Encuentros con la Palabra
Cuarto Domingo de Adviento – Ciclo A (Mateo 1, 18-24)
(...) salvará a su pueblo de sus pecados”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace un tiempo, fui a visitar un sector de la ciudad de Medellín que no visitaba hacía unos años.
Colaboré allí cuando era novicio. Fui al barrio Popular No. 1 con una religiosa que trabaja allí, en
una escuela de Fe y Alegría en la que se educan dos mil doscientos (2200) niños y niñas, desde
preescolar hasta undécimo grado. Lo primero que me impactó fue llegar allí en Metro Cable, un
sistema novedoso que bien podrían envidiar cualquier ciudad del mundo. Unas góndolas que
surcan los aires por encima de las viviendas sencillas de la gente que habita el nororiente de
Medellín. Un espectáculo maravilloso, construido por el ingenio humano. Toda una alabanza al
Dios bueno que nos sigue salvando en medio de nuestras miserias.
Pero lo que realmente me impactó fue la visita que pude hacer a cuatro hogares que tienen toda
una historia, de la cual pude ser testigo en algún momento de mi vida y que hoy han vuelto a
hacerse Palabra de Dios para mi... La primera visita fue a la casa de las Amayas, que siguen
gozando de buena salud a pesar de su avanzada edad. Nunca he sabido cómo subsisten en medio
de tanta pobreza. Me recibieron con la misma alegría de siempre. Ya María, la mayor, está
gozando de Dios, con el abuelo José, un verdadero santo. Ángela, arrugada como una uva pasa,
sigue irradiando optimismo. Lola, más sorda que una tapia, recuerda las fechas con una exactitud
prodigiosa. Carmen sigue con su buen humor. Por último, la Nena, con una trombosis que la tiene
medio paralizada. Todo un himno de confianza en Dios , propio de este tiempo de Adviento.
Estuve luego en la casa de Francisco y Oralia. Mientras Francisco seguía arreglando un nicho para
colocar una imagen de María Auxiliadora en la puerta de su casa, Oralia me contó una historia muy
triste: cuatro de sus seis hijos varones han sido asesinados. Siempre que recibió en sus brazos el
cadáver de alguno de sus hijos, repitió una oración para pedir a Dios que perdonara a los asesinos.
“Perdonar de coraz￳n, me ha liberado de la amargura y del odio. Nunca he querido guardar ningún
resentimiento contra los que nos han hecho tanto da￱o...”, me dijo, mientras las lágrimas se
asomaban a sus ojos. Dios le ha permitido perdonar de corazón , otra gracia típica de este tiempo.
La tercera familia que visité fue el hogar de Quique y Orfa. Cuando los conocí en 1979, tenían
cuatro hijos; al irme para Bogotá, dos años después, tenían seis; y al volver a los dos años, tenían
ocho... En total, tuvieron diez hijos que han sacado adelante con el trabajo honrado y sencillo de
los pobres de este mundo. Juan, el segundo de los hijos, está desempleado. Siguen caminando a
pesar de las dificultades. No han dejado de luchar. Me invitaron a esperar contra toda esperanza .
Por último, visité a doña Angélica, una señora muy pobre que me daba el almuerzo los domingos,
durante el tiempo de mi noviciado. La encontré muy decaída y enferma; tiene un cáncer que se la
está comiendo poco a poco. Su hijo menor también murió asesinado y Juan, el penúltimo, sigue
con ella, trabajando para sostenerla. “Pídale al Se￱or, que si es su voluntad, me devuelva la salud.
Si no, que se haga su voluntad”, me dijo cuando me despedí. Ya quisiera yo tener la misma
tranquilidad para repetir con ella y con la virgen María: “ Hágase en mi, según tu palabra ”.
Cuando llegué a la casa de las religiosas donde estaba acompañando una experiencia de
Ejercicios Espirituales, me “encontré” con esta Palabra que me recuerda lo que Dios le dijo en
sue￱os a San José: “María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque
salvará a su pueblo de sus pecados”. Dios nos sigue salvando de nuestro pecados haciéndose
alabanza, confianza, perdón, esperanza y apertura a su voluntad en la vida de los pobres y
sencillos de este mundo. El Emanuel, el “Dios con nosotros” se sigue revelando de una manera
privilegiada en la vida de los pobres y solamente desde allí nos vendrá la salvación que tanto
esperamos.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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