DIA 30 DE DICIEMBRE
Día Sexto en la Octava de Navidad
Lecturas Bíblicas
a.- 1Jn. 2, 12-17: Guardarse del mundo.
Un gran tema de esta carta de Juan, es hacer la voluntad de Dios, sea en el estado
de vida en que cristiano se encuentre, como un claro testimonio de fe y de amor.
Se dirige al término hijos, a padres y jóvenes de la comunidad, recordándoles lo
que han recibido de parte de la fe y el estado actual de sus vidas, en forma de
agradecimiento, que compromete en el tiempo. Comienza, recordándoles que sus
pecados han sido perdonados (v.12), que han conocido a Jesús, desde el principio
(v.13), quizás en su vida terrena, otros poseen un conocimiento más profundo,
como el que da la fe. A los jóvenes, les recuerda que han vencido el mal, porque
dijeron Sí a Jesús, y no a Satanás. Significativo, es la mención que hace de la
fortaleza espiritual de estos jóvenes, su permanencia en la Palabra de Dios, lo que
los aleja de ir con el enemigo. El hecho de ser hombres jóvenes, hace que posean
pasiones más fuertes, por lo mismo, su victoria, adquiere un significado mayor de
victoria (v. 13). Todo esto se consigue, si permanecen en Dios y se alejan del
mundo (vv.15-17). Ambas realidades se autoexcluyen; entendiendo por mundo,
todo aquello que se opone a Dios, y lo excluye de la vida de los creyentes (cfr. Jn.
17, 25). Un mundo de los hombres, que en su absoluta autoafirmación, expulsa a
Dios y sus mandamientos (v. 15). El cristiano, se ha de alejar de la concupiscencia
de la carne, es decir, de los apetitos sensuales y el desorden sexual donde la lucha
debe ser guiada por el Espíritu Santo (v.16). Concupiscencia de los ojos, es decir,
de los bienes materiales, que le dan seguridad, a lo cual, el cristiano responde, fijos
los ojos en el Señor, mantiene la comunión con ÉL (v.16). Finalmente, la
concupiscencia de la vida, es decir el orgullo, cimentado en las riquezas que
desplaza a Dios en el corazón del hombre (v.16). El mundo con sus pasiones pasa,
por lo tanto, el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre. De las
mismas entrañas del mundo, nace la oposición a Dios, motivo más que suficiente
para permanecer con ÉL para siempre.
b.- Lc. 2, 36-40: Testimonio de la profetisa Ana.
Al profeta Simeón, se une la profetiza Ana. Laicos humildes y llenos de fe que
pertenecían al resto de Israel, los pequeños a quienes el Padre, les revela su
secreto acerca de su Hijo. Israel conoció también a mujeres movidas por el espíritu
de Dios (cfr. Ex.15, 20;Jc. 4,4; 2Re.22,14). Estaba anunciado que en los últimos
tiempos profetizarán los hijos e hijas de Israel (Jl. 3,2; Hch.2,18). A las duras
palabras acerca de la contradicción y de la espada que atravesará el alma de la
Madre Jesús, siguen palabras de consuelo y de esperanza. Ana y los nombres de
sus antepasados, Ana, (Dios se ha compadecido), Fanuel (Dios es Luz) y Aser
(Felicidad), son fuente de salvación y bendición, porque lo que ellos significan,
emana de sus personas, de su testimonio, son introducidos en la luz de la gracia y
favor de Dios para con su pueblo. Son los tiempos del Mesías, profusión de luz
sobre Israel. Ana como Simeón, viven de la fe veterotestamentaria, su ancianidad
habla de sabiduría y la complacencia de Dios para con ella, que al momento del
encuentro con Jesús, contaba con más de cien años. Su matrimonio duró sólo siete
años, consagró su castidad para servir a Yahvé en el templo con ayunos y oraciones
(v.37; cfr. Jd.8, 4ss; 16, 22s). La profetisa Ana es modelo de viuda cristiana
(cfr.1Tim.5, 5). Ana reconoce con la luz de Espíritu al Mesías en el Niño Jesús
llevado en brazos por María al templo. Glorificó a Dios, como Simeón, por la venida
del Mesías, su gozo la convierte en apóstol, hablaba de él a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén (v. 38). Jesús es la liberación de Jerusalén,
con su presencia en el templo se inicia la liberación de todos los enemigos,
mediante la gracia de Dios que perdona, redime; en ÉL está la salvación
escatológica. El ala presentación de Jesús al templo se acepta la contradicción
contra Jesús y la aceptación creyente de su presencia, la salvación y la
condenación, la exaltación y la caída del que lo rechaza. Es día de Juicio y de
salvación para Jerusalén y sus habitantes, del templo dimana una gran luz también
para los gentiles, donde queda de manifiesta la gloria de Jerusalén. A la humillación
que sufrirá el Hijo en la ciudad que mata a los profetas en su pasión, el Padre
responderá con la máxima exaltación de Cristo a la gloria del cielo. El nuevo pueblo
de Dios reunirá en Jerusalén y los mensajeros partirán a las naciones para que
todos pueblos conozcan el evangelio, el perdón de los pecados y bautizados formen
la Iglesia en torno a la única señal que se nos ha dado: Cristo Salvador.
Teresa de Jesús, coloca al anciano Simeón como modelo de este encuentro con
Dios hecho Niño en Belén. “Es ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar
nosotros por diligencias que hagamos; porque es un ponerse el alma en paz, o
ponerla el Señor con su presencia por mejor decir, como hizo al justo Simeón (cfr.
Lc. 2, 29), porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma, por una
manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que ya está junto cabe
su Dios, que por poquito más llegará a estar hecha una misma cosa con El por
unión. Esto no es porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco no veía
el justo Simeón más del glorioso niño pobrecito; que en lo que llevaba envuelto y la
poca gente con El que iban en la procesión, más pudiera juzgarle por hijo de gente
pobre que por Hijo del Padre celestial; mas dióselo el mismo Niño a entender (cfr.
Lc. 2, 25-35).” (CV 31,2).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD