Ciclo A
TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO XXII
El humilde reconoce que ha recibido todo de Dios, que no es nada por sí
mismo, que es un pobre pecador, pero que, si se abre a la gracia, Dios le
glorificará. Más profunda es la humildad de Cristo, que por rebajarse hasta
la muerte es elevado a la gloria del cielo. En Cristo la humildad es una
realidad pascual. Su muerte es glorificadora.
Jesús manso y humilde de corazón, nunca busca su gloria. Vino a servir no
a ser servido. Lava los pies a sus discípulos (un oficio de esclavos).
“Actuando como un hombre cualquiera, se rebaj￳ hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levant￳ sobre todo”
(Filipenses 2, 6-11). La máxima humillación en la cruz fue la máxima
expresión de un amor más fuerte que la muerte. Como el grano de trigo.
La humildad es, por tanto, “signo de Cristo” y se￱al también de los
cristianos, porque “donde está la humildad, allí está la caridad” (San
Agustín).
Estamos llamados vivir en comunión con Cristo: el que se humilla con Él y
como Él, será enaltecido con Él y como Él. “Por nosotros los hombres y por
nuestra salvaci￳n baj￳ del cielo” (Credo). Resucitado y glorioso fue elevado
al cielo para hacernos compartir su divinidad. Cristo “acept￳ la muerte para
librarnos del morir eterno, entregó su vida para que todos tuviéramos vida
eterna” (Prefacio). Cristo nos enseña así el camino, el fundamento y la meta
de la humildad: el amor y la entrega a Dios y a los hermanos.
Unidos existencialmente a él, nos hace partícipes en su pro-existencia, de
su amor hasta la muerte. “En la medida en que nos conformamos con el
Cristo que se entrega, somos transformados” (San Bernardo de Claraval).
Darse, entregarse es el grado más alto de la humildad. La caridad es
inseparable de la humildad, uno de cuyos frutos es la fortaleza.
La humildad es la verdad. Decía Santa Teresa de Ávila: "la humildad es
andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros,
sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira". La
humildad es sobre todo vivir en la verdad. Hemos de buscar no aparentar,
sino agradar a Dios. ”Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu
Santo” (San Ambrosio). Espíritu de valentía y de verdad que nos hace
libres. “Quien pertenece a la verdad, jamás será esclavo de algún poder,
sino que siempre sabrá servir libremente a los hermanos” (Benedicto XVI, 1
de julio 2007).La motivación del creyente no es el éxito, sino el bien. La
humildad y el realismo nos dan la libertad de la verdad. En tus asuntos
procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso (primera
lectura).
Es humilde el que se reconoce tal como es: su propia verdad, su realidad,
sus límites. Sabiendo que todo es don de Dios. Humilde es quien reconoce
que no lo puede todo ni lo sabe todo; que no es perfecto: Dios es el único
bueno.
Ser humilde no significa ser un abandonista, un timorato o un derrotado. El
camino de la humildad es un camino de valentía. Los autores espirituales
hablan de los cuatro grados de la humildad: conocerse, aceptarse, olvidarse
de sí mismo y darse. “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. El que pierda su vida por mi y
por el Evangelio la salvará” (Mt 16, 24).
Dios, infinitamente bueno y juez misericordioso, únicamente se revela y se
manifiesta a los humildes (primera lectura). Más aún, hay que ser humildes
para acercarnos a Dios, juez de todos, caminando con Jesús, Mediador de la
nueva alianza (segunda lectura).
MARIANO ESTEBAN CARO