CICLO B
TIEMPO DE NAVIDAD
SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
“Nuestro Señor Jesucristo quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos
hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se
hiciera Dios”, decía san Agustín en un serm￳n de Navidad. Y santo Tomás
de Aquino escribe: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de
su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre,
divinizase a los hombres”. El Papa Benedicto XVI en una homilía navide￱a
decía: “La Navidad no se refiere sólo al cumplimiento histórico de esta
verdad que nos concierne directamente, sino que nos la regala nuevamente
de modo misterioso y real”. Efectivamente, por nuestra comunión vital con
Cristo, mediante el bautismo y la fe que obra por el amor, somos partícipes
de la naturaleza divina (2P 1, 4).
Dios se ha humanado para que el hombre sea divinizado. Éste es el
trascendental significado de la Natividad del Señor. Sucedió hace muchos
años, pero su fuerza salvadora nos llega a cada uno de nosotros hoy. No
puede quedar oscurecido ni contaminado por las compras, las luces y los
regalos. Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo. El
mismo san Agustín lo explica: “ciertamente Cristo no vino para bien suyo,
sino nuestro: ¡Despierta, hombre; por ti Dios se hizo hombre!”. San
Francisco de Asís llamó a la Navidad “la fiesta de las fiestas”.
El misterio, que hoy conmemoramos, lo resumen los textos de las misas de
este día de Navidad: en el nacimiento de Cristo, Dios instaura “el principio
de nuestra salvaci￳n”. Le pedimos a Dios que nos haga “partícipes de la
divinidad de su Hijo, que, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la
tuya de modo admirable”; también que nos conceda “la gracia de vivir una
vida santa y llegar a sí un día a la perfecta comunión con Cristo en la
gloria”. Igualmente en la misa del día: “concédenos compartir la vida divina
de aquél que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición
humana”. Y un prefacio de Navidad llega a proclamar el “maravilloso
intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil
condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que
por esta uni￳n admirable nos hace a nosotros eternos”.
Hoy en el Evangelio de la misa del día leemos que la Palabra, que era Dios,
por medio de la cual se hizo todo, vino al mundo: “vino a su casa, y los
suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre… Y la Palabra se hizo carne y acamp￳
entre nosotros”. Somos verdaderamente hijos de Dios en el Hijo eterno de
Dios: participamos del ser filial de Cristo, en comunión existencial con Él.
Somos uno en Cristo. Partícipes de su divinidad, de su inmortalidad, de su
bondad. En esta participación, mediante la gracia, consiste la salvación del
pobre ser humano, lleno de debilidades y miserias.
“Hoy os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Se￱or” (Lc 2, 11). A nosotros.
Cristo también salva a los hombres y a las mujeres de hoy. Es el hoy
eterno de Dios. A pesar del progreso y de la tecnología. El ser humanos
sigue siendo un ser en lucha entre bien y mal, entre la vida y la muerte. El
hombre siempre necesitará ser salvado. En la Navidad hemos de proclamar
con fe y con profunda alegría que el Dios Emmanuel, el Dios-con-nosotros,
hombre verdadero, es pura bondad. Y nos sigue ofreciendo también hoy su
amor salvador. No es el pasado. Es contemporáneo nuestro.
“Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre” (segunda lectura,
misa de la Aurora). Es el mensaje más alegre de la Navidad. “Dios es pura
bondad”, proclamaba el Papa Benedicto XVI. Así nos ama Dios:
rebajándose, poniéndose a nuestro nivel. Comparte nuestras penas y
nuestras alegrías. Tanto nos ama Dios, que sale de sí mismo y viene a
nosotros para compartir nuestra pobre condición hasta el final. La gloria de
Dios está, en un establo. Es la gloria de la humildad y del amor. El cielo
está en la tierra. El cielo está en el corazón de Dios, que es pura bondad.
Sólo el Dios-amor salva al hombre de esta forma. “A quien así nos ama
¿quién no le amará?”, concluye cantando el himno-villancico Adeste Fideles.
MARIANO ESTEBAN CARO