DIA 29 DE DICIEMBRE
Día Quinto en la Octava de Navidad
Lecturas Bíblicas
a.- 1Jn. 2, 3-11: Guardar el mandamiento del amor.
La primera lectura, nos habla de cómo debemos conocer a Dios, guardando sus
mandamientos, en especial, el mandato del amor. Se une de este modo fe y obras,
porque quien dice que ama a Dios, y no ama a su prójimo, permanece aún en las
tinieblas, no camina en la luz que brilla en Cristo Jesús, su Hijo, luz de las naciones,
como canta Simeón en el templo (cfr. Lc.2,32). El apóstol Juan, nos da conocer a
Dios, y las implicancias, que contiene dicho acercamiento. El auténtico
conocimiento de Dios, se confirma por la observancia de los Mandamientos, es
decir, obediencia a Dios a su voluntad. Dios se había manifestado entregándoles los
Mandamientos, para ser obedecidos. Jesús, no hizo otra cosa, al respecto, que
perfeccionar esta verdad del AT.; quien permanece en ÉL, debe comportarse como
vivió ÉL (v. 6). El núcleo de estos Mandamientos, es el amor a Dios. El amor, hace
de puente entre el conocimiento y el mandamiento nuevo, que Jesús nos dejó:
amarnos los unos a los otros como ÉL no ha amado (cfr. Jn. 13, 34). El
mandamiento antiguo y nuevo, está desde el principio, es decir, desde la era del
cristianismo, cuya característica es la luz. El mundo pagano, y por lo tanto,
sumergido en las tinieblas, alejado de Dios, ya pasó, y la luz, es algo presente en
nuestra realidad. No existen sólo las tinieblas, sino que ahora existe el camino de la
luz de la fe. El apóstol, recurre al mandamiento del amor fraterno, como criterio de
discernimiento del verdadero amor: quien está en la luz, ama a su hermano; no se
puede estar en la luz y odiar al hermano, más bien, está en las tinieblas. El amor
fraterno, es el criterio para saber si el hombre, está haciendo la voluntad de Dios en
su existencia.
b.- Lc. 2, 22-35: Luz para alumbrar a las naciones.
El evangelio, nos narra la presentación del Niño Jesús en el templo, y la purificación
de María (vv. 22-28), y el cántico y profecía de Simeón (vv. 29-35). La Ley
establecía la purificación de la madre, después de dar a luz (cfr. Lv.12, 1-4). Quizás
el mejor sentido de purificación de la madre, se refiera también se refiera a la
consagración del Niño a Dios, que a diferencia de los animales que era ofrecidos, el
hijo primogénito era rescatado (cfr. Ex. 13,12; 13,14ss); su precio eran cinco
siclos (cfr. Nm. 3, 47). Entregaron la ofrenda de los pobres, es decir, un par de
pichones (cfr. Lev. 12,6-8). Jesús fue presentado al templo, lo que equivalía a
consagrado a Dios posesión suya, como Samuel, Juan Bautista (cfr.1Sam.1,28;
Lc.1,35ss). La presentación en el templo manifiesta lo que estaba oculto a Israel
acerca de ÉL. Así como los pastores de Belén proclamaron la grandeza del Niño
recién nacido, así lo hacen ahora Simeón y Ana, que iluminados por el Espíritu
Santo dan testimonio salvífico del Niño Jesús. El anciano Simeón, varón justo,
temeroso de Dios, él aguarda el consuelo de Israel, la salvación mesiánica y Aquel
que la deberá traer (cfr. Is. 49,13). Es profeta, Dios le ha dado el Espíritu Santo:
antes de morir, verá al Mesías de Dios, el Ungido del Señor (vv. 26-33). Simeón
movido por el Espíritu va al templo, penetrado de la fe, toma en sus brazos al Niño
y bendice a Dios; lo acoge con cariño y amor, es la fe la que penetra su misterio
salvífico y el fin es la alabanza de Dios, la bendición de Aquel que es fuente de toda
bendición. El cántico de Simeón, vespertino en su vida, es la respuesta a la
revelación que acaba de recibir acerca de este Niño. Lo sostiene la palabra profética
que ha sido interpretada a la luz de los hachos salvíficos (cfr. Is.40,5; 42,6; 46,13;
52,10). Ahora Simeón satisfecho su deseo, ver al Mesías, puede partir de la vida en
paz. Jesús es el enviado por Dios para la salvación a la vista de todos los pueblos
(cfr. Is. 52,10). Este Niño que tienen en sus brazos es luz para iluminar las
naciones (cfr. Is. 60,1-3; 49,6; 42,6). La salvación alborea no sólo sobre Israel,
sino también llega a las naciones paganas. Son atraídas por esta luz los pueblos
gentiles al pueblo de Dios para ser iluminados donde habita el Salvador. Israel
adquiere gloria por la presencia de Jesús en medio de ellos, resplandor de Dios por
lo que las naciones glorifican a Israel. Jesús es salud para todos los pueblos, porque
la pueden ver, como lo había anunciado el profeta (cfr. Is. 3,6; Hch. 28,28). José y
María, quedan maravillados de lo que escuchan acerca del Niño (v. 33). Finalmente
los dos ancianos profetas Simeón y Ana profetizan acerca de este Niño Jesús, sobre
el cual Israel deberá tomar una decisión: si uno está con ÉL será salvado, quien
está en contradicción, cae en la perdición (cfr. Is.8,14; 28,16; 65,2;
Rm.10,21;Hch.7,21). La suerte del Hijo toca a la Madre hasta llevarla al pie de la
cruz, donde la espada atravesará su alma, consecuencia última de la contradicción.
El dolor de la Madre y la contradicción del Hijo tienen una clara finalidad fijada por
Dios, para que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones, ante la
señal que es Jesús (v. 35; Jn.3, 19). Mayor contradicción será el Crucificado y
María, la Madre estará junto a Él; la verdadera contradicción es la humanidad de
Jesús, donde la obediencia de los suyos es entrega, en cambio, la desobediencia de
sus enemigos que lo acompañarán en el Gólgota, será seria contradicción (cfr. Lc.
4,22; 7,23; 23,35; Lc. 23, 35-46). Concluye todo con la palabra de la profetiza
Ana, testigo de la hora de gracia vivida en el templo; apóstol de la liberación que
trae el Redentor. Una nueva Luz brilla en Jerusalén, porque Jesús está en medio de
ellos, pero brillará más cuando sea exaltado a la gloria del Padre, entonces el nuevo
pueblo de Dios se reunirá, y de ahí partirán llevando el mensaje de salvación de
Cristo a las naciones de la tierra.
Si ponemos los ojos en el Niño Jesús, Teresa de Jesús, nos dice que su luz ilumina
nuestro camino, nuestra vida. Caminemos hacia Belén. “Los ojos en El y no hayan
miedo se ponga este Sol de Justicia (cfr. Mal. 3, 20), ni nos deje caminar de noche
para que nos perdamos, si primero no le dejamos a Él.” (V 35,14).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD