¿SERÁ VERDAD QUE LOS CRISTIANOS LLEVAN LA CRUZ EN LOS PECHOS Y
EL DIABLO EN LOS HECHOS?
Segundo domingo ordinario, Ciclo A
Hemos celebrado el Bautismo de Cristo, que nos ha llevado de un salto, desde los
primeros días del Niño Dios hasta contemplarlo como el que sepulta nuestros
pecados en el río Jordán y se apresta para llevar a las gentes el mensaje de
salvación. Pero tal parece que no podemos desprendernos todavía de la figura de
Juan el Bautista, pues su misión fue dejarlo plenamente establecido entre los
hombres a los que había venido a servir. Juan fue pues, una pieza clave en dar a
conocer a Cristo frente a los hombres como el Salvador de todos ellos. Él mismo
tuvo sus momentos de duda, pues su concepto del Mesías era el del que traía, la
amenaza, el castigo y el fuego, para orillar a todos los hombres a convertirse al
Dios de los cielos, y cuando esto no sucedía, hubo un momento de estremecimiento
para él. Sin embargo, lo que Juan contempló precisamente después del bautismo
de Cristo, lo dejó convencido de la veracidad de la persona y de la misión de Cristo
Jesús. Él fue consciente de que Cristo no necesitaba su bautismo y si lo bautizó fue
más bien por pura obediencia a los planes de Salvación del Buen Padre Dios. Pero
él fue testigo de primera línea de cómo el Espíritu Santo se posó sobre Cristo y oyó
aquella voz estrepitosa pero esperanzadora de lo alto: “Este es mi Hijo amado en
quien tengo todas mis complacencias”. No había duda. Era él el que debíamos
esperar y no otro, de manera que poco después, al ver que Jesús pasaba, lo señaló
clarísimamente ante sus discípulos con palabras inconfundibles: “Este es el Cordero
de Dios, el que quita el pecado del mundo”. Con eso dejaba a sus discípulos en
libertad para ir tras de Jesús como ocurrió efectivamente con varios de ellos, que lo
dejaron para ir tras de aquél que Juan señalaba como el que había de bautizar en el
agua, en el fuego y en el Espíritu Santo. Con eso quedaba completa su misión,
aunque todavía quedaba por colocar la cereza sobre el pastel, pero una cereza muy
amarga porque con el testimonio de su propia vida, Juan coronó su obra y todas
las miradas quedaron pendientes de Jesús. Juan testimonió pues, con su vida, la
obra que se le había confiado.
Y es ahora a nosotros, los cristianos a los que toca dar testimonio con nuestra
propia vida, de nuestro seguimiento de Cristo Jesús para no dar un anti testimonio
de ese bautismo que nos sumió en la muerte al pecado, a la maldad y al egoísmo,
para hacernos vivir como los que ya en la esperanza hemos sido salvados. No
podemos entonces dejar temblequeando nuestro bautismo pues sería en detrimento
de esa gracia que nos trajo el bautismo. Y esto nos llevaría a considerar la
necesidad de revalorar nuestro bautismo como el momento del encuentro con
Cristo salvador, con el verdadero Cordero que quita nuestros pecados y nos da la
fortaleza para continuar como verdaderos discípulos suyos. No podemos considerar
el bautismo simplemente como un requisito, como un cumplido, con una tradición e
incluso simplemente como un pretexto para la fiesta, para emparentar con los
compadres y todavía más, como un nuevo pretexto para una fiesta en la que el
verdadero señor es el alcohol que lleva a verdaderas tragedias en lo que debería
ser la gran fiesta de los cristianos que se alegran por un nuevo miembro que viene
a enriquecer a la gran familia de los hijos de Dios. Que desde nuestras propias
vidas, tengamos en alta estima el sacrificio redentor de Cristo Jesús invocándolo
como el Cordero que con su entrega, y con la entrega de su propia sangre, hizo
posible nuestra propia salvación. Que nuestra vida brille ante los demás, para que
todos los hombres inicien la procesión para que todos ellos sean iluminados por la
Luz del Cordero y por el Fuego del Espíritu Santo de Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx