I Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Viernes
Encuentros con Jesús misericordioso
“Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz
de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la
puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.
Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no
poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo
encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron,
descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe
de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus
corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién
puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante,
conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior,
les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más
fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir:
“Levántate, toma tu camilla y anda” Pues para que sepáis que el
Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice
al paralítico-: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu
casa”».
Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de
todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a
Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida» (Marcos 2,1-12).
1. Podemos meternos con la imaginación, en la casa junto a Pedro,
muy cerca del Señor. Tenemos suerte, porque muchos no caben, se han
quedado fuera. Muchos, con la esperanza de tocar su túnica al pasar. Jesús
está enseñando.
No faltan varios fariseos y doctores de la ley. Son los que lo saben
todo, escuchan buscando qué censurar. ¡Qué distinta la gente sencilla que
nos rodea dentro de la sala!
Mientras tanto, cuatro hombres audaces, con fe en el Señor, traen a
un paralítico para que lo cure. Y no pueden entrar. Pero no se dan por
vencidos. Por detrás la casa suben al tejado, escuchamos sus pasos en el
techo. Jesús sigue hablando. Demasiado sabe Él lo que está ocurriendo.
Después, comienzan a dar golpes. Todos miramos hacia arriba: están
perforando el terrado.
El Señor no se inmuta. Caen trozos de barro seco, a pesar del
cuidado de quienes lo hacen. Por fin se ve, por la abertura, el cielo. Jesús
sigue hablando. Pero todos miramos las manos afanosas, el boquete
descubierto, que se hace más grande. Ya se ven sus rostros. Con cuerdas
descuelgan la camilla, un fardo con el cuerpo de aquel hombre paralítico. Y
así, lo colocan delante del Señor. Todos guardamos silencio.
El Señor suspende su enseñanza. Mira al hombre paralítico y le
sonríe. Los ojos del hombre, que está ahí, en el suelo, se avivan. Los cuatro
audaces se han quedado en el techo. Sus cuatro caras pegadas miran
respetuosas y atentas. No dicen nada. El Señor también les mira a ellos.
Quisieran esconderse, no pueden. La humildad brota en sus semblantes. Y
también les sonríe.
Con Jesús volvemos nuestra mirada al paralítico. Parece como si toda
su vida se agolpara en sus ojos: miran llenos de esperanza. La compasión
divina se posa en esa esperanza. Vuelven a avivarse los ojos del hombre. La
Misericordia infinita y la miseria ínfima, frente a frente. Y en la sala, un
silencio impresionante.
-“ Tus pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos se remueven en sus asientos: están
pensando mal. Jesús se encarar con ellos, sin corazón, por ignorar la
miseria del hombre.
-“ ¿Qué es lo que andáis revolviendo en vuestros corazones?
¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o decir:
Levántate y anda...?” Misericordiosa y protectora mirada de Jesús para el
humilde caído, desafiante y acusadora para la soberbia engreída.
Los aludidos bajan los ojos y enmudecen. Sus cabezas se inclinan. El
Señor les sigue hablando, pero ellos no oyen ya, turbados de vergüenza...
Cuando han sentido alivio, porque los ojos de Jesús han vuelto a posarse
sobre los que le miraban con silenciosa esperanza, logran levantar los
suyos.
-“ ¡Levántate!.. . Carga con tu camilla y vete a tu casa”. Jesús al
momento mira a los cuatro del tejado, y nosotros con Él. Como que es este
milagro un premio a su fe callada y operativa. Y por mirar arriba no
observamos cómo fueron los primeros movimientos del hombre curado. Nos
sorprende, ya de pie, levantando su camilla. Por el pasmo, todos los ojos se
agrandan más y más.
Es que no nos acostumbramos a los milagros: nos sorprenden
siempre. Y el que había sido paralítico obedece, y sale lleno de gozo, dando
gloria a Dios. Desde dentro escuchamos el clamor de las gentes en la plaza.
