DOMINGO V DE TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Salvador Plans, monje de Montserrat
9 de febrero de 2014
Is 58, 7-10 / I Cor 2, 1-5 / Mt 5, 23-16
Queridos hermanos:
La Escritura dice: " todo lo que ha sido escrito, se ha escrito para nuestra salvación ”.
Por este motivo, la oración del comienzo de la misa nos ha hecho decir: " Vela, Señor,
con amor continuo sobre tu familia ”. Así hemos empezado esta eucaristía. No le
somos extraños a nuestro Padre, que se ha puesto a vivir a nuestro lado en la persona
de su Hijo Jesús. Somos su familia, sobre la cual vela con un amor eterno. Tenemos
necesidad de reavivar esa certeza dado que estamos rodeados constantemente de
ansias, inquietudes y desencantos; de tal manera que esto nos obliga a andar
esforzadamente por el camino de la esperanza.
El profeta Isaías nos recuerda hoy el camino que Jesús seguirá más tarde en su
predicación: en efecto, debemos dar un verdadero culto al Señor no tanto a través de
un culto exterior hecho de prácticas, sino a través de un culto interior, tal como nos lo
ha dicho el mismo profeta; y este culto interior, ¿qué es para el profeta Isaías?
Comparte el pan, con el hambriento, viste al desnudo..., en fin, las bienaventuranzas.
Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá
camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.
El Apóstol Pablo, haciéndose eco de esta doctrina, nos dirá que el contenido y el
argumento de su predicación es Cristo. Y aún crucificado. El Apóstol se acercará
también a nosotros caminando con los hombres de todos los tiempos. Su carta a los
Corintios es toda ella una definición de quién es Jesús, que definirá como aquel que
nunca deja a sus hermanos a la deriva. Pablo, imitando a Jesús, se hará todo con
todos. Y no predicará nunca una doctrina rica de conocimientos y de prestigio, sino
que predicará el Cristo crucificado.
Llegados al final de la homilía podemos constatar que los discípulos de Jesús son
hombres como todos los demás hombres. Viven y trabajan en medio del mundo. Sí,
pero añadimos algo más: tienen la fe, la caridad y la compasión. Estas tres virtudes
son como la sal de la tierra y la luz del mundo. Esto es lo que los hace singulares.
Un cristiano sabe dar sabor a su vida y a la de los demás. Hace que la fe sea creíble y
amable. Para San Pablo, la razón absoluta de su vida es la predicación de Cristo. El
evangelio, es decir, la buena noticia de Jesús que salva, es la razón profunda de su
vivir. Y nuestra, ¿cuál es?