DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD (A)
Homilía del P. Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat
5 de enero de 2014
Jn 1, 1-18.
Cada Navidad, hermanas y hermanos, celebramos de una manera particular el amor
de Dios manifestado, revelado, en el Niño del pesebre. Cada Navidad, como nos ha
dicho el Papa Francisco, celebramos "el encuentro con Jesús y el encuentro de Dios
con su pueblo " (Entrevista en el diario La Stampa. 15 de diciembre 2013) Un Dios que
se ha hecho hombre y que "vivió entre nosotros" (Jn 1, 14). Un Dios que se ha hecho
uno de nosotros, para compartir así nuestra vida.
La Navidad, hermanas y hermanos, nos debe ayudar a mantener viva la llama de la
esperanza, ¡a pesar de todo! Y a que la Iglesia, antes de que una institución, sea un
abrazo fraterno de misericordia y de comunión, y un lugar de perdón y de fiesta.
La Navidad, hermanas y hermanos, nos debe hacer a todos los cristianos,
contemplativos del amor en el silencio orante, para que así, con la oración y la
acogida, la Iglesia se convierta en una encuentro de fe, fraterna y gozosa.
La Navidad nos debe hacer testigos de alegría, de servicio y de sencillez,
características de aquellos hombres y mujeres que buscan a Dios, un Dios que
encontramos en la intimidad del corazón, allí donde germina la semilla del amor y de la
esperanza.
La Navidad debe hacer posible que la soledad se transforme en comunión, las ofensas
en perdón y la discordia en diálogo. Así, con el silencio, el trabajo y la oración,
descubriremos que acoger es mucho más que escuchar y que en medio de las prisas
y de la incomunicación, podemos crear espacios para humanizar el mundo. La
Navidad nos debe hacer ver que, cambiar este mundo es posible y que el Reino
soñado es una utopía, sí, pero una utopía que podemos hacer realidad. La Navidad
tiene que hacer que nuestras comunidades cristianas, lejos de encerrarse en sí
mismas, abran horizontes de esperanza y de paz, ya que el Niño del pesebre, el Dios-
con-nosotros nos hace descubrir que la oración nos hace fuertes en la debilidad y
generosos en la pobreza.
La Navidad nos ha de llevar a vivir con una sonrisa en el rostro, mientras nacen en
nuestros corazones, sentimientos y actitudes de alegría y de paz. La Navidad nos
debe hacer ayunar del consumismo, tan extendido en nuestro mundo y ha de hacer de
nosotros hombres y mujeres que creen en el perdón y en la fraternidad, en la
esperanza y en el ser humano. La Navidad, hermanas y hermanos, nos debe ayudar a
hacer de la Iglesia un espacio abierto a todos aquellos que comparten la oración y la
reflexión, el diálogo y el perdón, el compromiso y la lucha por la justicia. Y también, un
espacio abierto a los alejados de la fe, para acogerlos con afecto y estima. La Navidad
nos debe hacer hermanos unos de otros y artesanos de paz y de esperanza, para así,
construir una Iglesia que sea un hogar abierto a todos, espacio de proximidad, de
comprensión y de comunión, de alegría y de consuelo. La Navidad nos debe ayudar a
mantener encendida la llama de la esperanza, en medio de un mundo
desesperanzado y cansado.
La Navidad, como nos dice el Papa Francisco, "nos habla de ternura y de esperanza”,
porque " Dios está con nosotros ”. Porque " Dios se fía de nosotros " (Homilía del Papa
en Santa Marta. 19 de diciembre 2013). La Navidad es el tiempo para descubrir el
Dios- con-nosotros, en la gente sin patria y sin familia, en las personas que lloran, en
todos aquellos que han perdido la esperanza, en los que nunca se han sentido
queridos, nos los ancianos que viven solos, en los que trabajan por la libertad y por la
justicia y en todos los que sufren.
Navidad es también tiempo de encuentro y de reunión, para deshacer recelos y
malentendidos. Es así como lo vivió en Tierra Santa el papa Pablo VI, hoy hace 50
años, como peregrino de paz y de reconciliación.
Hermanas y hermanos, sólo viviremos realmente la Navidad, si la celebramos abiertos
a los signos de los tiempos, abiertos al mundo y a todas sus inquietudes. Porque lo
sagrado, maravilloso, divino, ha entrado en el espesor de nuestro mundo. ¡Y así se ha
hecho la Navidad!
Viendo al Niño, intuimos ya que el pesebre huele a bienaventuranzas. Por eso sólo
podremos celebrar la Navidad, acercándonos al Niño Dios con un corazón pobre,
humilde, sencillo, libre, porque como decía Joseph Jaubert, " para acercarse a Dios, no
hay que ser ni sabio ni filósofo, sino niño o como mucho, poeta ". La Palabra se hizo
carne, ¡y todos nosotros estamos llamados a ser voz de esta Palabra!
Hermanas y hermanos, Dios ha visitado a su pueblo. Dios se ha hecho uno de
nosotros. Ojalá sepamos descubrirlo en todos aquellos que se nos acerquen.