Comentario al evangelio del Jueves 16 de Enero del 2014
Queridos amigos y amigas:
En esta semana venimos haciendo nuestra “lectio divina” desde una clave intencionadamente
vocacional. Conviene dejar claro que estos comentarios van dirigidos a todos y no solamente a quienes
han sido agraciados con una vocación de especial consagración. Hay una vocación común a la santidad
en la que todos coincidimos, que es previa y fundante de cada vocación particular. Desde este supuesto
nos acercamos al relato evangélico de hoy, que admite también ese enfoque.
El leproso representa simbólicamente, entre otras realidades, al “ser humano sin vocación”. La lepra
era la peor enfermedad conocida de la época, por tres razones: Era horriblemente destructiva; convertía
a quien la padecía en agente transmisor de contagio; y por ello inevitablemente era condenado al
aislamiento social y a la cuarentena permanente. Era un cruel castigo; una muerte disfrazada de vida.
Paralelamente nuestro “hombre-sin-vocación” padece una enfermedad sin dolor ni fealdad aparentes,
pero muy contagiosa y aislante. Vivir de espaldas a la transcendencia (Dios) y a la alteridad (los otros)
conduce al incurvamiento en el propio ego, centrado solo en la satisfacción de las propias necesidades
y deseos. Este repliegue egocéntrico seduce hoy a muchos, pero a la postre les conduce al infierno de
la soledad y del hastío.
Pero el leproso del evangelio supo reconocer su lastimoso estado y acudir a Jesús. Se acercó y de
rodillas le rogó que le limpiara con una súplica magistral llena de reconocimiento, esperanza y
humidad. Esa actitud alcanzó a Jesús en el alma hasta el punto de conmoverlo y reaccionar actuando
inmediatamente en su favor. A Él le parte el corazón ver una vida humana destrozada y condenada al
aislamiento y al infortunio. Y reacciona devolviendo la salud y reinsertando en el tejido religioso y
social. Hemos sido creados para vivir en plenitud de hijos de Dios y para convivir con otros desde el
amor y el servicio. Una buena pastoral vocacional, según esto, es aquella que se preocupa de llevar a
otros ante Jesús para que, de rodillas y reconociendo que sin Él no se puede vivir, le supliquen: “Si
quieres, puedes limpiarme”. Encontrar la propia vocación es haber descubierto que es Jesús quien
restaura y otorga la más auténtica forma de ser persona y que acogerla es abrirse a la relación de amor
y de servicio a Dios y a los demás.
La historia de aquel leproso curado no terminó bien, porque fue incapaz de obedecer a Jesús hasta el
final. Con ello, privó o dificultó a muchos de la cercanía sanadora de Jesús. Este tuvo que moderar su
presencia y actuación públicas. No obedecer a la llamada y a las recomendaciones de Jesús acaba
siempre complicando la vida de terceros.
Juan Carlos Martos cmf