DOMINGO II DURANTE EL AÑO A
“Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” (Sal 39)
La liturgia de este domingo continúa teniendo un carácter de epifanía, es decir de
manifestación de la divinidad de Jesús. El Evangelio de hoy (Juan 1, 29-34) manifiesta
claramente la divinidad y la misión de Jesús. El domingo pasado meditábamos sobre la
manifestación del Padre durante el bautismo del Señor: “este es mi hijo muy amado en quien
me complazco” (Mt.3,17). Hoy ponemos la atención sobre el testimonio y la manifestación del
Bautista: “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn.1, 29). Jesús
presentado por el Padre como su Hijo muy querido es ahora presentado por Juan como el
Cordero inocente que será ofrecido en sacrificio para la expiación de los pecados. Así se
cumplen las profecías sobre el Siervo Sufriente, que hacen referencia al Hijo de Dios hecho
hombre que es entregado al sufrimiento y a la muerte por nuestra salvación.
No se trata pues de un Mesías al tenor del que esperaban los Judíos de la época: un Mesías
político liberador de Israel, triunfante sobre los enemigos; venido para dar a Israel el poder y la
gloria terrenos; sino que será un Mesías, el “Siervo de Yahvé”, anunciado por Isaías que toma
sobre sí las iniquidades y pecados de los hombres y los expía con su muerte. En este texto el
Siervo de Yahvé tiene un carácter salvífico y liberador del pecado y de la muerte. En Él el
sufrimiento y la muerte se hacen vida y eternidad para el hombre peregrino en esta tierra. Este
Mesías, Siervo de Yahvé, será luz y salvación no solamente para Israel, sino para toda la
humanidad y en él se manifiesta la “gloria de Dios”. Dice Isaías: “Tú eres mi Siervo en quien me
gloriaré… te voy a poner por luz de las gentes para que mi salvación alcance hasta el confín de
la tierra” (Is. 49, 3.6).
Así, el que es presentado como “Siervo” en el Antiguo Testamento, es presentado como “Hijo”
en la Nueva Alianza, en la plenitud de los tiempos. La divinidad de Cristo resplandece: es el
Unigénito del Padre, es Dios como el Padre, que asume la naturaleza humana y se anonada,
aunque no disminuye para nada su divinidad, sino que se esconde y que se mostrará sólo en
ciertas oportunidades, como en estas teofanías o en la Transfiguración.
El Evangelio nos presenta el testimonio de Juan el bautista sobre Jesús. Juan lo proclama
como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn, 1, 29). Juan ante todo testimonia
la prioridad absoluta de Cristo y de su misión: “él es elegido del Señor venido ya no a bautizar
con agua, sino en el Espíritu Santo” (Ib.33). La misión de Jesucristo se continúa en sus
apóstoles y en su Iglesia, pero para cumplirla, deberán estar íntimamente unidos a Él.
Como cristianos todos tenemos la misión de predicar y testimoniar el evangelio de Jesús y de
llevar a los hombres a la práctica de los sacramentos y a la vivencia del Evangelio, habiéndolo
vivido antes nosotros mismos y dando testimonio de que es posible vivir la fe. Se trata ante
todo de hacer la voluntad de Dios. Nuestro apostolado hoy consiste en proponer los principios
evangélicos frente al relativismo del mundo contemporáneo y su indiferencia para con Dios. Es
necesario proponer una nueva evangelización que sea capaz de transformar los modos de
pensar y de sentir de la cultura sin Dios que hoy se pretende imponer. Evangelizar sabiendo
que no es tanto una forma de hablar, sino más bien una forma de vivir: vivir escuchando al
Padre y siendo su fiel portavoz. Jesús predicaba de día y oraba de noche. Todos los métodos
son ineficaces si no están fundados en la oración. Es necesario volver a proponer a los
hombres de este tiempo que sólo Jesucristo puede colmar el corazón y dar alegría, amor y
sentido a la vida. Es necesario convertir el corazón hasta ser capaces de ver la vida con los
ojos de Dios. Todo intento de llevar a Cristo a los hombres no puede estar exento del misterio
de la cruz redentora. Es necesario imitar al Siervo Sufriente, al Mesías, Redentor del mundo,
también asociando los propios sufrimientos al esfuerzo evangelizador. La cruz pertenece al
misterio divino porque es expresión de su amor hasta el extremo. Y esto debe estar presente
en la nueva evangelización.
Que la Virgen Madre nos enseñe a ser –como ella lo fue- portadores del Evangelio en el mundo
y para este tiempo.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú