La Epifanía del Señor
Bien dice San Juan que a Dios nadie lo ha visto jamás, y podemos concluir
que entonces los hombres se han construido a su antojo la imagen que
quieren tener del Dios de los cielos. Está muy claro en esa narración
siempre atrayentes y siempre actual de los santos reyes, que de paso
diremos que ni eran tres, ni eran reyes ni tampoco eran magos. Pero la
narración siempre será interesante. Los personajes que por generaciones y
generaciones han mantenido la esperanza y la ilusión de millones y millones
de niños en el mundo se pusieron un día en camino, porque vieron una
estrella misteriosa que los impulsaba a dejar sus tierras, su comodidad y su
seguridad para ir tras la huella que se mostraba con una luz intensa como
no la habían visto nunca. Es la actitud de los hombres que confían en Dios,
que no le piden respuesta a sus inquietudes y que al contrario se confían
plenamente, a diferencia de los que hacen sus prácticas espirituales como
quien va invirtiendo su dinero en la cuenta del banco para “exigir” sus
intereses, y que creen tener razón por lo tanto en mostrarse enojados
porque Dios no les ha cumplido sus expectativas. Los magos, no, ellos
fueron confiados, que ya se les mostraría por qué poco más adelante en su
camino. Esa estrella se detuvo en Jerusalén y ahí empezó un calvario, no
para ellos sino para los habitantes de Jerusalén y su suprema autoridad.
Como lo más natural del mundo, preguntaron donde habría nacido el
Mesías. Aquí nos encontramos con una segunda idea de Dios, la de los
poderosos, los que fincan su poder y su prestigio, haciendo a Dios aliado de
su encumbramiento. Herodes, celoso de su prestigio de su poder y de su
magnificencia, se alarma, viendo un potencial enemigo en ese Mesías que
los magos anunciaban con tanta claridad. No hay enemigo pequeño y habría
que estar sobre aviso. De hecho la historia nos dice que ese rey, nunca
sediento de poder, hizo matar a varios de los suyos para tener su trono
asegurado, de manera que un miembro más era lo de menos. Por eso
pregunta a una tercera categoría de personas, con otra visión distinta del
Dios de los cielos, la de los que sabían mucho de la Escritura, pero que se
mostraban indiferentes, si no es que asomaba ya la propia inquietud por
una situación de plena comodidad que se vería amenazada con la llegada
del tal Mesías, que podría traer situaciones nuevas que ellos no estaban
dispuestos a aceptar. Es la actitud de los que se agazapan tras de una
situación religiosa, para mermar y vivir a costa de los demás, pretendiendo
que su situación de bonanza se prolongue sin fin.
De manera que el Rey investiga, los sabios determinan el lugar del
nacimiento del Mesías, pero ni uno ni otros mueven un solo dedo para
encontrarse con esa luz inmarcesible que debería brillar fuerte en todo el
universo. Los magos siguen adelante, y efectivamente, la estrella brillando
intensamente se detiene precisamente delante de una criatura en brazos de
su madre, nacido en un lugar obscuro y desconocido. La alegría se hace
presente, y se comunica a los más pequeños, los más despreciados en ese
tiempo, los pastores, sólo porque ellos, ocupados en sus rebaños no podían
ir a las celebraciones en el templo de Jerusalén. Si ellos no pueden ir, Dios
viene a su encuentro en aquella criatura y pueden acariciarlo y besarlo y
adorarlo, llevándole de paso sus regalos, al igual que los magos que habían
venido de lejos. Y los mismos ángeles anunciaban a gritos, si es que pueden
gritar, la necesidad de recurrir a aquél pequeño pesebre donde se
encontraba el Mesías, enviado, sencillo, pobre, humilde, pero con la
grandeza de todo un Dios que salva, libera y acerca a unos hombres a los
demás, haciéndolos miembros de una sola humanidad en camino hacia el
Buen Padre Dios. Este primer domingo será entonces domingo de regalos,
porque Dios pone en nuestras manos lo más valioso que nos puede confiar,
la propia vida. ¿Por qué no se la entregas? ¿Para quién más podrías
retenerla? ¿Cuánto más podrías gozarla si quieres guardarla toda para ti?
Este es el primer encuentro de la comunidad con el Cristo eucarístico.
Confíate plenamente a él y que Cristo mismo se convierta en la Estrella que
brille en lo profundo de tu propia vida en el año que ahora comenzamos.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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