Comentario al evangelio del Sábado 21 de Diciembre del 2013
Cuando Dios está de por medio siempre suceden cosas grandes.
Una visita llega a ser una visitación, es decir, una llegada del Señor. Marí, movida por el impulso de
los que está dentro de ella, parte sola, a toda prisa, por un camino de montaña, para estar cerca de su
prima isabel. María, al estilo del amado del Cantar de los Cantares, salta las montañas, salva las
colinas, en la época en que han cesado las lluvias, cuando ha llegado la hora de podar las viñas en flor.
La fuerza de la Nueva Alianza la lleva irresistiblemente hacia la representante de la Antigua Alianza.
La primavera de la humanidad reposa en María envejece todas las cosdas. Aquel nuevo viento, el de
Jesús, que mora en Ella, la vuelve más ligera - va de prisa, dice el texto evangélico - y trae aromas de
primavera.
Al recibir la visita de su Señora, Isabel queda iluminada. ¿Cómo es posible, dice, que venga a visitarme
la Madre de mi Señor? Ella, cargada de años, se inclina ante la juventud. Ella, mujer del Antiguo
Testamento, hace una reverencia al Nuevo. A estas alturas, María avanza por el mundo rodeada de un
culto extraño: la visitan los ángeles, su prima más anciana la llama Señora, ¿qué acontecerá cuando
llegue personalmente el Salvador, si ya ahora su presencia germinal en el mundo y la humanidad de un
reflejo de Él, su Madre, de tal manera conmueven y emocionan? De hecho, la creatura - Juan en el
seno de su madre - saltó de alegría.
Si nosotros nos dejáramos visitar maternalmente por Ella, también Ella nos traería los gozos de la
salvación. Porque también hoy nosotros estamos necesitados de la alegría de la salvación que nos trae
la Navidad
JGP