada por una gran actividad cultural y religiosa en convivencia más o
menos conflictiva con los imperios políticos sucesivos de los que dependía, la
historia de Israel está marcada desde el final del primer siglo de nuestra era por la
dispersión, el exilio, la persecución y finalmente por el intento de aniquilación que
ha supuesto el holocausto judío en los campos de exterminio del nazismo.
De la tradición judía bíblica, nos viene un hálito de alegría probada, pero siempre
sostenida por una palabra, la de la esperanza de salvación que canta Isaías. En este
domingo siempre es oportuno recordar un gran testimonio de esperanza. En el
colmo de la paradoja, por estar sufriendo el desprecio al pueblo judío, el escritor
judío y Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel, nos daba el testimonio de la más
profunda alegría espiritual cuyo origen es solamente Dios: “No hay mérito en
danzar cuando todo marcha bien. Cuando las cosas marchan mal y ya no osamos
alzar la cabeza, y parece que el enemigo triunfa, entonces, sí, se nos reclama que
alabemos al Señor, fuente y culminación de todo éxtasis... Si nos falta la alegría,
¡hemos de crearla, hemos de extraerla de la nada! Que sea la ofrenda que hacemos
a Dios: =1Que sea Su fiesta, si no la nuestra”.
Cualquier situación humana de opresión y marginación, de explotación y de
exclusión, en la que los derechos más elementales del hombre sean conculcados es
parecida a la situación de destierro, desprecio o aniquilación que ha vivido el pueblo
de Israel. Esta semana hacemos memoria especial de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos para solidarizarnos con todos aquellos hermanos y
hermanas que todavía hoy sufren la injusticia de un mundo inhumano, donde los
derechos humanos a la vida, a la libertad y a la dignidad están siendo pisoteados.
El Mesías Jesús, cuyo nacimiento histórico celebramos en navidad y cuya venida
última esperamos con alegría, se identifica ante Juan mediante sus obras, las
cuales realizan lo que anunciaba Isaías: “Los ciegos ven, los cojos andan... y a los
pobres se les anuncia la Buena Noticia” (Mt 11,5). El que vino y el que viene no es
un Mesías según las expectativas del adversario y recogidas en Mt 4,1-11. Jesús no
es el Mesías del éxito fácil, de la espectacularidad, ni del poder, sino aquél cuyas
obras y cuya palabra transforman al ser humano y las condiciones sociales de la
humanidad, proclamando sobre todo la dicha y la alegría de los más pobres de esta
tierra (Mt 5,3) no en razón de su situación presente, sino en virtud de que Dios está
de su parte y sin duda cambiará el rumbo de su historia.
El Reino de Dios inaugurado por el Mesías, sin embargo, sufre violencia desde el
primer momento de su anuncio. Juan, el precursor que lo anunció, está en la cárcel.
Jesús pasará por la cruz. Y todos los vinculados a este Mesías, por ser víctimas de
la injusticia humana o por la libre aceptación de su seguimiento comprometido,
siguen sufriendo la violencia que la llegada del Reino de Dios comporta. Pero
¡Dichoso el que no se escandalice del proyecto mesiánico de Jesús!.
La esperanza en Él y en su palabra es fuente inagotable de la alegría verdadera. De
la vida aprendemos que la espera de alguien querido es ya una fiesta pues el
corazón humano se estremece y se ilusiona acariciando la presencia cercana de un
amor. Esperar a alguien es ya una gozada, porque es anticipar el encuentro.
Ponerse en camino es estar llegando y esperar es estar vibrando, de modo que la
alegría es el espíritu propio de la espera, es el gozo contenido cuyas chispas
brillarán en lágrimas de emoción. Pero sólo habrá alegría auténtica si a quien
esperamos es al que se acerca a los pobres anunciando la Buena Noticia y
rehabilitando a los marginados y desheredados de esta tierra.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote Misionero y Profesor de Sagrada Escritura.