IV Domingo de Adviento, Ciclo A
La fe de San José nos ayuda a participar en el misterio de Emanuel, “Dios
con nosotros”
“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María,
estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos,
se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José,
como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla
en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar
contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió
para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta:
«Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por
nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’».
Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt 1,18-24).
1. El nombre de Jesús significa “Dios ayuda” y también significa “Dios
salva”. ¿De qué nos salva? Del pecado, de todo mal… y Jesús nos llega por
María y José, el patriarca que aparece hoy junto a María, como un hombre
justo (cf. Mt 1,19), con una fidelidad unida a su misión con Jesús y María,
que hoy precisamente vemos que descubre en su famosa “duda”. Le vemos
padre de Jesús, y de la Iglesia, y especialmente de los sacerdotes. Hoy
vamos a contemplar la fe a través de la figura de José, y la noche de
Navidad veremos la caridad que Jesús nos trae, el amor de Dios encarnado.
Enviadlo, altos cielos, como rocío, que las nubes lluevan al
Justo. Abrase la tierra i germine el Salvador ” (Is 45, 8), dice la
Antífona de entrada. Y le pedimos al Señor en la oración colecta lo que cada
día recitamos en el Angelus: “ derrama tu gracia sobre nuestros
corazones, para que, así como por el anuncio del ángel hemos
conocido la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, seamos llevados por
su Pasión y Cruz a la gloria de la Resurrección ”. Veremos hoy c￳mo la
fe de San José se manifiesta de una manera especial en el sacrificio, ante la
cruz. En Belén la gente dice que no hay lugar para ellos. Hoy también la
gente va a lo suyo, no tiene tiempo por Dios, Jesús está buscando lugar en
el corazón de los hombres. Explica con ingenuidad el poeta catalán Mossen
Cinto Verdaguer que yendo José y la Virgen de camino por ese mundo con
el niño Jesús, como eran pobres y el camino era largo, entró en un pueblo a
pedir comida, y se llegó a las puertas de una casa buena, golpeteando la
puerta con el bast￳n: “-¿Quien es?” -le dijeron desde dentro.
–“Unos pobres que vamos de camino”, respondi￳ el patriarca
humilde. “¿Nos harían una gracia de caridad, por amor de Dios?”
-“Dios os ampare”, le dieron como respuesta.
-“Estos serán pobrecitos como nosotros”, a￱adi￳ el santo ante la
negativa. “Llamemos a esa otra casa que tiene aires de palacio, aquí vivirá
gente rica y caritativa que nos llenará el zurr￳n”... y al llamar dijo: -
"¿querríais hacer una limosna a unos pobres peregrinos, por amor de Dios?"
-"¡Para peregrinos estamos!" -respondió una voz ronca sin abrir la
puerta.
-"Deben de estar enfermos” -dijo San José-, “los ricos también pasan
enfermedades y penas".
Llamó a otra casa importante y le respondieron: "¡Dios os dé!", y en
otra ni esto le dijeron, respondiéndole solamente los perros con sus ladrillos
poco acogedores. San José, que era un saco de paciencia, al ver una
recibida tan mala para su santísima esposa, y para el Niño, la salvación del
mundo, se apenó y dos lágrimas amargas le resbalaron por su cara. El niño
Jesús tuvo compasión, y sintiendo brotar también sus lágrimas de sus
hermosos ojos, dijo a san José: -"llamemos, si te parece, a esa cabañita".
Era la más pobre de las casas de aquel pueblo y tan pequeña que ni el
santo ni su esposa se habían apercibido de ella; mes, esto sí, todas estaban
cerradas a cal y canto como si tuvieran miedo de ladrones, y esa, que no
tenía nada que esconder, estaba de puertas abiertas; ni hubieron de llamar
sino que entraron y –en un inocente anacronismo el poeta pone en boca de
san José la frase popular-: "-¡Ave María purísima!" y de dentro
respondieron: "-sin pecado concebida", y vieron que era una familia alegre
y pobre, que les invitaban: "pasad, pasad, ¿queréis quedaros a cena con
nosotros?" decía la mujer, mientras ponía más platos en la mesa, con unos
pequeños panecillos y en medio la sopera... allí estuvieron muy bien
acogidos y contentos de estar con aquella humilde familia, y luego se
fueron, y después cuando ya estaban alejándose, la Virgen María
volviéndose al niño Jesús, le dijo: -"hijo mío, ¿y qué paga les darás por esta
obra buena que han hecho?" Dicen que el niño respondió: "-madre mía, la
paga la tendrán en el cielo; aquí en la tierra, cruces y más cruces".
Es el misterioso sentido de la cruz que lleva a la gloria, la puerta de la
salvación, el signo más y de victoria, que tienen forma de cruz, sacrificio
que da fruto… Dios llama a la puerta de nuestra casa de muchas maneras.
