F IESTA DE LA P RESENTACIÓN DEL S EÑOR
H OMILÍA DEL P. I GNASI M. F OSSAS , PRIOR DE M ONTSERRAT
2 DE F EBRERO DE 2014
Ml 3, 1-4; Ps 23, 7-10 (R.: cf. 8a); He 2, 14-18; Lc 2, 22-40
Tal como decía al comienzo de la Misa, hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo ;
exteriormente se trataba de cumplir la ley , una ley relacionada con las categorías de puro e impuro
propias de la cultura bíblica antigua y que hoy en día nos resultan extrañas y poco adecuadas a
nuestra conciencia de la dignidad de la mujer. Sin embargo, con el gesto narrado por el evangelista
san Lucas, el acento no recae tanto en la purificación de María o en el rescate del primogénito,
cuanto en la presentación de Jesús como Mesías de Israel y como Salvador de todas las naciones,
como luz para alumbrar a las naciones y gloria para el pueblo de Israel.
El núcleo de la fiesta de hoy es, pues, el encuentro de Jesús con su pueblo, signo del encuentro
definitivo entre Dios y la humanidad, entre Dios y cada uno de nosotros. Por eso quisiera llamar
vuestra atención sobre una antífona del Oficio divino, y que la Escolanía cantará durante el
Ofertorio. Se trata de la antífona del Magnificat de las I Vísperas, y que se refiere al momento en el
cual el anciano Simeón tomó en brazos al niño Jesús y bendijo a Dios. La antífona dice así: El
anciano llevaba al niño, pero era el niño quien guiaba al anciano; la Virgen…adoró a quien ella
misma había engendrado.
Este texto contempla poéticamente en encuentro entre Simeón y Jesús, entre dos generaciones
que reúnen simbólicamente el pueblo de Israel y la humanidad enteros. Se trata, asimismo, de dos
categorías de personas –los ancianos y los niños– que reclaman nuestra atención de una forma
especial. El evangelista Lucas, además, sitúa a una mujer, muy anciana también, al lado de
Simeón: la profetisa Ana, que daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Jerusalén.
Un par de ancianos y una criatura. El evangelio sitúa, en realidad, a estas dos personas de edad
avanzada entre los primeros que reconocen en Jesús al Mesías esperado por el pueblo de Israel; y
esto ocurre no en un lugar cualquiera, sinó en el templo. El Señor Dios no hace distinción de edad
ni de condición social a la hora de elegir a sus preferidos, a quienes están llamados a ser discípulos
y misioneros de su Hijo Jesús. El papa Francisco ha subrayado en más de una ocasión que la
calidad humana de una sociedad se puede medir por la forma como trata a estos dos grupos de
personas: a los ancianos y a los niños. Nos lamentamos a menudo de que en nuestras iglesias sólo
hay personas mayores; y es verdad que debemos pedir al Espíritu que nos infunda vigor e
imaginación para contagiar a los más jóvenes la alegría de la fe. Sin embargo, no debemos
desanimarnos. San Lucas no presenta a un par de jóvenes, ni a dos adultos de buena presencia
para recibir a Jesús en el templo, sinó a dos ancianos muy mayores, que humanamente hablando
podrían haber pensado que ya no se cumplirían sus expectativas. I, en cambio, a ellos les cupo
acoger al Mesías, con María y José.
El anciano llevaba al niño, pero era el niño quien guiaba al anciano . Esta antífona nos recuerda,
aún, la paradoja de nuestra fe cristiana: no somos nosotros los primeros en amar a Dios, sinó que
El mismo se ha adelantado en el amor; no somos nosotros los que tenemos la iniciativa en nuestra
vida de fe, sinó que El nos precede en todo; no somos nosotros los que “llevamos” a Cristo, sinó
que es El quien nos “conduce” por el camino de la vida.
En el momento de ir a comulgar, procuremos recibir la eucaristía con la misma actitud con la que
Simeón y Ana recibieron a Jesús: con acción de gracias y con una sincera actitud de adoración. Y
después, seamos profetas de la Buena Noticia. Entonces podremos cantar con el anciano Simeón:
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a
tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y
gloria de tu pueblo Israel.