SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR - MISA DEL DÍA
Homilía del P. Josep M. Soler, abad de Montserrat
25 de diciembre de 2013
Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18
Y la Palabra se hizo carne [...] y hemos contemplado su gloria .
Queridos hermanos y hermanas: el evangelio que hemos escuchado hace penetrar
toda la luz de pascua en la cueva del nacimiento. Si por la noche contemplábamos la
escena tan tiernamente humana del nacimiento de Jesús y cómo María lo envolvía y lo
ponía en un pesebre (cf. Lc 2, 6), la luz de pascua nos confirma que este bebé es la
Palabra eterna de Dios hecha hombre, con toda su divinidad presente en la pequeñez
del cuerpo humano de un niño. Son las dos grandes verdades consoladoras de
Navidad: que Dios se hace hombre y que "así compartió en todo nuestra condición
humana menos en el pecado" (cf. Plegaria Eucarística IV). Por ello, en la debilidad
humana de Jesús apenas recién nacido, el evangelio de esta mañana subraya la gloria
divina presente en medio de nosotros, en medio de la humanidad. Una gloria -dice­
propia del Hijo único del Padre .
Y, ¿qué quiere decir que el hijo de María apenas nacido ya posee la gloria ? La gloria
divina, en la Sagrada Escritura, es la plenitud rica y poderosa de Dios que se
manifiesta, que se hace presente en medio del pueblo. En la Navidad, sin embargo, la
gloria aparece, paradójicamente, no como radiante y poderosa sino como debilidad de
un recién nacido que duerme y llora en la pobreza de un pesebre.
Y la Palabra se hizo carne [...] y hemos contemplado su gloria: gloria propia
del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
A pesar de la simplicidad del entorno y la fragilidad del hijo de María envuelto en
pañales (cf. Lc 2, 6), está presente la divinidad. Porque en el principio ya existía la
Palabra y la Palabra era Dios . Por ello, tal como señala el Evangelio, tiene la plenitud
de la gracia y de la verdad . Dos palabras llenas de contenido, que conviene explicitar
brevemente para penetrar en la realidad íntima de Jesús. Tiene la plenitud de la
gracia; es decir, la fuente inagotable del amor y del favor de Dios hacia la humanidad,
dados gratuitamente y de antemano como perdón y como salvación. Tiene la plenitud
de la verdad; , es decir, es auténticamente la manifestación de la realidad divina, hasta
el punto de que las palabras y los actos de Jesús son la expresión misma de Dios. Lo
son ya su sonrisa, su llanto, sus necesidades naturales, su pequeñez. Después, toda
su vida, toda su predicación será manifestación de la santidad y el amor de Dios a la
humanidad hasta ser elevado sobre la cruz y hasta ser envuelto nuevamente con unas
vendas antes de manifestar en su cuerpo glorioso el estallido de la gloria que tiene
como Hijo único del Padre . Realmente Jesús expresa la verdad de Dios, lleno de
ternura, que se abaja y se humilla para ser amigo de la humanidad.
Y la Palabra se hizo carne [...] y hemos contemplado su gloria .
El Evangelio nos dice que nosotros hemos contemplada, esta gloria . Los testigos de la
resurrección del Señor la contemplaron al oír el testimonio que él daba sobre lo que
había visto y oído acerca del Padre (cf. Jn 3, 11.32-35; 18, 37). Y, más tarde, cuando
lo vieron vivo en el estallido del acontecimiento pascual, después de ser elevado en la
cruz, cuando se hizo patente su unidad de amor con el Padre. También nosotros
podemos decir que hemos contemplado la gloria de Jesús. Viviendo la fe en él y
dejándolo entrar en nuestro interior vamos descubriendo esta gloria , vamos
conociendo su grandeza divina y su amor que le llevan a conceder sus dones a la
humanidad con una gran generosidad. Tanto o más importante, sin embargo, que
contemplar en la fe su gloria es escuchar su palabra para hacerla vida. La fe y la
acogida de su palabra nos permiten establecer una relación personal con Jesucristo
que nos lleva a conocerlo más y a conocer el Padre.
Y no sólo podemos contemplar la gloria de Jesús, también somos llamados a
participar de ella. Porque quien descubre su gloria , está asociado a ella, según dirá él
mismo (cf. Jn 17, 22); en nuestro caso, se trata de una participación en la gloria vivida
en la debilidad; en esta vida consiste en vivir la santidad cristiana y en dar testimonio
de Jesucristo y de su Evangelio. En este testimonio, según la enseñanza de Jesús,
tiene un lugar fundamental la comunión entre los discípulos; es -nos dice- el amor
fraterno el que manifiesta su gloria a la humanidad (Jn 17, 22-23). Esta es nuestra
dignidad de cristianos que hemos recibido gratuitamente como fruto del hacerse
hombre de aquel que es la Palabra divina. Pero el don es aún mayor; desde el
nacimiento de Jesucristo, la plenitud y el término de la existencia humana se
encuentra en la participación de su gloria , que es participación también de la gloria del
Padre (Jn 17, 24).
En la adoración del Misterio de Navidad que nos manifiesta la gloria divina en
Jesucristo, debemos abrir el corazón al amor que Dios nos tiene y vivir la alegría del
Evangelio. Una parte importante de esta vivencia evangélica es, por decirlo con
palabras del Papa, ser conscientes del "deber de servir a la justicia" que tenemos y,
por tanto, "la necesidad de buscar la justicia y la paz social" (cf. Evangelii gaudium,
250). Como expresión, real y simbólica a la vez, de la voluntad de vivir este deber y de
nuestro "compromiso ético para crear nuevas condiciones sociales", tal como hemos
hecho ya en la noche, os proponemos hacer una aportación, al final de la celebración;
junto con la de la comunidad, la haremos llegar a Cáritas para ayudar a paliar tantas
necesidades urgentes que le son presentadas a causa de la pobreza y de la
marginación aumentadas por la crisis económica.
La gloria de Jesucristo se manifestará a los ojos de nuestra fe en la celebración de la
Eucaristía; acojámosla con corazón sincero para poder crecer en nuestra realidad de
hijos de Dios y dar testimonio de que el que es la Palabra se ha hecho hombre y abre
ante nosotros un horizonte de esperanza, de justicia y de paz.