En lo de cada día y ha algo de divino. En la abundancia o en la pobreza, en
la salud o enfermedad es Jesús quien nos busca, y hemos de dejarlo
entrar... pues dónde los dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe
descubre la belleza de la rosa que nos regala, esto es la cruz.
José es "justo", pero no con esa justicia legalista que quiere poner la
ley de su parte y repudiar a su mujer, yo pienso que él veía algo grande
que no entendía: su mujer embarazada de una criatura, unos planes de los
que él no sabía nada… y sin dudar de ella vio que sobraba, que no tenía
parte en todo eso… y entonces es cuando interviene el ángel para
comunicar a José que Dios le necesita, porque si bien no tiene nada que
hacer al nivel del alumbramiento, tiene una misión que cumplir al nivel de
su paternidad: “Dios te necesita para hacer que ese Niño entre en el linaje
de David y darle un nombre, Dios te necesita para que le hagas de padre".
Respeta a Dios en su obra y cumple el papel que Dios le asigna: introducir a
Jesús en la estirpe real. La salvación del hombre no depende, por tanto,
exclusivamente de una iniciativa soberana de Dios que basta esperar
pasivamente. Dios no salva al hombre sin la cooperación y sin la fidelidad
del hombre (Maertens-Frisque). La duda de José no fue acerca de la
culpabilidad o inocencia de María, sino sobre el papel que él personalmente
tenía que jugar en todo aquello. Entonces, conocido su papel en aquel
matrimonio, cesa su turbación, desconcierto o duda. San Bernardo, antes
de otras explicaciones complejas que han aparecido después, y más bien
extrañas a la confidencia entre esposos, hace mil años, bien puede
comentar esta explicación, o al menos no la desmiente: "¿Por qué quiso
José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio
pensamiento, sino el de los Padres; si quiso despedir a María fue en medio
del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al
Señor lejos de sí: ‘Apártate de mí, que soy pecador’ (Lc 5,8); y al centurión,
cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: ‘Señor, no soy digno de que
entres en mi casa’ (Mt 8,8). También dentro de este pensamiento es como
José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía
vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan
santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba
temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella
estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía
penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del
poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el
pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del
mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía
igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la
profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar
secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel
no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor
mezclado de respeto? (Lc 1, 43). ‘En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la
dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?’". San Jerónimo fue más
parco: “José, conociendo la castidad de María y extra￱ado por lo acaecido,
oculta con su silencio aquello cuyo misterio ignora”.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con
su sí permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz
del Señor, aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda
a los planes divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de
hombros, que todo le está bien. La decisión de dejar a María era darle
libertad, quedaba fuera del riesgo de pública infamia; y él aparecía como
causante de la separación. Dios, al ver su docilidad, no le hace sufrir más e
interviene en sueños por medio de un ángel. La caricia de Dios da vida otra
vez a José, que así se va preparando más y más para su misión.
2. El rey Acaz y el profeta Isaías se hallan frente a frente. Acaz
solicita la ayuda a Siria para vencer a sus vecinos enemigos: bajo una falsa
religiosidad oculta una absoluta falta de fe en la intervención divina. Isaías
le ofrece un signo: el nacimiento de un niño, encarnación de la benevolencia
de Dios, de su presencia salvadora -Enmanuel- Dios con nosotros. Cuando,
el comenzar nuestra era, una joven doncella llamada María quede
embarazada sin concurso de varón y dé a luz un hijo, síntesis de lo humano
y lo divino y en cuya vida, muerte y resurrección se den cita cumplidamente
todos los anuncios de Isaías en estos capítulos conocidos como al "Libro del
Emmanuel" ya nadie podrá negar la proyección mesiánica y salvífica de
aquel Emmanuel en pañales de Isaías, cuya madurez nos ha sido revelada
en Cristo.
Podemos cantar con el salmista: “Del Señor es la tierra y cuanto
la llena / el orbe y todos sus habitantes: / Él la fundó sobre los
mares, / Él la afianzó sobre los ríos.” Es un canto a la obra de la
creación. Ahora pasamos al templo de Jerusalén: “¿Quién puede subir al
monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El
hombre de manos inocentes y puro corazón” : "manos" y "corazón"
evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre, que se ha
de orientar radicalmente hacia Dios y su ley. “Ése recibirá la bendición
del Señor, / le hará justicia el Dios de salvación. / Este es el grupo
que busca al Señor, / que viene a tu presencia, Dios de Jacob ”.
3. Vemos en S. Pablo que el Evangelio compromete al hombre
entero, es siempre obediencia: “ para llevar a la obediencia de la fe ".
Jesús, hijo de David es también el Hijo de Dios.
Llucià Pou Sabaté