SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR - MISA DE MEDIANOCHE
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
25 de diciembre de 2013
Is 9, 1-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14
Todo es simplicidad y serenidad en la primera parte del relato evangélico que hemos
escuchado. Pero, la simplicidad y la quietud que refleja la escena en torno al pesebre
donde María puso a
su hijo primogénito
, se transforman,
en la misma región
, donde
había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño
,
en un canto gozoso y entusiasmador; después de recibir el anuncio del nacimiento del
Mesías
, una
multitud
celestial canta:
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los
hombres que Dios ama.
Sí, el nacimiento de Jesús, hermanos y hermanas, glorifica a Dios en su designio de
amor por la humanidad, y es portador de
paz
. Por eso los ángeles proclaman la
gloria
de
Dios en el cielo
y luego anuncian la paz en la tierra,
a los hombres que Dios ama
,
es decir, a la humanidad entera. Según las profecías antiguas, el fruto por excelencia
de la venida del Mesías debía ser precisamente la
paz
. La
paz
con Dios, la
paz
con
uno mismo y la
paz
en el mundo. Jesús, el Mesías, es -como decía el profeta Isaías en
la primera lectura de esta vigilia- el
Príncipe de la paz
. Ya al inicio de la celebración de
la Navidad, la Iglesia pone en labios de quienes participan en la alabanza de vísperas,
estas palabras "El Rey de la
paz
ha sido glorificado, toda la tierra desea verlo". Sí,
Jesús, a pesar de su debilidad de recién nacido, es el portador de la
paz
en el mundo.
Cuando será mayor, con la predicación del Evangelio, guiará a todos
por el camino de
la paz
(cf. Lc 1, 79) y, derramando la sangre en la cruz,
pondrá la paz en todo lo que
hay
(Col 1, 20). En la Navidad, pues, vemos como se empiezan a cumplir aquellas
palabras del profeta:
mis designios son designios de paz y no de desgracia
(Jr 29, 11).
Mirando, sin embargo, a nuestro mundo, podemos pensar que esto no es así; lo
vemos lleno de desgracias, de guerras, de violencia, de opresiones de los débiles, de
conflictos entre pueblos, en el seno de las familias, etc. Los hay que, constatando esta
realidad, no creen que el nacimiento de Jesús sea portador de
paz
; más aún, no creen
que
los designios
de Dios sean de
paz
. Y hasta niegan la existencia de un Dios bueno,
amigo de la humanidad.
En cambio, año tras año, y a pesar de la violencia y la muerte que hay en el mundo, la
Navidad nos trae con insistencia el mismo mensaje:
en la tierra paz a los hombres
porque
mis designios son designios de paz
. A pesar del mal y la violencia que hay en
el mundo, los cristianos hemos descubierto que Jesucristo es verdaderamente el
portador de la
paz
. Muchos no saben que Jesús es el
Príncipe de la paz
, pero anhelan
la
paz
en el fondo del corazón y la
paz
en el mundo. Porque la
paz
de la que es
portador el Cristo tiene una dimensión personal y otra colectiva. La acogida personal
en la fe del nacimiento de Jesús nos renueva la alianza de amistad que Dios hace con
nosotros, y, por tanto, su pacto de amor, y esto pacifica nuestro corazón. Además, nos
predispone a nivel comunitario, eclesial, y social a vivir reconciliados y en armonía con
los demás. Es precisamente la pacificación de los corazones de los creyentes y de
todas las personas de buena voluntad la que debe llevar a trabajar por la
paz
y por la
justicia en el mundo. En este sentido, hay que tener presente que la
paz
que Jesús, al
nacer, lleva a la humanidad es un don de Dios, pero también fruto del trabajo humano,
individual y colectivo. Sólo desde la vivencia del espíritu de las bienaventuranzas
podremos acoger y trabajar sinceramente por la
paz
. Porque la Navidad, a pesar de
ser portadora de
paz
, no supone automáticamente su establecimiento; es necesario
que la trabajemos y la hagamos crecer primero en nuestro interior, pues sólo los
hombres y mujeres de corazón pacificado podrán ser constructores de paz en el
mundo. Y aquí hay todo un reto para nosotros, un reto que nos pide crecer en la
humildad, en la limpieza de corazón, en la compasión, en hambre de justicia, en el
tener un espíritu de pobre, sin orgullo (Cf. Mt 5, 1-10). Parafraseando al profeta
antiguo, podemos decir con toda verdad:
qué hermosos son
en el pesebre de Belén,
los pies del mensajero que anuncia la paz y la salvación
(Is 52, 7). Pero la obra de
paz
iniciada en el nacimiento de Jesús necesita nuestra colaboración; necesita que, bajo la
acción del Espíritu Santo, nos pongamos a trabajar.
La
paz
que nos trae Jesús con su nacimiento y con toda su obra salvadora, no es
como la que da el mundo (cf. Jn 14, 27), porque no es sólo ausencia de desórdenes,
de violencia y de guerra, sino sobre todo una serenidad personal y un entendimiento
cordial entre las personas y entre los pueblos que es fruto del Espíritu Santo. Los
cristianos debemos ser artesanos de esta
paz
, por eso hay que trabajarla en nuestro
interior y construirla en nuestro entorno para llevar a cabo la obra de Jesucristo.
Somos conscientes, sin embargo, que el canto nuevo que los ángeles ofrecieron a la
humanidad en Belén siempre tendrá un tono de nostalgia hasta que la
paz
se haya
extendido por todo el mundo y refleje la
gloria de Dios
.
Desde este ser artesanos de
paz
y conscientes de que la
paz
es inseparable de la
justicia, este santa noche nos sentimos urgidos a comprometernos más cada día en
favor de la superación de la violencia que toma tantas formas y escuchar el clamor de
los pobres. El Papa Francisco nos recuerda cómo la Escritura nos invita a vivir el amor
fraterno, el servicio humilde y generoso, el trabajo a favor de la justicia y de la
paz
; nos
recuerda cómo la Escritura nos urge a vivir la misericordia hacia el pobre (cf. Evangelii
gaudium, 194). En esta celebración, concretaremos nuestro compromiso en una
colecta a favor de Cáritas, que atiende cada vez a más personas necesitadas.
La condición necesaria para acoger la Navidad de Jesús como don para nosotros, es
acoger al hermano, sobre todo al que pasa necesidad (cf. 1 Jn 4, 20). Ahora
acogeremos la presencia sacramental de Jesucristo, el Mesías; cantemos, sí,
la gloria
de Dios
, pero, para que la alabanza sea auténtica, hagamos obra de
paz
, hagamos
obra de amor.