23 de Diciembre
Lecturas bíblicas
a.- Mal. 3,1-4. 23-24: Envío mi mensajero a prepararme el camino.
La primera lectura, es una crítica a los malos pastores del pueblo de Israel. Es el
tiempo de Esdras, tiempo de la restauración después del exilio. El Señor enviará a
su mensajero para anunciar la renovación del culto por medio de un fuego
purificador; vendrá también el profeta Elías, antes del día del Señor, para convertir
los corazones de padres e hijos, para evitar el castigo. Yahvé tiene sus mensajeros,
y cuando se menciona el día del Juicio y la justicia realizada por Dios, éste enviará
su mensajero por delante. Su labor será preparar a los hombres para la llegada del
Juez, Yahvé. Cuando se hace hombre en la persona de Jesús de Nazaret, y desde la
Cruz juzgue al mundo, sólo entonces comprenderemos que ha sido Juan el
Bautista, el principal mensajero que prepara su camino. Más importante que el
mensajero, era la certeza que Yahvé venía a juzgar al mundo. En ese día hasta los
justos se sentirán pecadores; Yahvé juzgará no por criterios humanos, sino según
su propia justicia, que purifica y justifica. Las imágenes del fuego y la lejía expresan
esta realidad con fuerza incontenible (v.2). La purificación, comienza por los hijos
de Leví, es decir, los sacerdotes, y luego, se hace extensiva a todas las clases
sociales: los hechiceros, los cultores de artes mágicas, los adúlteros, los jueces y
las injusticias cometidas contra la viuda, el huérfano y el forastero (cfr. Ex. 22, 17;
Mal. 2,14; Ex. 20,14). Eran las quejas de los justos y la respuesta profética frente a
los opresores; Dios permanece fiel y actuará en el momento oportuno. Ellos no
dejan de ser hijos de Jacob, alejados, rebeldes, aunque siguen siendo herederos de
la promesa y de la Alianza. Pecado, castigo y fidelidad divina, se conjugan
admirablemente para salvar al Resto mediador de Israel. La profecía termina
anunciando la vuelta del profeta Elías, el primero de los profetas, que reaparecería
en el comienzo del NT (cfr. 2Re. 2,11; Eclo. 48,10-12). Elías vino en la persona de
Juan el Bautista, según Jesús (cfr. Mt.11, 7-14; 17,10-13; Mc. 9, 2-13), pero
también con ÉL; vemos así realizada la verdadera conversión y el Juicio en el amor.
b.- Lc. 1, 57-66: Nacimiento de Juan, el Bautista.
El evangelio nos narra el nacimiento de Juan, que con el espíritu de Elías, viene a
anunciar la venida del Mesías. Su nacimiento, circuncisión e imposición del nombre,
son motivo de alegría para sus padres. A Isabel le ha llegado su hora, motivo de
gozo, aunque en este caso, con matices muy significativos: padres eran ancianos,
ella estéril, por ello imposible, que pudieran concebir un hijo. Para Dios nada hay
imposible y han podido ser padres. Pero al evangelista le interesa destacar que
Juan no es el resultado de una casualidad biológica, sino el amor de sus padres,
que deseaban un hijo y el poder de Dios, que guía la historia de los hombres. El
mejor signo de ese poder es la fecundidad de unos ancianos, e resultado, el
nacimiento de Juan, prepara dentro de la línea de los profetas de forma inmediata
el camino para la llegada de Jesús de Nazaret. Los parientes quieren ponerle por
nombre Zacarías, como su padre, pero los padres, saben que el niño es su hijo, en
el fondo, es un regalo de Dios, y que le ha destinado una gran misión, por ello le
ponen por nombre Juan, como lo había llamado el ángel (cfr. Lc.1,13). Acaba la
mudez de Zacarías, signo de la verdad de las palabras del ángel acerca del
nacimiento de este niño singular; ante la verdad de Dios, ante su presencia, el
hombre debe callar; se terminan las objeciones y las resistencias (cfr. Lc.1, 18-20).
Puesto el nombre al niño, viene de nuevo la palabra a Zacarías; la presencia de
Dios, no destruye la realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece hasta que
irrumpe en un Cántico de alabanza que conocemos como Benedictus que la Iglesia
recita en los Láudes, la oración por la mañana (cfr. Lc.1, 67-79). Finalmente,
queremos que Dios fecunde nuestra vida con su palabra en Cristo Jesús, que mudos
podamos escuchar a Dios en un silencio fecundo y contemplativo, para que se eleve
nuestra voz echa alabanza por su obra en nosotros. Actualizar el ministerio de Juan
el Bautista, porque Dios estaba con él, también estará con nosotros, si en este
Adviento, preparamos los caminos de Jesús por medio de la conversión diaria a la
justicia y verdad, paz y amor.
Sor Isabel de la Trinidad medita sobre en la fiesta de la Trinidad y su obra en el
misterio de la Encarnación: “En profundo silencio, en inefable paz, / en oración
divina nunca interrumpida,/ rodeada toda de eternas luces/ se mantenía el alma de
María, Virgen fiel./ Su alma, como un cristal reflejaba / el Huésped que la habitaba,
Belleza sin ocaso. / María atrae al cielo. Y allí el Padre la entrega su Verbo, para ser
su madre. / El Espíritu de amor con su sombra la cubre, los Tres vienen a ella, el
cielo todo se abre, / y se inclina, adorando el misterio/ de Dios que se encarna en
esta Virgen Madre!” (Poesía 79).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD