IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Sof.2, 3;3, 12-13: Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde.
La primera lectura, es una profecía en el cual se describe el “espíritu de pobreza”
en el Antiguo Testamento. Son los “pobres de la tierra”, las personas humildes las
más abiertas a Dios, “los que cumplen sus preceptos” (v. 3), y esperan en Él. Es
de este “Resto de Israel” que nacerá una nueva humanidad, “un pueblo sencillo y
humilde que buscará refugio en el Se￱or” (v. 12). “Buscad al Se￱or, un imperativo,
todos vosotros, pobres de la tierra” (v 3), una invitaci￳n del profeta, a un Israel
sumergido en una época de letargo político, social y religioso; toda una invitación a
caminar. Son ellos, los humildes y sencillos, el resto de Israel, un verdadero signo
de esperanza para todo el pueblo y una expresión viva de la presencia del Señor en
medio de su pueblo. No serán los ricos y poderosos con los que cuente Yahvé, sino
los pobres y humildes de la tierra .
b.- 1Cor. 1, 26-31: Dios ha escogido lo débil del mundo.
El apóstol continúa contraponiendo la sabiduría cristiana, con aquella del mundo
(cfr. 1 Cor.1,18-25). Quiere dejar en claro, que la sabiduría humana no puede por
sí sola, conocer a Dios y su salvación. Prueba de ello, es su manifestación y la
realización de dicho proyecto salvífico, está fuera de los esquemas regulares de la
inteligencia humana, parece una locura. Dios sigue en esa misma línea puesto que
para hacerse presente esa sociedad, ha escogido una comunidad humanamente
pobre, y por ello, les exhorta a mirase un poco a quiénes han sido llamados a
formar parte de ella (v.26-28). Les pide a los corintios que se dejen de tanta
sabiduría humana, de la que parecen presumir, más les valdría vivir y pensar en
conformidad con sus capacidades: ser testigos de la sabiduría de Dios, locura
divina. Es mejor optar por este camino y no vivir celosos de filosofías que ni
siquiera comprenden. Todo esto lo hizo Dios para que el hombre no tuviera de qué
gloriase ante su presencia (v.29). Ahora si ellos quieren gloriarse han de hacerlo en
Cristo Jesús, porque Dios Padre lo constituyó justicia en la que ahora viven;
santidad partícipes de la santidad de Dios; redención, que lo libra del pecado y de
la muerte eterna (v.30; cfr. Jr.9, 22-33). No hay sabiduría humana que proporcione
estos beneficios divinos, de ahí que el consejo del apóstol, siga siendo válido hoy:
es mejor vivir en Cristo y en ÉL ser glorificado. Y esto ¿por qué? Para Pablo,
Jesucristo es Sabiduría, porque revela el misterio de Dios, pero además, porque en
esa Sabiduría el hombre puede llegar al conocimiento de Dios (v. 30; cfr. Col. 2,3;
1 Cor.1, 21.24; Rom.1,18-22). Cristo es la revelación de Dios invisible, primogénito
de la humanidad, centro del cosmos (cfr. Col.1, 15-16). El conocimiento que busca
el cristiano acerca del cosmos y del hombre, lo encuentra en Cristo Sabiduría del
Padre. Como Pablo, el cristiano, debe descubrir en la pobreza otro camino para
descubrir la presencia de Dios que hizo germinar su Iglesia de lo que no existía.
Son los menos afortunados, los pobres, quienes nos recuerdan que al hombre y su
dignidad, lo que vale más, de lo que les podamos ayudar (cfr.Mt.11,25). La propia
debilidad e impotencia frente al pecado, nos hablan de la causa de la elección
divina.
c.- Mt. 4, 25-5,1-12: Dichosos los pobres de espíritu.