Se sorprendieron al ver la obra de Dios, realizada a pesar de ellos.
Salió el hombre de aquella casa por donde no entró. Y volvió a su
hogar por un camino que no había andado, a vista de todo el mundo, de
forma que todos estaban pasmados y dando gloria a Dios, decían: Jamás
habíamos visto cosa semejante.
Hoy aprendo que la audacia debe llevarnos a poner por obra lo que
nos enseña la fe. A un hombre así, que vive conmigo, le encomendaron una
misión dificilísima, llevada ya a cabo felizmente, porque entendía algo de
aquella cuestión, y porque era lo suficientemente lanzado como para no
darse cuenta que era imposible (J. A. González Lobato).
A veces no se hace algo por parálisis mental, por no entender los
planes de Dios, podemos ver esos planes como algo arduo y sin libertad,
cuando precisamente es dejarse querer por Él, ensanchar nuestro corazón,
y al escuchar su voz descubrir que es fuente de libertad, de felicidad, y
comunicarla, hacerla realidad en el mundo que nos ha tocado vivir. Cuando
hay motivaciones profundas, es más fácil llevar adelante las cosas, y ese
núcleo de la respuesta cristiana que es el “hacer la voluntad de Dios en
nuestras vidas” ya no se ve obedecer algo externo y como impuesto, sino
que responde a una motivación interior, que conduce a la oración, a
frecuentar la Eucaristía. Porque sería una forma de parálisis limitar la vida
cristiana a cumplir unos cuantos ritos. Conduce a buscar la formación y
alimentación para el alma. Muchas veces la acción social, que hoy vemos en
formas de voluntariado, es un primer paso para luego ir a la fuente del
amor en Dios, y llevar de esa agua viva a los demás, como vemos en la
escena de hoy.
Sólo Dios puede perdonarnos, como se recuerda hoy en el Evangelio:
ante la afirmación llamativa de Jesús, que dice a un paralítico: " hijo, tus
pecados te son perdonados ", los oyentes sorprendidos pensaron: " ¡éste
blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? ". En el
pecado el ofendido es el mismo Dios amor, aunque va unido esto a que el
pecado nos hiere y nos daña por dentro. Pues esta herida sólo Dios puede
sanarla, ahí está unido el poder infinito y su amor misericordioso. Y es lo
que Jesús dice al perdonar: " pues para que veáis que el Hijo del
hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados; miró al
paralítico y le dijo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa ".
2. Cada tribu posee su propia organización, y si se unen las tribus, un
jefe militar, un "Juez" manda y organiza. Pero… -“ se reunieron todos los
ancianos de Israel y fueron a ver a Samuel”. Y hacen su petición: -
« ponnos un rey para que nos juzgue y gobierne, como todas las
naciones .» Hay que ejercitar la inteligencia, progresar con el desarrollo de
ideas, organización social… aquí sin embargo se subraya la motivación mala
que es apartarse de Dios…
-“ Disgustó a Samuel que dijeran: "Danos un rey"... e invocó al
Señor. Pero el Señor dijo a Samuel: «Haz caso a todo lo que el
pueblo te dice, porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a
mí, porque no quieren que reine sobre ellos. »” Las cosas políticas son
complejas. Pensaban que Dios era quien gobernaba directamente ese
pueblo. Pero, por otra parte, la política tiene su campo propio. Si leemos la
Biblia en su contexto cultural, podemos sacar muchas cosas sin atarnos a la
cultura de otro tiempo… En resumen: libertad en lo político, fidelidad en lo
religioso.
3. Monarquía o república o cualquier otro sistema político: todo puede
ser bueno y malo. Lo importante, en cualquier régimen político, es buscar el
bienestar de la comunidad siguiendo fielmente los valores de Dios. Así será
verdad lo de que « dichoso el pueblo que camina a la luz de tu rostro »,
como decimos en el salmo.
Llucià Pou Sabaté