Las Bienaventuranzas, se abren con una gran proclamaci￳n: “Bienaventurados los
pobres en el espíritu” (v.3). La mentalidad judía del tiempo y la nuestra, proclama
la bienaventuranza de la riqueza. La teología bíblica se refiere, no sólo al pobre
sociológico sino a este segmento de personas como lugar teológico. Es el hombre
honrado, piadoso y justo, que vive la opresión del rico injusto, que espera la
recompensa de Yahvé en esta vida. La injusticia se opone al designio de santidad
que Dios exige al hombre de fe. La verdadera pobreza ante Dios, consiste en la
sencillez de corazón, la profunda convicción interior de la necesidad que el hombre
tiene de Dios, saberse peque￱o ante Dios y apertura a los demás. “Bienaventurados
los mansos…” (v. 4), es decir, los humildes, necesitados, los que aceptan su
realidad con optimismo, sin amarguras, con la esperanza de ser retribuidos en esta
vida con la vida eterna o reino de los cielos, pero habiendo contribuido a mejorar la
vida con esfuerzo del prójimo, como Jesús, que luchó contra lo que hacía infeliz la
vida de sus hermanos: la enfermedad, el hambre, el dolor, la muerte hasta
conseguir la resurrecci￳n. “Bienaventurados los que lloran…” (v. 5). Los que lloran
serán consolados. El consuelo es un don mesiánico, es decir el Mesías consuela y
comprende todo el dolor humano que necesita ser, valga la redundancia, consolado.
¿Cuál dolor? El dolor que produce el pecado, la muerte y Satanás. Hay que
entenderla en perspectiva de la resurrección de Cristo, precisamente sobre estas
tres realidades esenciales para la vida del hombre. El Dios predicado por Jesús, es
el Dios del consuelo (cfr. Is. 40). “Bienaventurado los que tienen hambre y sed de
justicia…” (v.6). Esta bienaventuranza hay que entenderla desde el deseo que tiene
el hombre de Dios, de una justicia para el hombre que sufre la opresión e injusticia
del malvado. Es el deseo de los que luchan por la justicia en el mundo, no la que
recibirán en el día del Juicio, sino hoy con la aparición del Mesías que viene a
impartir el derecho sobre las naciones, también llamado Yahvé es nuestra justicia
(cfr. Is. 42,3-5; Jer. 23, 6; 33, 16; Is. 11,1-4). “Bienaventurados los
misericordiosos…” (v. 7). Ante Dios nadie tiene consistencia en sí mismo, por lo
mismo, nadie puede gloriarse ante ÉL. Quien no tiene misericordia con su prójimo,
Dios tampoco la tendrá con él. La misma formulación la encontramos en la oración
del Padre nuestro: perdonar, como somos perdonados. El misericordioso será
glorificado en la media en que, como Dios, ame, sea compasivo, perdone y
comprenda a su pr￳jimo. “Bienaventurados los limpios de coraz￳n…” (v. 8). Para
acercarse a Dios hay que tener un corazón puro, para entrar en su templo, como
enseña el Salmo (24,4), con manos limpias, libre de malas intenciones, pureza de
vida, no sólo de castidad, sino pureza de intenciones. Se trata de una existencia
trasparente ante los ojos de Dios y los hombres. “Bienaventurados los que trabajan
por la paz” (v. 9). Los heraldos de la paz, los que trabajan por conseguirla, son
embajadores de Dios, obran como el mismo Dios, porque ha creado la paz entre
Dios y los hombres, por medio de Jesucristo, Príncipe de la paz, es decir la
reconciliaci￳n. Servimos a un Dios de paz (cfr.Rm.15,33;16,20). “Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia” (v.10). El hombre justo sufre por la
maldad e injusticia del poderoso, las instituciones; Cristo Jesús, el Maestro de
Nazaret, también sufrió la injusticia, ¿acaso no fue una injusticia todo el proceso
que padeció antes de su pasión, muerte y resurrección de parte de las autoridades
romanas, civiles y religiosas de Israel? El discípulo, no debe extrañarse de recorrer
el mismo camino, si vive el evangelio. El evangelio, termina con una exhortación a
la alegría de revivir en la esperanza, los mismos padecimientos de los profetas y de
Jesús, porque la recompensa será grande en los cielos. Era la experiencia de la
comunidad eclesial de Mateo, que vivía la persecución, como ahora y en los tiempos
venideros.
Si bien Teresa no habla de las Bienaventuranzas proclamadas por Jesús, el término
bienaventurado, es común en sus escritos: “Bienaventurada alma que la trae el
Se￱or a entender verdades” (Libro de la Vida 21,1).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD